LA VIRGEN Y LA CANDELA
Escribe: Guillermo Vásquez Cuentas
e
ha escrito abundantemente sobre el culto religioso a la Virgen de la
Candelaria, sobre sus festividades en distintos espacios y sus diversos modelos
de imágenes ubicadas en templos del “viejo mundo”, América y el Perú,
particularmente la de Puno, que en esta oportunidad concita el interés de escritores
y lectores.
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Imagen de la Virgen Candelaria de Puno, portando un candelero en su mano derecha |
No
creemos exagerado decir que sobre el tema hay toneladas de papel escrito y
material electrónico de peso. La literatura acumulada ha incidido en
historiografía, análisis de símbolos y rituales, así como enfoques descriptivos
y sincréticos sobre la rica temática de los eventos que se desarrollan en cada
lugar y tiempo de las fiestas que la
Iglesia católica y sus fieles devotos celebran en homenaje a la “Madre de todos
los puneños”.
Sin embargo y pese a todo lo anterior, en primer
lugar, es ostensible la reiteración amplia e insistente de lugares comunes en
el maremágnum de trabajos intelectuales sobre la materia. En segundo lugar, parece
ser que el tema dista de ser agotado, ya que subsisten aspectos, detalles,
subtemas que podrían no haber sido suficientemente desarrollados ni tocados
debido a que seguramente se les adjudica importancia ninguna o menor. Ese sería
el caso –por ejemplo- de la estrecha relación entre la virgen y la candela que
define la nombradía de la Patrona de Puno. Sobre esto nos proponemos dar solo algunos
alcances. Veamos.
El fuego, la
candela
Representando al fuego, la imagen de la virgen
Candelaria de Puno tiene entre los elementos que componen su indumentaria, un
candelabro que porta en la mano derecha. Ese utensilio sirve para mantener enhiesta la
vela o candela, fijándola en un cilindro hueco unido -mediante una columnilla-
al pie del utensilio en mención.
Desde antiguo se ha
postulado que el fuego es uno de los elementos de la naturaleza, junto con la
tierra, el agua, el aire. El fuego produce calor y luz. Se le conoce también
–aunque con poco uso- como lumbre y se lo define en forma precisa, general y
breve como “materia combustible encendida”.
El fuego se presenta en forma de llama, brasa, ignición, combustión, incandescencia. Consume todo lo que quema, todo lo que
devora. Uno de sus efectos, además del calor, es la luz o sea el fulgor, resplandor, brillo, destello.
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Representación del fuego |
Se entiende por Candela,
cualquier materia combustible encendida o que podría encenderse; sea vela,
cirio, lumbre. Si es vela generalmente es portada o sostenida por un candelero
o candelabro.
El
fuego del sol que llega a la tierra con calor y luz. Ambos fenómenos
posibilitan la vida en el planeta, en forma natural. Por su parte, el calor
artificial proviene de distintos objetos creados por el ser humano. El calor y
la luz producidos por el fuego natural o artificial cambia sus manifestaciones
por diversos factores tales como el clima,
la estación, el lugar, la hora, el ejercicio, el traje, el alimento, el estado
de salud y mil otras cosas.
Diversos pueblos de la antigüedad tuvieron al fuego
como un eleme
nto sagrado de purificación. En Judea, nos habla la historia de
muchos sacrificios, los cuales consistían en pasar por las llamas a los niños
recién nacidos, con el objeto de que quedaran purificados. En Egipto no sólo
se vio en el fuego un emblema
sagrado de purificación, sino que fue objeto de adoración concebido como una
causa suprema. Incluso en la India de nuestros días es una costumbre religiosa
el quemar a los muertos y arrojar sus cenizas al Ganges.
El culto a María
Se
ha dicho con acierto que en el medioevo europeo “el culto a la Virgen María se halla documentado
desde la Antigüedad cristiana con representaciones iconográficas de la Virgen y
el Niño. Se trata de una devoción natural y lógica de los feligreses católicos,
puesto que en sus tradiciones religiosas se consigna que María se halla
presente en los momentos cruciales de la vida de Jesús”.
Los
feligreses medievales tenían a la Virgen María como su Santa Madre sobre la
Tierra. Por ello era nombrada como “Nuestra Señora” (Notre Dame) y era conceptuada
como intercesora que rogaba en el cielo por los pobres pecadores humanos.
Hay que decir que después de honrar y servir a la virgen María, los
feligreses honraron y sirvieron por extensión a la mujer en general[1]. De ahí la propensión de la iglesia
católica de tener a la mujer como su aliada y seguidora en la finalidad
estratégica de mantenerse vigente y hasta expandirse como organización
ecuménica y como sistema de creencias.
La adhesión devota a la virgen María no estuvo
desprovista de excesos que sobredimensionaron su lugar en el cuadro general de
Santos patrones del catolicismo. Fue en el Concilio Vaticano II que tuvo que
disponerse “corregir y precisar la orientación correcta que debía adoptar ese
culto, frente a algunos excesos de desbordante afectividad que proclamaban «a
Jesús por María», lo cual significaba impropiamente que para llegar a Cristo
debía hacerse necesariamente por intermedio de su madre.
