PRESENCIA DE RASGOS PUQUINA,
AIMARA Y QUECHUA
Mario Ramos Tacca
| LOS ANDES 24 abr 2016
Mucho se ha especulado en los últimos tiempos sobre la
toponimia de la provincia de Melgar. Propios y extraños se han aventurado a
explicar el tema desde distintas posturas. En particular, han sido los
profesionales de la educación quienes han incursionado con mayor entusiasmo en
este espinoso campo, debido a que muchos de ellos asumieron la responsabilidad
de escribir las monografías de sus lugares de origen y/o trabajo; y con
conocimiento de causa o no, urdieron intuitivas explicaciones, desde la
perspectiva quechua, que el saber popular con el paso del tiempo fue tomándolos
como verdaderos. Quizá muchas de esas explicaciones fueron concebidas bajo el
influjo de las ideas de
Pacheco Zegarra y los añejos historiadores como
Riva-Agüero, quien se constituye en uno de los más fervientes defensores de la
tesis del “quechuismo primitivo” para todos los acontecimientos pre y post inca
después de Garcilaso de la Vega.
Por otro lado, enfocando el tema desde la línea del
“aimarismo primitivo”, Middendorf, principal propulsor de esta postura y, en
nuestro medio, Bustinza Menéndez, nos alcanza explicaciones valederas que se
aproximan a un abordaje científico del tema. Apoyado en esta postura, Bustinza
intenta explicar el origen del topónimo «Ayaviri» y «Umachiri» recurriendo a
fuentes como el puquina, callahuaya, uriquilla, aimara y al quechua, como
veremos más adelante.
El argumento base de esta postura, es que las lenguas
aludidas fueron habladas con mucha anterioridad que el quechua en territorio
altiplánico; hecho que nos invita a reflexionar y repensar el tema,
sugiriéndonos emprender mayores trabajos de investigación, apoyados
fundamentalmente en la lingüística andina.
De modo que el presente artículo tiene el propósito de
alcanzar una explicación descriptiva basada en investigaciones lingüísticas que
pretenden dilucidar el tema en cuestión a partir de argumentos que sostienen la
presencia del puquina y el aimara como lenguas primordiales habladas por los
antiguos habitantes de esta parte del territorio collavino.
Por lo demás, quizá sea tiempo de desechar los conceptos
erráticos que hasta la fecha no han hecho otra cosa que oficializar un
conocimiento especulativo y erróneo sobre el tema, dando lugar a que
generaciones y generaciones de ayavireños entiendan el caso solamente a partir
de un aparente quechuismo tardío. Tal vez esto se debe a que no se tuvo
conocimiento expreso de que el quechua llega al altiplano con posterioridad,
solo a partir de la incursión del Inca Sinchi Roca y Lloque Yupanqui
(Garcilaso, 1609) quienes impondrían y oficializarían el uso de esta lengua en
territorios conquistados de anterior habla puquina, callahuaya, uro y aimara.
Por lo mismo, para los intereses del presente enfoque,
nuestra explicación tendrá como eje vertebrador los estudios de onomástica
andina emprendidos a partir de los planteamientos contemporáneos en materia de
Lingüística Andina, con preponderancia en el aimara, sin desmedro de la
existencia de rasgos lexicales característicos de origen puquina y uro, que
probablemente están presentes en el corpus de la toponimia dentro del
territorio estudiado. Empero, a falta de información bibliografía especializada
en materia del puquina y el uro, por el momento nos reservamos el derecho de
especular sobre el tema expuesto.
DESCRIPCIÓN MORFO-SINTÁCTICA DEL CORPUS LINGÜÍSTICO.
ANTAUTA
Lexema híbrido quechumara: “Anta-uta” está compuesto por dos
morfemas lexicales: un lexema nominal de origen quechua «Anta» y otro de origen
aimara «uta».
