César Hildebrandt
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Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 551 6AGO21
l señor presidente del
Consejo de Ministros dice que Perú Libre ganó las elecciones.
No es cierto. Es
mentira. Es demagogia de la peor especie.
La gente votó por un
profesor de provincias que se enfrentaba a alias La Chica, la señora que la
derecha apoyó con descaro y de modo abrumador a ver si esta vez tenía suerte.
Se diría que la señora
derrotada perdió las elecciones porque no pudo convencer a suficientes
votantes de que había cambiado y que esta vez no era la hija rencorosa del
padre condenado.
Era imposible que en
pleno sufrimiento de la pandemia y la crisis económica por ella desatada los
peruanos no advirtieran que la señora Fujimori estaba fingiendo y que sus
bonos, sus regalías, sus loncheras eran parte de esa actuación.
Perdió alias La Chica. Ganó
Castillo por 44,000 votos. Fue una llegada de nariz saliente, de belfos
estirados. Fue el derby de Kentucky corrido por los caballos menos atractivos
del reparto.
Que el señor Bellido
salga a la calle y le pregunte a la gente que votó por Castillo si es cierto
que, en la cabina electoral, pensó en Cerrón y se emocionó. Que le pregunte a
la gente que votó por Castillo si es cierto que a la hora de ponerle un aspa
al lapicito pensó en Perú Libre y en su líder.
Perú Libre, es decir, el
señor Cerrón, se presenta ahora como el titular de la patente. Y pretende que
el señor Castillo, presidente constitucional de la república, cumpla las
metas del partido marxista-leninista que le sirvió de vientre de alquiler.
El problema es que las
metas comunistas de Perú Libre y del señor Cerrón sólo pueden cumplirse
después de una revolución popular triunfante.
Si el señor Cerrón
hubiese tomado La Bastilla, si el señor Bellido fuese Robespierre, si el
señor Bermejo encarnase a Danton, la historia sería otra cosa.
Esa epopeya de revancha
y justicia, de decapitaciones y refundaciones, no se ha dado aquí.
Eres de este tamaño |
Nada de lo dicho
significa que re el nuevo gobierno esté impedido ni de plantear cambios severos
en varios campos: el régimen tributario, el papel del Estado, la reivindicación
de los postergados, la lucha contra la desigualdad.
Porque así como decimos
que el señor Cerrón no ganó las elecciones y que Perú Libre no puede pasarnos
la factura de un triunfo expectaticio, del mismo modo podemos decir que la
derecha no puede exigir la castración programática del nuevo gobierno.
La derecha no puede
confundir las válidas críticas que se le hacen a Castillo con la exigencia
inaceptable de que nada debe cambiar. ¡Claro que hay muchas cosas que cambiar!
Una cosa es que Castillo sume errores precoces y se dispare a los pies con
algunos de sus nombramientos y otra muy distinta es pedirle que se olvide de
los millones de preteridos que le dieron su confianza.
La derecha cree que
Castillo debe acatar los miedos que sus periódicos y televisiones desatan.
Cerrón y Perú Libre están seguros de que Castillo es el hombre que pusieron en
palacio para que fuera obediente y reconociera su papel de actor secundario.
El señor Castillo tiene
que gobernar un país complicado en un momento especialmente delicado. Su
deber es durar. No debe ser peón de Cerrón ni Cosito de la prensa concentrada.
Encontrar ese balance requiere consejeros sabios y no gente dispuesta a patear
el tablero como “gesto viril”.
El señor Cerrón cree que
se ha encontrado con la fortuna de una revolución castrista sin necesidad de
irse a pegar tiros a la Sierra Maestra. Los que apoyaron la candidatura de
Castillo con su voto apostaron por el cambio. Pero el cambio no puede darse en
la anarquía ni puede ser el resultado de una guerra civil instigada desde el
poder.
Vladimir Cerrón quiere
cerrar el congreso después de dos censuras de gabinete y aspira a que una
nueva elección legislativa le dé una nueva y aplastante mayoría a Perú Libre.
Sueña, divaga, delira el señor Cerrón. Nuevas elecciones quizá signifiquen
menos curules y una derrota enorme. El exgobernador de Junín cree en una nueva
versión de los Estados Generales. Quiere guillotinar Capetas que no existen.
Lo que necesitamos es un
capitán que sepa de tormentas. Lo que menos requerimos es un chiflado que
enfile la proa hacia donde suenan los truenos. Es la hora de ponerse serios. ■
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