12 DE OCTUBRE:
DÍA DE TODAS LAS SANGRES
Por Jorge Rendón Vásquez
Desde
el primer resplandor del alba, aquel 12 de octubre de 1492, el marinero Rodrigo
de Triana, encaramado en la cola del mástil mayor de la carabela Pinta, oteaba,
ansioso, la oscura e interminable superficie del océano Atlántico, sobre la que
sólo distinguía las siluetas en sombras de las carabelas Santa María y Niña. El
día anterior la tripulación había visto varias aves desplazándose raudas hacia
algún destino desconocido, y eso quería decir que la tierra estaba cerca. Pero,
¿dónde?
Las
tres carabelas habían partido el 3 de agosto de ese año del puerto de Palos de
la Frontera, al sur de España, al mando de Cristóbal Colón, un navegante
poseído por la idea fija de llegar a las Indias, y desde allí, siguiendo el mismo
rumbo, retornar al puerto de partida, puesto que para él la tierra era redonda.
Cincuenta y nueve días después del zarpe, un grupo de exaltados tripulantes,
desesperados porque no veían tierra, se pusieron de acuerdo para tirar por la
borda a Cristóbal Colón y retornar a España si luego de diez días no se
avistaba alguna costa. Nunca antes, ningún navío había surcado tantos días un
mar tan extenso. Y, aunque la cuenta regresiva comenzó a correr, Cristóbal
Colón, sin inmutarse, no cejó en su empeño de continuar hacia el oeste,
pensando, quizás, que ya después ajustaría cuentas con los conspiradores,
colgándolos del palo mayor.
De
pronto, Rodrigo de Triana creyó ver una línea oscura confundida con el
horizonte. Se restregó los ojos. Cuando la línea se hizo más nítida, no le cupo
ya ninguna duda y gritó: ¡Tieeerraaa, tieeerraaa! Rodrigo de Triana nunca llegó
a saber que su grito resonaría en la historia con más fuerza que el cañonazo
que Colón hizo disparar.
Las
carabelas habían arribado a una pequeña isla, situada al norte de Cuba y al
sudeste de Miami, que Colón llamó San Salvador, por haberle salvado la vida.
Pese
a ser Cristóbal Colón el descubridor de un inmenso continente, éste no recibió,
sin embargo, su nombre, ni la corona española, principal beneficiaria de su
hazaña, se preocupó nunca de rendirle este homenaje. La fruta tierna, sana e
impoluta de la gratitud tenía para los reyes el sabor del veneno, y el monje
Torquemada les había dicho que crecía en el huerto del demonio. El único valor
tangible que ellos apreciaban hasta el delirio era el oro de esas tierras.
Fue
el cartógrafo italiano Américo Vespucio, avecindado en Sevilla, quien advirtió
que Colón le había entregado al mundo un nuevo continente, al que designó con
el título de su obra publicada en 1504, Mundus
Novos, de la que se hicieron innumerables ediciones y traducciones en
Europa. Al año siguiente, insistió en esta afirmación en su libro Carta, y, en 1507, el cartógrafo alemán
Martin Waldseemüller denominó al nuevo continente América en honor a Américo
Vespucio a quien atribuyó, erronéamente, su descubrimiento. Y así quedaron las
cosas, para siempre.
Luego
del primer viaje de Colón, se inició la conquista del Nuevo Mundo por
empresarios españoles con el compromiso de entregar el quinto de las riquezas y
cualquier otro beneficio material que obtuvieran a sus majestades los reyes,
faena en la que fueron tan eficientes como mortíferos. Cada episodio de la
conquista fue un safari y un saqueo que dejaba como subproductos el reparto de
las tierras cultivadas, la explotación de las minas y la esclavitud de las poblaciones
nativas.