Para una correcta interpretación lingüística del topónimo,
nos hemos permitido consultar fuentes bibliográficas del siglo XVI y
posteriores debido a que estas registran, en cierta medida, los rasgos del cambio,
superposición, contacto y desplazamientos lingüísticos anteriores. Así, según
el “Vocabulario políglota incaico” (1905) del Colegio de Propaganda Fide del
Perú, la acepción que se le asigna al vocablo Anta es el de “cobre” y el
“Vocabulario de la lengua aimara” de Ludovico Bertonio (1612) asigna a uta, la
significación de “casa cubierta”.
Como se puede observar, el resultado del encuentro entre dos
lexemas provenientes de lenguas diferentes, evidencian los contactos y
desplazamientos lingüísticos de la que fueron objeto las lenguas por un lapso
prolongado dentro del territorio collavino, hasta que se oficializa el proceso
de quechuización entre los puquina, callahuaya, uro y aimara, con la llegada de
los últimos incas expansionistas.
Ahora, auscultando el significado que posee el topónimo en
cuestión y procediendo a su correcta lectura de derecha a izquierda, y no de
izquierda a derecha, como ocurre con la lectura e interpretación en el español,
el significado ciertamente metafórico sería “casa cubierta de cobre” o “casa
con presencia de cobre”, considerando que los espacios que poseen riquezas de
un tipo o carácter, eran conocidos por nuestros antepasados como “uta” o
“casa”, tal como ocurre con el topónimo “Waka-uta” ubicado en el distrito de
Macarí y Willka-n-uta, huaca pre-inca situada entre los límites de Cuzco y
Puno.
Por consiguiente, la motivación que llevó a los antiguos
habitantes de este lugar a denominar de ese modo su territorio, obedece
simplemente a que todo estaba circunscrito a la descripción sistemática del
espacio y a la caracterización de las cosas de acuerdo a sus peculiaridades más
resaltantes. Así lo demuestra, en la actualidad, la actividad minero cuprífera
que se viene desarrollando en «Antauta» por más de cincuenta años.
AYAVIRI
Es el milenario nombre de la actual capital de la provincia
de Melgar, y como tal, su toponimia ha sido interpretada, primordialmente,
desde la postura quechua.
Con el transcurrir de los años y conforme avanzan las
investigaciones, Bustinza (2008) en un artículo publicado en la Revista
“Alborada Andina” N° 03, es quien alcanza una explicación distinta a la
sostenida por los ayavireños más entusiasmados y defensores del “quechuismo
primitivo”. En el numeral 4 de su extenso artículo, el mencionado autor explica
contundentemente: “AYAVIRI, es una voz aymará que deriva de la palabra ‘Ayawi’
al agregársele el sufijo ‘iri’ se forma la palabra ‘Aya-wi-iri’, la cual, por
castellanización, se convierte en la palabra Ayaviri. Como topónimo significa:
‘lugar en donde viven los hilanderos’, como antropónimo significa también ‘los
que hilan’ o sea ‘los hilanderos’. Esta denominación guarda estrecha relación
con la versión histórica del desarrollo de este pueblo, el cual al ser
eminentemente ganadero (criador de llamas, alpacas, luego de ovinos) estuvo
dedicado a fabricar hilados y tejidos derivados de estas actividades hasta muy
entrada la colonia, en donde los españoles habían establecido obrajes dedicados
al hilado. Esta afirmación se corrobora con el hecho de que los indios aymaraes
durante la visita del Virrey Toledo, en 1572, pagaban sus tributos en hilados y
Ropa de Awasqa, dándoseles lana para ello por el encomendero. Estos obrajes
fueron destruidos durante la Revolución de Túpac Amaru II en 1781”.
Como se puede apreciar, en mérito a las hipótesis sostenidas
por este acucioso investigador que tiene como punto de partida la lengua
aimara, pudimos develar con mayor detalle las aseveraciones que hoy sostenemos.
Y gracias a los aportes del lingüista Cerrón-Palomino y otros en materia de
onomástica andina, tuvimos mayor claridad sobre el tema. De modo que, al
realizar un minucioso examen morfémico de los elementos formativos del
topónimo, nos encontramos con que ellos tienen un típico origen aimara, como a
continuación exponemos:
«Ayaviri» es un topónimo que está compuesto por un radical
aya- y los formantes sufijales: derivador -wi- “lugar donde ocurre o existe
algo” o “lugar con” y el agentivo –iri- de origen aimara con pérdida de la
primera vocal débil –i por efecto de la elisión vocálica que es procedimiento
morfofonémico general del aimara al anexar sufijos a la base.
