UN
CAPÍTULO MÁS
César Hildebrandt
Tomado
de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 527, 19FEB21
L |
os pesimistas profesionales disfrutan con el Perú.
No hay expectativa sombría que aquí no se cumpla. No hay empeoramiento que
aquí no se dé. No hay predicción malsana que aquí no encuentre el escenario de
su realización.
Y siempre podemos estar más abajo, descomponernos
más, apestar más agudamente.
Vizcarra es un asco y, al mismo tiempo, parte de la
tradición. Vizcarra es un forajido y, al mismo tiempo, purito folklore.
Vizcarra es un canalla y, al mismo tiempo, un continuador. Vizcarra es
historia.
Y no hablemos de la historia ancestral, aquella que
nos relata cómo fue que el primer presidente del Perú terminó aliado de los
españoles y cómo es que después la independencia, que nos fue impuesta, se
convirtió en un negocio con el tema de la consolidación, punto de partida de
grandes fortunas de nuestra burguesía falsificada. Hay que decirlo: muchos de
los grandes patrimonios se obtuvieron porque hubo gente que le cobró al país
los sacrificios que no había hecho en la guerra contra España. Y eso se pagó
con la plata que nos dejó, en abundancia, la mierda aviar usada como abono.
Hablemos de los últimos capítulos de esta tragedia
llamada Perú.
En 1980 regresamos al régimen de las elecciones. Nos
gobernó un señor que hablaba como un virrey benévolo, que jamás robó
personalmente pero que sí dejó que otros lo hicieran. Durante su mandato un
loco que se creía el Mao de Huamanga empezó a acribillamos para fundar una
Kampuchea andina.
Vino después un señor que se trajo abajo todo,
excepto su bolsillo, su hacienda, sus alforjas. El primer García robó desde los
fondos de la campaña electoral hasta las comisiones italianas del tren
eléctrico y se hizo rico en palacio. No sólo eso: inventó a Fujimori, el chino
de la yuca y el tractor que le ofreció impunidad a cambio de asesoría y ayuda
de la prensa y la televisión.
Fujimori, que era profundamente japonés y que odiaba de reojo al Perú, nos pudrió íntegramente y, para evitarse incomodidades, cerró el Congreso, profirió una constitución que ni siquiera Odría habría instigado y le dio el mando de las cosas diarias a Montesinos, un psicópata que se alegró cuando su padre cometió suicidio. El pueblo peruano, que había temido y adorado a Bolívar, premió a Fujimori con una reelección arrolladora en 1995. Javier Pérez de Cuéllar, que había sido dos veces secretario general de la ONU, obtuvo un tercio de los votos del autócrata. Le pasó lo mismo que al escritor Mario Vargas Llosa, despreciado por el electorado por anunciar que tendría que hacer los ajustes económicos que Fujimori juraba que no habría de hacer.
En esa década de desaparición de derechos y
privatización salvaje, la derecha se sintió en el viejo Ancón del Yatch Club.
La podredumbre fue su hábitat. Y la izquierda, que pagaba el pato de lo que
habían hecho las fieras de Sendero, no supo librar una sola batalla digna.
Fujimori salió por un video que expresaba lo que era
su régimen y huyó al Japón, donde más tarde quiso ser senador pero no pudo
porque no le alcanzaron los votos.
De
modo que elegimos a Toledo, el lustrabotas bamba, el
iluminado de los apus, el cholo sagrado que se había educado en Stanford y que
farfullaba un castellano fronterizo. ¿Nos reconciliábamos con lo andino? ¡No!
Premiábamos el ascenso social, nos jactábamos de tener a un indio que hablaba
tanto el inglés que se había olvidado del español. ¡Darling!
Ya sabemos ahora qué hizo Toledo y cómo fue que el
sueño de un gobierno reconstructor acabó en una tranca interminable y ante
papeles cofirmados por Josef Maiman en Costa Rica.
En el año 2006 volvimos los ojos a Alan García. Lo
habíamos perdonado, claro está. Era mejor que ese comandante con cara de
agregado militar venezolano. Otros cinco años de desigualdad, corrupción y
parloteo patriótico. Quien se había hecho rico en el quinquenio 85-90 del
siglo pasado se hizo aún más rico entre el 2006 y el 2011. También permitió que
otros robaran como él y fue dócil con la CONFIEP, con los mineros, con los
brasileños. A sus propiedades inmuebles nacionales e internacionales añadió una
casa de 840,000 dólares en Miraflores y nadie se sorprendió. Después nos
enteraríamos de algunos detalles. Cuando la fiscalía lo rodeó a punta de
testaferros que cantaban, se suicidó. La gran prensa lo presentó como un mártir
de la severidad judicial. Eso somos.
Cuando el comandante que era aliado de Chávez firmó
un papel en el que se comprometía a no cambiar nada, estuvo listo para su
elección. Rehén del papel suscrito, manejado por su hacendaría cónyuge, el
comandante se ganó a tembladera de pulso el apodo cruel de “Cosito”. Otros
cinco años de parálisis disimulados con algunas obras sociales: el bomberismo
de la compasión apagaba algunos incendios. El barrio debía seguir igual.
Lampedusa editado en la imprenta de “El Comercio”.
Lo más reciente es aún más pintoresco. El señor
Pedro Pablo Kuczynski daba la apariencia de ser un gringo que quería ser
presidente como una distinción otoñal y resultó ser un criollazo de bajo el
puente obsesionado con aumentar los acres de su norteña propiedad. Nada
dramático hubiese pasado, sin embargo, si la heredera de la cepa fujimorista no
hubiese decidido traerse abajo el gobierno. El encumbramiento de Vizcarra no
habría sido posible si Keiko Fujimori no lo hubiese tramado como una venganza.
La Trump peruana y el venido de Moquegua, traidores recíprocos, se
encontrarían ferozmente. El resultado sería el congreso actual.
¿No les dice nada a los peruanos que sus presidentes
sean lo que han sido estos últimos años?
¿No les dice nada que la señora Keiko, con la
franquicia de su padre asesino y ladrón en la mano, haya estado a punto, dos
veces, de ser presidenta? i ¿No les dice nada que el señor Manuel Merino haya
podido ser ungido, aunque sea por pocos días, presidente de emergencia?Chillico en "Hildebrandt en sus Trece"
Mi modesta teoría es que la corrupción nos es inherente.
No es que en otras partes no haya podredumbre de la cosa pública. Es que aquí,
desde que empezamos como país independiente, la sanción social no se cumple. No
tenemos voluntad de rectificación. La complicidad siempre nos llama.
José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete, nuestro primer
presidente, traicionó al país, fue deportado y volvió al Perú en 1833. A su
regreso, le dieron el título de Gran Mariscal y lo nombraron diputado. Somos el
único país del mundo en el que un presidente y comandante en jefe del ejército
huye en plena guerra y cuando esta empieza a perderse.
Mariano Ignacio Prado Ochoa regresó al Perú en 1886
y juró como presidente de la Sociedad de Fundadores de la Independencia y
Vencedores del 2 de Mayo. Su fortuna mal habida fundaría un imperio duradero y
su hijo, Manuel Prado Ugarteche, sería dos veces presidente del Perú. Así somos
los peruanos.
Vizcarra es un impresentable. Pero es el eslabón de
una larga y ominosa cadena. ▒▒
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