La
matanza de seres humanos por los conquistadores fue tan espantosa que el monje
sevillano Bartolomé de las Casas, horrorizado, pese a haber recibido él mismo
un repartimiento en Santo Domingo y otro en Cuba, consagró en adelante su vida a
denunciarla. Reunió sus testimonios en su obra Brevísima relación de la destruición de las Indias, terminada en
1542. Pero le salió al frente, irritado, otro clérigo, llamado Ginés de
Sepúlveda, con quien sostuvo en 1550 un célebre debate en lo que se denominó la
Junta de Valladolid. Sepúlveda justificaba la matanza alegando que los
pobladores indios de América carecían de alma y eran, por lo tanto, seres
inferiores que debían ser esclavizados. Bartolomé de las Casas lo refutó aduciendo
que esos habitantes tenían conciencia y eran seres humanos iguales a los
españoles. Para los burócratas y la sociedad española de entonces no hubo en
este debate vencedor ni vencido. Pero, el Consejo de Indias, la superior
autoridad para los asuntos de las colonias, dictó algunas disposiciones
protectoras de los indios, mas no por compasión, sino para evitar su
aniquilamiento total y preservarlos como fuerza de trabajo bajo servidumbre.
Estas leyes nunca se cumplieron en América. El mismo Bartolomé de las Casas y
otros clérigos que lo apoyaban proponían como alternativa al maltrato de los
indios, la importación masiva de esclavos, cazados por miles en el África.
En
1935, el 12 de octubre fue designado como Día de la Hispanidad por el
Ayuntamiento de Madrid.[1] Se amplió esta denominación
a toda España por un decreto del 9 de enero de 1958 expedido por el caudillo
Francisco Franco —responsable definitivo de la matanza de más de un millón de
republicanos desde su triunfo en 1939—, y se consagró además a esa fecha como
la fiesta nacional de España.
Curiosa
contradicción: los días nacionales en los países de América Latina son
homenajes a su independencia de España y Portugal.
El
12 de octubre evoca la audaz y trascendental gesta de Cristóbal Colón, aunque
muchos cubramos con un manto de generosa comprensión la finalidad de
enriquecerse y dotarse de poder que bullía en su mente al hacerse a la mar
hacia lo desconocido el 3 de agosto de 1492.
A los habitantes de los países latinoamericanos, el 12 de octubre nos recuerda también el momento en que América fue incorporada a la civilización occidental, con la brutalidad de toda conquista por las armas. No nos va ni nos viene como remembranza de una hispanidad soberbia, codiciosa, santurrona y sedienta de sangre, y de su herencia en América, en la orilla opuesta de la otra hispanidad popular, sencilla, progresista y amistosa, que se quedó en España o vino después a trabajar.[2] En la Argentina, en esta fecha, las colectividades de origen extranjero, que son muchas, se reúnen en las plazas, instalan quioscos para la venta de comidas, se alegran con sus danzas y canciones y, como argentinos, se estrechan la mano fraternalmente. Desde 2010, es para ellos el Día de la Diversidad Cultural.
Extendiendo
la expresión de José María Arguedas, América es, desde aquel lejano día, el
continente de todas las sangres y del mestizaje racial y cultural.
(10/10/2011)
[1] Fue en mucho por la influencia de Ramiro de Maetzu, quien en su
libro Defensa de la Hispanidad (1934)
proponía el cambio de la denominación del 12 de octubre como Día de la Raza por
la de Día de la Hispanidad.
[2] En una entrevista al escritor español Javier Cercas (Soldado de Salamina, su novela más
conocida), nacido en Trujillo de Extremadura, una periodista peruana le preguntó:
“Tu eres de Trujillo, tierra del conquistador de Perú. ¿Sabes que tenemos una ciudad
con ese nombre?” Y él respondió: “Claro, aunque no he estado nunca allí. De
hecho, para mi vergüenza, nunca he estado en el Perú. Tengo que corregir ese
error. En todo caso, los malvados españoles que conquistaron América son
vuestros antepasados, no los míos, que no debían de pasar tanta hambre como los
vuestros (o simplemente eran más cobardes, o más comodones) y se quedaron
tranquilamente en Extremadura.” (Diario La
República, Lima, 2/6/2013, Domingo).
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