Ludovico Bertonio (1612) en el “Vocabulario de la lengua
aimara” describe el compuesto –wiri como “la punta de madera muy dura que echan
al arado” o “lanceta de hilo”. Entonces, se puede decir que el radical
acompañado por estos formantes deriva en “lugar en el que existen ‘ayas’”. De
modo que las “ayas” según la información que venimos consultando sería el
resultado del radical nominal aya- que según el clérigo significa: “un huso de
hilo, lo que comúnmente hilan de una vez en un huso, o husada”.
Por lo mismo, refiriendo a las conclusiones a las que arriba
Bustinza en su artículo. En la quinta asevera: “Ayaviri en aymara tiene varios
orígenes etimológicos, así quiere decir a) ‘Lugar en donde viven los
hilanderos’; b) ‘Los hilanderos’, c) ‘Cuartel general con muchos soldados’; d)
‘Pueblo de frontera Qolla’, ‘Inmortal’, ‘Adalid’, etc. f) ‘Pueblo sobre el Río
que viene desde muy lejos’”.
Nosotros coincidimos con los primeros, de modo que el
análisis nos lleva a concluir que la motivación fundamental que habría
originado el nombre del lugar, es metafórica y se debió a que la zona,
antiguamente, estuvo poblada por expertos tejedores debido a la existencia de
abundante ganado auquénido, de cuya lana se elaboraban una infinidad de prendas
y objetos ornamentales.
Finalmente, de modo comparativo, la misma derivación
morfológica podemos ubicar en los muestras: «Ayavile» (Vilque, Puno) y para el
morfema sufijal –wiri en el topónimo «Ocuviri» (Lampa).
CUPI
Este topónimo presenta una raíz nominal de origen puquina.
Quizá el único en todo el ámbito provincial con esta característica. Aparece
como préstamo al aimara debido a que estas lenguas fueron objeto de contactos y
desplazamientos desde tiempos milenarios. Así, el Diccionario Aymara–Castellano
del PEEB Puno (1984) presenta una entrada “Kupi” con el significado de
“derecho” y el “Vocabulario Políglota Incaico” (1905) registra una entrada
«Cupi», nombre con significado: “derecha”.
Pero es Torero (1987) que en “Lenguas y pueblos altiplánicos
en torno al siglo XVI”, en el anexo de su trabajo glotocronológico y
lexicoestadístico del puquina, registra un nombre «cupi» con los significados:
“diestra, mano derecha”. De modo que interpretando la significación del
topónimo, estaríamos frente a un nombre de corte metafórico que refiere a una
milenaria población de habla aimara, asentada en el “flanco derecho” de las
principales huacas y apus de la zona.
LLALLI
Según nuestras averiguaciones, se trata de un etnónimo de
origen aimara. Desde esta postura, el Diccionario Aymara-Castellano del PEEB
Puno (1984) registra la entrada Llalli con una doble acepción: 1. Poder
excepcional; 2. Amuleto (antig.) Para una correcta interpretación del topónimo
referido, nos interesa recuperar la segunda acepción que podría ser un arcaísmo
aimara en los dialectos contemporáneos.
En consecuencia, desde el punto de vista morfológico
«Llalli» está compuesto
por un único radical nominal Lalli con significado de
“amuleto”, significado que estaría asociado a las ofrendas de las deidades o
los objetos que portaban los antiguos pobladores de la zona como símbolo
religioso e idiosincrático.
No existe mayor información que pueda explicar lo contrario,
excepto que el nombre tenga una filiación puquina y no aimara. Por lo que nos
inclinamos a pensar que una explicación a partir del aimara se acerca más a
dilucidar el tema, pues, sobre este asunto, la bibliografía consultada, poco o
nada nos dice al respecto del puquina. Sin embargo, no dudamos que así sea,
pues, realizando un rastreo de la toponimia menor en la zona, este arroja
resultados asociados al aimara; sirven como ejemplos: «Llamqaqhahua»,
«Machaqmarca», «Chechequeña», «Kapillani», «Huanacomarca», «Checcasica», etc.
