EL GOLPE
QUE SÍ OCURRIÓ
Juan
Manuel Robles
N |
unca
vamos a saber las consecuencias que hubiera tenido el golpe de Pedro Castillo,
de prosperar. Para mí es dato que se trataba de una disolución preventiva: el
objetivo era detener a un Congreso errático, temperamental y lumpen que es un
auténtico peligro para el país, y que hace tiempo se pasó de la raya con sus
abusos y leguleyadas. No veo a Castillo erigiéndose como un dictador
depredador, con comandos paramilitares, a lo Fujimori. No lo sabemos. Lo que sí
sabemos es cómo hubiera sido el golpe parlamentario que Castillo quiso evitar
(de la forma más torpe imaginable, es cierto, pero no fue a quien inició esta
guerra), Lo sabemos porque ese golpe sí se ha consumado. Que quién apretó el
botón haya sido el propio presidente no quita un ápice al hecho de fondo (que
si ven perfectamente líderes regionales como Evo Morales y Gustavo Petro). Lo
que estamos viendo es la consumación de ese plan parlamentario, una toma en
tiempo récord del poder y de las armas, un viraje a la derecha contra la
voluntad de las urnas. Y un colofón de represión brutal, a lo Piñera o Duque,
contra un pueblo que, lejos de doblegarse, se resiste.
Ese
golpe es intolerable y ha sumido al país en una crisis angustiante. Ese golpe
—tan legal— ha militarizado al Perú: cuadrillas de policías armados toman la
Plaza San Martín, firmes y amenazantes, y nuestros compatriotas mueren como
animales.
Podrán
decirse un montón de cosas de Castillo, pero la gente le hubiera dado el
beneficio de la duda a su golpe: todo el poder para acabar con la red mañosa
parlamentaria y luego... Pues luego ya veríamos. De hecho, la respuesta a su
intento burdo de cerrar al Congreso es pésimo servicio, profesor. Lo hizo tan
mal. Pero si lo hubiera hecho bien, a ese Congreso turbio no lo defendía nadie,
ni en las calles ni en los canales de televisión (que son sus aliados, pero
cuyos directivos tampoco son idiotas).
¿Quién
defiende esta autocracia parlamentaría con presidenta títere que sonríe feliz
de su cargo de utilería recién estrenado? La derecha y el centro limeños y los
medios de comunicación que quieren el
restablecimiento simbólico del orden, que nadie ponga en duda nunca más su
autoridad mediática (y de paso a ver si retorna la publicidad estatal). El
resto del país siente con razón que hay una confabulación largamente incubada
para organizar esta represión; incluso Patricia Chirinos tiene el cuajo de
admitirlo: antes de convocar elecciones, quieren tomar medidas y cerrar “unos
candados”. Así de altaneros y desafiantes, así de dueños del país y de nuestro
futuro se sienten.
El Congreso y parte de la prensa no comprenden la
que está pasando. Miran la Constitución y los escenarios previstos por sus
artículos y cláusulas, cuando esto va siendo cada vez más claro: el pueblo
quiere escribir su historia, y eso pasa por una nueva Constitución. Ya no es
una demanda, es un acto urgente. Las mafias políticas que controlan el poder
han logrado que la democracia representativa en el Perú no valga nada.
Elegimos un presidente, lo boicotean desde el día uno, lo persiguen
judicialmente con encono insólito, y un año después salen a decir que el
gobierno es “insostenible”. La gente se ha dado cuenta y protesta, iracunda,
rabiosa.
La respuesta de la autocracia congresal es mostrar
el músculo. Y, cómo no, criminalizar las protestas. Escandalizarse por el
fuego que provocaron con su arrogancia. En la gran prensa, nadie explica que
las protestas nacidas del descontento genuino nunca son un paseo por el parque
(salvo las de los “patriotas”). Como ha pasado en Chile y en Colombia, la
movilización tiene una cuota de daño a la propiedad privada, infiltrados,
disturbios. Eso es un problema, pero resulta infinitamente menor a la pérdida
de vidas inocentes.
Como se necesita criminalizar, en el nuevo régimen
ha adquirido importancia la Dircote con sus "informes de inteligencia".
¿Se han dado cuenta?
Es momento de decirlo: la Dircote, una división que fue fundamental para la lucha contra el terrorismo en los ochenta y noventa, se ha vuelto una entidad tóxica cuando no peligrosa para la ciudadanía y la paz social. Su decadencia es nociva. Se han convertido en una Policía Secreta selectiva y cruel, que normaliza detener a la gente por lo que piensa, por sus "vínculos ideológicos”, en redadas nocturnas que parecen secuestros. No solo eso: son una suerte de certificadora oficial de paranoias limeñas. Sus informes le permiten a la derecha radical —y al centro bobo— terruquear usando como coartada esos documentos oficiales.
Hace unos años, antes de pasar al lado oscuro,
Femando Rospigliosi lo explicó con claridad: Sendero Luminoso, como grupo
subversivo que comete atentados terroristas, no existe; la Dircote sigue
enunciándolo como amenaza real por razones de supervivencia: sin "terrorismo”
una Dirección contra el Terrorismo no tiene razón de ser. Por eso con sus investigaciones
detienen "terroristas” que no han cometido acto terrorista alguno. Su
miopía quedó patente en la investigación abierta a La Cautiva, una obra de
teatro que se reestreno por estos días. La Dircote le abrió un expediente por
la simple razón de que la obra recrea un hecho cierto: militares en zona de emergencia
violan el cadáver de una adolescente asesinada. El solo hecho de que hayan iniciado
la investigación muestra que son un peligro para todos. Que el gobierno los
empodere y les dé voz para desprestigiar las protestas es parte del nuevo
régimen represor.
A estas alturas, terruquear usando como base un
informe de la Dircote es una falta a la ética periodística. Pero se hace y se
seguirá haciendo. Se vienen tiempos duros.
Gustavo Petro ha dicho, criticando a Castillo, que no se debe combatir la antidemocracia con antidemocracia. Casi estoy de acuerdo. Casi En un país donde la legalidad es Patricia Chirinos y el Congreso está presidido por un vinculado al terrorismo de Estado, dar un golpe no descalifica necesariamente a un líder. Lo que descalifica a un líder es ser un criminal, un violador de derechos humanos, un asesino mediato que aniquila al pueblo. Así hemos visto a varios, algunos dieron golpes sangrientos y otros perpetraron sus masacres y abusos de poder en plena democracia. La gente entiende que Castillo, con todo lo malo de su último acto, tenía una coartada válida, un propósito necesario (al menos uno). Era nuestro mal menor y no lo dejaron gobernar un solo día. Ojalá los analistas sepan leer el porqué de la casi unánime ausencia de repudio a su intentona, en vez de caer en el lugar común de todas las autocracias: apelar al cuco del terrorismo. <:>
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