LECTURAS INTERESANTES Nº 981 gvasquezcuentas@gmail.com // gvasquezcuentas@yahoo.es LIMA - PUNO, PERÚ 25 SEPTIEMBRE 2020
PROMESAS
DE CAMPAÑA
César Hildebrandt
Tomado
de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 508, 25SET20
L |
a ética de este congreso
de los Luna y los Chehade la expresó muy bien la congresista frenteamplista
Mirtha Vásquez Chuquilín cuando dio a entender que las promesas eran para
tirarse a la basura y servían para engatusar al soberano durante las campañas
electorales.
Esta fue su desnuda
reflexión, expelida a mediados de este año: “Las propuestas de ley no deben
venir en función de lo que hemos ofrecido en la época de campaña electoral. A
mí me parece eso muy irresponsable, porque en campaña electoral se ofrece de
todo. Imagínense ustedes si acá se viene a tratar de desarrollar normas en función
a lo que se me ocurrió ofrecer en campaña. Entonces me parece un mal referente
y eso también me preocupa”.
Soltó esas palabras en
un debate sobre el tema de la inmunidad parlamentaria.
Días antes de esa
exhaustiva confesión, como lo recordó Raúl Tola en una columna, la congresista
acciopopulista Rosario Paredes había puesto el primer terrón de aquel busto de
quincha erigido en homenaje al cinismo: “Las leyes no pueden darse por un
compromiso de campaña y dejar la función importante de fiscalización”.
La “gran prensa” trató a
la ligera el tema. No sé por qué, pero lo sospecho: el peso del matriarcado
mediático es muy grande en estos días. Y como se trataba de dos clientas
potenciales del oenegismo ultrafeminista, había que tener cuidado. No fuera que
las manuelas y las floras acusaran de misógino a quien señalara que habían sido
dos mujeres las autoras de tamaño descaro parlamentario.
¿O sea que las promesas
electorales se lanzan para el embauque y la trafa? ¿O sea que es válido ofrecer
el oro y el moro y después reírse a solas en la oficina ganada con los votos de
la ingenuidad? ¿O sea que puedes jurar que quieres adecentar la política y después
ser un compadrito (a) cualquiera?
Sí, señoras y señores.
Eso es lo que hacen los políticos y las políticas. Pero no sólo ellos (ni
ellas). Eso es lo que se hace en el Perú a todo nivel, en todos los campos, a
lo largo y ancho de esta república aceitosa.
La mentira es universal,
es cierto, pero pocos son los países que le rinden culto. Aquí, la mentira se
admira, se envidia, se fomenta. La “viveza criolla” es la mentira ancestral de
nuestra identidad. Nos deslumbran los mentirosos. Huimos de la verdad cada vez
que podemos. Y vaya que podemos.
La mentira, hermana de
la traición, estuvo en las raíces de nuestro origen poscolonial. Mintió a su
gusto el primer presidente (Riva Agüero) que terminó en tratos con los
españoles. Mintió a rabiar Torre Tagle, que se pasó a las filas del enemigo.
Mintieron los canallas que traicionaron a La Mar, lo depusieron y lo embarcaron
rumbo a Costa Rica. Así empezamos nuestra historia de país independiente. Y así
seguimos, apuñalándonos cada vez que podíamos, negándonos en la reciprocidad
del exterminio.
Hay quienes aspiran a
que relativicemos todo y a que reconozcamos que la verdad es uno de los cadáveres
exquisitos de la modernidad. Si nos plegamos a esa perspectiva, no hay verdad
ni principios ni ética y ni siquiera naturaleza o realidad verificable. Se nos
propone un mundo borroso visto desde las cataratas del impresionismo moral. Un
mundo donde debemos tolerar todo desmán, condonar la arbitrariedad (siempre
que esté de moda) y humillarnos ante “lo políticamente correcto”. Un mundo
donde la ética es vista como un vintage
y donde da lo mismo esforzarse por mantener el nivel que escribir como imbécil,
decir atrocidades, proponer estropicios.
Después viene alguien
que se las da de misionero (a) y te dice que debemos “comprender” al Frepap.
Pues este columnista plantea que si debemos “comprender” al Frepap, lo mismo
deberíamos hacer con las hordas de Abimael Guzmán. En ambos casos está,
presente y elocuentísima, la barbarie. En ambos casos está expresada la derrota
cultural del Perú. Si el mal gusto conduce al crimen, como dijo Saint-John
Perse, tanto Sendero como el Frepap proceden de la misma sombra. Los de Guzmán
intentaron incendiar el país y refundarlo a partir de sus cenizas. Los del
Frepap verbalizan la muerte de la cultura peruana. No son una variedad
imaginativa del futuro disfuncional: representan el viejo pasado de las masas
conducidas a votar con pisco y butifarra (y que hoy pueden venerar al señor
Ataucusi y creer en su resurrección al tercer día). Sendero creía en Guzmán: el
Frepap se cree embajada espiritual del Gran Israel. ¿Cuánta oscuridad debe uno
tener en la bóveda craneana para aceptar cualquiera de esas dos adhesiones?
Pero volvamos al tema
que originó esta columna: la promesa electoral descartable. ¿Se imaginan el
festival de compromisos que habrá en las próximas elecciones? A mí se me hace
agua la boca pensando en lo que pueden ofrecer los candidatos del 2021. Y me
conmueve pensar cuántos miles de peruanos, condenados al candor por el fracaso
de la educación pública y la magnitud de la pobreza y la desigualdad, se
tragarán esos anzuelos y votarán por quien mejor suene en los debates. Como
sonaba Mirtha Vásquez Chuquilín cuando derramaba lisura y mil promesas. ▒▒
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