En todo caso, se descarta el concepto popular de Llalliq sostenido a partir del
morfema verbal quechua “el que encabeza o lidera”, como hasta ahora se ha
venido sosteniendo erradamente.
MACARÍ
Este topónimo de clara motivación fitonímica es de filiación
quechumara. Cerrón-Palomino (2002) nos alcanza algunos datos importantes sobre
el lexema maca- y su tratamiento morfológico correspondiente, indicándonos que
dicho morfema denota un origen aimara y quechua perteneciente al reino animal y
vegetal. Por lo que la estructura morfológica comprendería una raíz nominal
maca- proveniente del proto quechua/aimara *maqa- con el significado de “maca”
fruto comestible de alto poder nutritivo; seguido del formante –ri (agentivo
aimara) con acentuación española aguda que devendría en «Macarí»: “lugar donde
abunda la maca”. Maca-ra-y es una posible variante del nombre en mención.
NUÑOA
Remitiéndonos a las fuentes más antiguas en materia de
registro lingüístico aimara y quechua, Ludovico Bertonio (1612) en el
“Vocabulario aimara” registra la entrada «ñuñu» con el significado de “el
pecho, y también la leche que del sale”. Asimismo, Diego Gonzales Holguín
(1608) en el “Vocabulario de la Lengua General de Todo el Perú Llamada Lengua
Qquichua o del Inca” registra la entrada «Ñuñu»: “la leche o teta, o ubre de
mujer, o de toda animal”. Estas acepciones, por supuesto, nada tienen que ver
con la motivación original del topónimo en mención. No estamos seguros sobre
cuál de las lenguas fue la que dio origen al topónimo, pero por los
procedimientos morfológicos de confluencia de lenguas en un mismo contexto,
podemos estar seguros de que «Nuñoa» conglomera una raíz nominal «nuño», que
puede ser quechua o aimara, y el formante aimara –wa que hace referencia a una
característica topográfica del lugar.
La característica esencial de los topónimos es que estas
presentan lexemas nominales en su estructura y describen características
relevantes del espacio que detallan. De modo que estamos seguros que el nombre
es de clara motivación fitonímica. Se origina a partir de un radical nominal
«ñuñu»: “alimento de aves”, que según Venero (2012) en el libro “Guía de Aves y
Flora-Laguna de Orurillo” la describe como una especie arbustiva perteneciente
a la variedad solanácea, conocida en el medio con el nombre común de
“ñuñu-ñuñu” (pescoq tomaten) y el formante –a, que a modo de reconstrucción
debió responde a una muestra proto que devino en *ñuñu-wa.
Morfosintácticamente, el nombre nos lleva a pensar que su origen tiene
motivación metafórica, pues el topónimo se habría producido debido a que en la
zona existe abundancia de la especie arbustiva peculiar que en el habla de los
antiguos pobladores de la zona se denomina “nuño-nuño” añadiendo el formante –a
sería una forma derivada del sufijo aimara independiente validacional –wa que
ingresado en el vocabulario de los españoles del lugar, devino en «Nuñoa». De
manera que realizando el análisis e interpretación de los elementos del
topónimo tendríamos “lugar con presencia de abundantes nuños”. Así lo
corroboran fuentes de internet consultadas y que dan cuenta de que el topónimo
“Proviene del nombre de una planta medicinal que abunda en ese sector que se
llama ñuño ñuño” (Fuente, internet).
ORURILLO
De origen quechua-español. Para tener una idea más acertada
sobre los procesos en que devino «Orurillo» realizamos un rastreo previo de los
antecedentes del término, a través de las fuentes primarias de consulta. Así,
Bertonio (1612) presenta una entrada aimara «Huru huru» con el significado de
“Pueblo así llamado, y nuevamente poblado junto a las sepulturas donde en este
tiempo hay grandes minas de plata”. Quizá el efecto reduplicado de la raíz
tenga sus fundamentos en la doble ocupación y poblamiento de la misma zona
desde épocas muy antiguas. Este rasgo nos hace concluir que el término se
asocia con un etnónimo que está compuesto por el formante nominal quechua
reduplicado «Uru – uru» que identifica a un grupo de antiguos habitantes de las
riberas del Titicaca, lagos y lagunas del altiplano peruano-boliviano pre-inca.
