CONSIDERACIONES
PERSONALES
César Hildebrandt
Tomado de
HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 574 18FEB22
No sé si elegí el periodismo como coartada para vivir o
el periodismo, sobreestimándome, me cazó.
Lo que sé es que hago esto desde hace demasiados años.
Y, aunque suene solemne, siempre creí que estaba en el
lado de los buenos.
DESPRESTIGIA EL PERIODISMO |
Y ya no hablemos del periodismo trucho que se desparrama
en los comentarios de algunas redes sociales. Esos son fluidos corporales.
En todo caso, si empecé a los 17 y ahora soy el viejo que
soy hay mucha agua discurrida bajo los puentes.
Siempre pensé que la prensa podía ayudar a mejorar el
país, a hacer que progresáramos, que conviviéramos de un modo más civilizado.
Ahora dudo. La gran prensa está atada a los grandes
intereses y estos aspiran a la eternidad. Creen que Dios está con ellos y pueda
que tengan razón. Lo digo desde mi dudoso agnosticismo.
No importa que los modos cambien, que las chimeneas de
la industria echen humos distintos. No importa si fueron el guano, el salitre,
el algodón, el caucho, el azúcar, la anchoveta, los arándanos, el cobre, la
plata, el oro o el suspiro. No importa qué apellidos sucedieron a los linajes
ni qué plebeyos se sumaron a la caravana del éxito.
Lo que importa es que seguimos llamando “asentamientos
humanos” a los cerros donde los pobres han sido confinados y mineralizados, a
los barrios donde a los diez años la miseria te ha marcado amargamente.
Lo que vale y pesa es que tenemos la edad de los 200 años
y seguimos hablando del “proyecto nacional”. Somos un aborto multitudinario.
¿A qué proyecto nacional nos referimos? No hay respuesta.
No lo tuvo el civilismo culto, menos lo tendrá la derecha de los López Aliaga y
los Pepe Luna. No lo tuvo la izquierda de Pablo Macera y Julio Cotler, menos lo
tendrá la del antiguo paporretero Vladimir Cerrón y mucho menos la del profesor
Pedro Castillo.
No tenemos un proyecto nacional. Nos hemos puesto en
desacuerdo en casi todo y los partidos políticos, las fábricas de ideas, cerraron
sus puertas y abrieron centros comerciales donde lo que más se
vende son candidaturas. Luis Alberto Sánchez, Luis Bedoya Reyes, Femando
Belaunde son los abuelos de la nada.
Hay piratas con loro al hombro en el Congreso. Y los
hay en el Ejecutivo.
Pero esa es responsabilidad del cociente intelectual
y del grado de escolaridad de una buena cantidad de peruanos. Y hablo de
peruanos de arriba y de peruanos de abajo.
Tenemos 200 años y no hemos presentado nuestra
tesis. Moriremos en la universidad conversando en la cafetería, enamorándonos
de quien ni siquiera nos mira.
La derecha elemental quiere que nada se mueva y la
izquierda vintage quiere un terremoto inacabable. El centro, que es la versión
ilustrada del entendimiento, fue tragado por la tierra.
En mis épocas de explosiva ingenuidad, creí que el
periodismo podía hacer mucho por el Perú. Digamos que muchos lo intentaron,
por supuesto. Pienso en Luis Miró Quesada de la Guerra, en Alberto Ulloa, en
José Carlos Mariátegui. Pero miren quiénes resultaron sus sucesores. Una
derecha iletrada está al frente de sus voceros y a Mariátegui lo quiso
secuestrar, como marquesina en el teatro del horror, un asesino en serie que se
creyó pata de Mao.
En todo caso, miren el país que hemos hecho -aquel
donde Keiko Fujimori y Pedro Castillo llegaron a segunda vuelta- y díganme qué
somos. Y miren el periodismo de estos días y díganme qué tendremos que
decirles a quienes, desde afuera, nos miran con horror o compasión. Unos
cuantos sacan la cara por los fueros de la prensa y la mayoría está lejos de la
prensa orgánica y empresarial. El éxodo sucedido en “Cuarto Poder” y la aparición
de “Epicentro” es prueba de lo que digo.
Tiempos duros vivimos, lo que no quiere decir que
debamos dejar de pelear por la justicia y la cultura, que son las dos batallas
que la corrupción y la zafiedad nos han ganado.
Casi toda la prensa y TV a su servicio |
Fuimos un país donde los libros no nos eran ajenos y
en el que las ideas podían discutirse. Ese amorío entre la política y la
cultura, entre la aspiración y el buen decir, terminó. Ese país está muerto. Y
nosotros no hemos hecho el duelo que nos corresponde. ▒▒
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