APAFIT
EN CANDELARIA DE 1971
Escribe: Guillermo
Vásquez Cuentas
C
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omo
no se danzaba para concurso alguno, se hacía para el pueblo que esperaba
nuestras públicas exhibiciones. Con frecuencia, grupos de espectadores nos
seguían por plazas y calles para ver la mejor expresión coreográfica popular de
la que la ciudad tenía recuerdo; y, como se acostumbra hasta ahora, la Plaza de
Armas, la ancha calle que queda frente a la catedral, fue -y sigue siendo- el
espacio preferido para las demostraciones que hacen todos los conjuntos que
participan en la festividades religiosas y actos cívicos. Cumpliendo con esa
tradicional práctica, en ocasión de celebrarse la Festividad de la Virgen
Candelaria el año 1971 cuando vuestro seguro servidor ejercía la presidencia de
la Agrupación Puno de Arte Folklórico y Teatro, APAFIT, el conjunto danzario de
la institución en pleno irrumpió una tarde en la explanada y, ante los ojos de
la gente que la rodeaba procedió al ejercicio práctico de la estampa
altiplánica conocida como Kullahua.
La
fotografía muestra la sincronía casi perfecta de los danzarines que se puso en
evidencia en esa ocasión como en otras, pues así puede notarlo cualquier
observador de la imagen: la punta del pie de las damas, toca la superficie del
cemento prácticamente al mismo tiempo. En todo caso, las diferencias son de
fracción de segundo.
Lo
que nunca podrá advertirse del examen más minucioso que se haga de la
fotografía adjunta, es la belleza de la plástica propia de los movimientos
corporales, los mismos que obedecen a los cambios en la secuencia de mudanzas o
“figuras” que integran la coreografía general preestablecida y ensamblada con
el ritmo y melodía de la música que condiciona el desarrollo integral de la
danza.
La
sincronía y la expresión corporal se obtienen y refinan con la práctica que se
materializa en los ensayos previos a las presentaciones públicas. Uniformizar
los movimientos, depurar la dinámica del cuerpo obedeciendo a los cambios previstos,
memorizar el desenvolvimiento de la danza en su integridad, cumplir el rol que
cada quien cumple en el conjunto, son todos producto de los ensayos. En APAFIT
estos fueron mezcla de departir simpáticamente entre integrantes del elenco de
danzarines, de poner compromiso, interés y voluntad por hacer bien las cosas y
de aceptar sacrificios en horarios y durezas en el trabajo compartido. En el
desarrollo de los ensayos hubo siempre los breves momentos de descanso y de
chascarros y jolgorio, pero al estilo APAFIT la parte grave, seria y hasta solemne
era la ejecución de la misma práctica del ensayo en sí, -a veces salpimentado
con algún “ajo” del director de danza de esos y anteriores tiempos- dirigido a
obtener correcciones y mejoras en la capacitación de los danzantes individualmente
así como en el grupo en su conjunto.
Pero
lo anterior tiene carácter material. El complemento espiritual definitorio de
la ejecución de la danza y de las danzas del repertorio institucional, lo ponen
los danzarines. Conciencia de su identidad como ejecutores de una manifestación
cultural del pueblo al que
pertenecen; la actitud favorable frente al esquema
coreográfico; el gusto por danzar una manifestación del acervo cultural de su
patria chica; amar y sentir la danza desde las profundidades de su ser espiritual,
son algunos ingredientes necesarios para un resultado exitoso del aspecto
práctico de la estampa coreográfica popular de que se trate.
Cusco, 1965 teatro Garcilaso. Archivo Polly Vera |
Los
hechos y circunstancias en la vida institucional de APAFIT, han posibilitado
que esta entidad haya sido la pionera, inauguradora y modelo inspirador de
muchas instituciones de similar carácter que, siguiendo las rutilante estela
dejada por diversas promociones de “apafitos”, han ido apareciendo con el
tiempo en Puno y el Perú.
Lima
18MAY2018
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