De acuerdo a la motivación y procedimientos lingüísticos de
los topónimos, el análisis nos obliga a ubicar un lexema nominal como base de
su formación, de modo que, siguiendo ese hilo conductor, en el “Vocabulario
Políglota Incaico” (1905) encontramos una entrada quechua nominal «uru» que
lleva el significado de “insecto” que esta vez sí coincide con los
requerimientos morfológicos del topónimo, pero no satisface la caracterización
semántica del vocablo. Asimismo, esta postura es corroborada por las
investigaciones de Cerrón-Palomino (2005), quien explica que la etimología del
término conduce a pensar que sería de origen quechua, con un trasfondo de corte
despectivo que servía para reconocer a un grupo de habitantes originarios del
lago.
Como resultado de ello, tendríamos «Uru-ru», base nominal
con caída de la vocal débil en el segundo segmento reduplicado para designar a
los descendientes de la antigua civilización de los “Urus”, expertos pescadores
asentados en las riberas de los lagos y lagunas del altiplano, tal y conforme
se observa en la ciudad boliviana de Oruro, fundada en las proximidades del
lago Poopó.
En consecuencia, la base nominal Uru más el sufijo
diminutivo latino –illo que fue de uso común en el trucamiento de los nombres
influenciados por la presencia del español y las lenguas andinas hasta mediados
del siglo XVII, da como resultado «Orurillo», según lo manifiesta el
investigador Cerrón Palomino (2013) en un artículo científico dedicado a
dilucidar el topónimo «Carabaillo».
En conclusión, derivando los nombres, tenemos la raíz
«Oruro» y el diminutivo «Orurillo», que semánticamente devino en “el pequeño o
menor Oruro” por compartir las mismas características de los poblados y
asentamientos humanos establecidos en las orillas de los lagos desde tiempos
milenarios.
CHUNGARA - SANTA ROSA
«Chungara» es la denominación primigenia que identificó a un
grupo de habitantes aimarófonos de las vertientes del nudo del Vilcanota y
asentados en las faldas de la cordillera del Khunurana. Santa Rosa viene a ser
una denominación tardía de la época colonial en la que sus fundadores
trasladaron los dominios de la antigua urbe de los Chuncara hacia un llano
inclinado, muy propicio para fundar la nueva ciudad, capital de distrito.
Revisando la documentación temprana de los cronistas que
hacen referencia a la población pre inca asentada en esos parajes altiplánicos,
Garcilaso de la Vega (1609), quien al hacer referencia de la política expansiva
de Sinchi Roca en territorio Collasuyo dice: “Y en espacio de los años que
vivió, poco a poco, de la manera que se ha dicho, sin armas ni otro suceso que
sea de contar, ensanchó sus términos por aquella banda hasta el pueblo que
llaman Chuncara, que son veinte leguas adelante de lo que su padre dejó ganado,
con muchos pueblos que hay a una mano y a otra del camino”.
Chuncara, se trató, pues, de una población prístina de
aguerridos guerreros que antes de la llegada de los Incas ya formaban parte de
la gran nación K’ana de habla aimara.
Por lo cual, el examen morfológico del nombre nos muestra
que los segmentos están compuesto por un radical chunga- (Ch’unkara) con
trastocamiento consonántico de «k» g que en boca de los quechuahablantes de
posterior influencia en la zona, debió pronunciarse de este modo [Chungara].
Ludovico Bertonio (1612) no lo registra en su diccionario
aimara, quizá por tratarse de una omisión involuntaria o, quizá, porque el
término corresponde a un arcaísmo relacionado al preprotoaimara hablado en la
zona o, tal vez, a una voz proveniente del puquina.
Ampliando, «Chuncara» porta un formante ponderativo –ra que
viene de la forma reduplicada intensificadora de *rara, tal y conforme aparece
en nombres como «urqurara» y «qalarara». Empero, es necesario explicar que ha
sido muy complicado ubicar información específica sobre el tema en cuestión.
Sin embargo, según nuestro punto de vista, estas
definiciones no concuerdan con la motivación intrínseca del topónimo, de modo
que el significado del segmento aludido requería mayor indagación.
Siguiendo los procedimientos lingüísticos deductivos, el
topónimo presenta una motivación primigenia de clara filiación fitonímica.
«Chungara» significaría “lugar con abundante cchunkas” o “lugar donde abundan
las chunkas” que creemos es el verdadero motivo que describe este espacio de
milenarios habitantes aimarófonos.
Para sostener estos argumentos, nos apoyamos en información
proveniente de la internet y encontramos un nombre de lugar similar al referido
dentro de territorio chileno, actual comprensión de la región Arica. Este
refiere al “Lago Chungará” (en aimara: Ch’unkara, ‘musgo de la piedra’). La
escritura es Ch’unkara, con glotalización de la consonante aspirada, y es la
explicación más próxima a los mecanismos de descripción de los espacios
geográficos que en épocas antiguas, se atribuía de acuerdo a ciertos rasgos
característicos y relevantes del lugar. Por ello, estamos seguros que
Chuncara/Ch’unkara es el “lugar con abundancia de musgos de piedra”.
UMACHIRI
De filiación netamente aimara. El topónimo de este distrito
comprende una estructura formal compuesta por un radical «Uma» y dos formantes:
-chi- (tematizador verbal) *ci = ca, y el agentivo –ri que al adherirse a la
raíz forma una suerte de epíteto de motivación conmemorativa, quizá referida a
Tunupa, la milenaria deidad de los antiguos pobladores de la zona, tal como
Rostworowski (2005) lo demuestra en sus investigaciones, que al referirse al
mencionado dios dice que “uno de los atributos, también relevantes, fue que
éste era el dios de la lluvia que cae junto con la tormenta y fecunda la
tierra. También es el dios de las fuentes, de los ríos por donde navegó antes
de sumergirse en las profundidades de la tierra”. Del mismo modo, Bustinza
(2015, 2016) corrobora los argumentos en favor de un origen aimara.
Agregando, hacemos referencia a los tiempos de influencia
del imperio huari, que dan cuenta de la dominación de los mismos en la zona
(600-1000 d.C). Así lo expone el acucioso trabajo de Cerrón-Palomino (2004) que
al referirse a la influencia cultural y lingüística de los huari, dice: “… que
constituyen epítetos de cuño eminentemente aimara que recuerdan los atributos
sobrenaturales de la divinidad huari, constructora de andenes y acueductos a lo
largo de su paso civilizatorio”.
Consultando a Bertonio (1612) y realizando el examen
morfológico, tendríamos la raíz aimara Uma- (agua), seguido de los segmentos:
tematizador y agentivo. En consecuencia, la descripción del lugar y la
interpretación de esta estructura da como resultado “el (lugar) que provee
agua” o “el (lugar) que genera agua”. Coincidentemente, el formante sufijal
–chiri también aparece en los lexemas toponímicos como «Pampachiri»: “el que
provee de campos o pampas” en (Sicuani-Cuzco y Apurimac) y «Huarochiri»: “el
que construye andenes” en la sierra central de Lima.
CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES
En vista de los evidentes contactos, desplazamientos y
confluencias de las lenguas andinas (puquina, uro, callahuaya, aimara y
quechua) en territorio ayavireño desde épocas prístinas, los resultados de este
trabajo son contundentes en cuanto al corpus toponímico examinado y puede ser
motivo para emprender mayores investigaciones que coadyuven a dilucidar con
nítido acierto el complejo panorama de la onomástica andina en el altiplano
melgarino, pues el vasto territorio collavino fue el escenario del origen y la
confluencia de varias lenguas y culturas. De modo que estamos en condiciones de
sugerir mayores estudios de esta naturaleza en la línea de investigación que
venimos sosteniendo.
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