Pese a lo anterior, en los siglos XIX y XX el culto
oficial a la virgen María se ha extendido como nunca, pues en ese periodo se ha
proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción en 1854; consagrado al mundo
al Corazón inmaculado de María, por Pío XII, en 1942; definido el dogma de la
Asunción en 1950 y celebrado el “Año Mariano” en 1954[2].
En la teología de la Iglesia católica, el culto a la
Virgen se conoce como “hiperdulía”
(literalmente «servidumbre muy grande»), término con el que se expresa el
honor especial que María tiene señalado, superior en grado al culto con que son
honrados los santos.
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Presentación de Jesús en el templo |
Se conoce de siete fiestas en que se rinde culto a
la Virgen María: la de la Purificación
o de la Candelaria, el 2
de febrero, oportunidad conocida en otras latitudes como el “Día de la Purificación de Nuestra Señora” en el cual se hace
procesión solemne con candelas benditas y se asiste a misas con ellas;
la de la Anunciación, el 25 de
marzo; la de la Visitación, el
2 de julio evoca la visita que realizó María a su prima Isabel y de la
plegaria de acción de gracias por excelencia; el 8 de septiembre se celebra la Natividad de la Virgen, seguida de la de la Presentación de la Virgen, por sus
padres, en el Templo de Jerusalén. Inmaculada
Concepción, proclamada en 1854 por el papa Pío IX, la que es objeto de
una festividad especial el 8 de diciembre. En la fiesta de la Asunción, el 15 de agosto, la Iglesia
recuerda que «al término de su existencia terrestre, la Inmaculada Madre de
Dios fue llevada al cielo, en cuerpo y alma, en la gloria celestial».
La purificación de la
virgen de La Candelaria
La Virgen de la Candelaria, es conocida también
como Virgen de la Purificación. Asimismo, como Nuestra Señora de La Candelaria,
Virgen María de la Candelaria, Virgen de la Lumbre. En casos, la virgen
Candelaria asume el nombre del lugar en el que se le rinde culto tradicional
preferente: Virgen de Copacabana, Virgen de Chapi, Virgen del Socavón (Oruro),
Virgen de Cayma, Virgen de Cocharcas y otros.
Se entiende que
“Purificar” es quitar lo mezclado o lo infecto; descartar la parte grosera, la parte
leñosa. Lo que se purifica debe quedar limpio, como cuando se purifica el aire
o el agua. En las personas sometidas a prácticas de purificación religiosa debe
obtenerse como resultado el encuentro de un renovado ser: virgen, casto, inmaculado, puro, impoluto,
límpido, incorrupto.
El medio por excelencia para purificar cosas y
personas, es el fuego; ello ateniéndonos a la verdad que encierra el antiguo y
popular aforismo: “el fuego todo lo purifica”.
Según la tradición
católica, la virgen María obtuvo su purificación cuando concurrió al templo a los 40 días del nacimiento de su hijo Jesús para presentarlo al
funcionario religioso competente. Con ese motivo María realizó la ceremonia de
purificación, superando así la condición de mujer contaminada que los judíos
atribuían a las parturientas. El ritual purificador se materializaba con una
oferta y bendición de velas de cera[3].
Es
siempre recurrente referirse al lejano origen del culto a esta virgen según las
tradiciones católicas, el cual se remontaría a tiempos del emperador romano
Constantino quien dispuso la construcción de la Basílica de la
Resurrección en Jerusalén, templo desde el que se celebraba una
procesión con velas encendidas en recordación a la madre de Jesús. La procesión
llegó a ser parte de la “fiesta de las candelas” que al paso del tiempo llegó a
conocerse como “Candelaria”, instituida por el papa Gelasio I en el año 496. En la literatura católica es reputada
como una de las fiestas más antiguas del judeo cristianismo.
El culto en Puno
Sobre este asunto creemos
necesario y suficiente transcribir el escrito síntesis del antropólogo Carlos
Iván Degregori:
“La fiesta de la Virgen de la Candelaria es la celebración más
importante del calendario festivo de la región puneña y la principal actividad
turística. La devoción por la Mamita
Candicha es panaltiplánica, y casi todos los pueblos de la región, de una u
otra manera, la honran. Aunque la fiesta ha evolucionado a lo largo de los
años y es cada vez más mestiza,
la presencia indígena es todavía notable. Ahora la celebración de la
festividad aparece con un marcado carácter competitivo. El espíritu de emulación
lleva a las agrupaciones de danzantes a hacer esfuerzos extraordinarios, no
sólo en lo físico, sino también en lo material[4].
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Purificación por el fuego |
“Como en otras regiones en la zona altiplánica existe una estrecha
vinculación entre los patrones religiosos de origen indígena y los de
cristiano. Los indígenas asumieron profundamente el culto de las imágenes
católicas, pero jamás abandonaron completamente sus propios patrones ni su
cosmovisión religiosa, sus creencias en los apus o dioses tutelares. Así se
explica que el ciclo ritual aimara contemporáneo se ordene de acuerdo con la
sucesión de acontecimientos y festividades del culto cristiano”. <>
1. Nueva
Enciclopedia Tematica T 9
[2] Enciclopedia Larousse ilustrada, T 10, P. 1051
[3] .https://www.universidadmayoresceu.es/
[4] Atlas
Departamental del Peru. Ed. PEISA - La Republica, 2003, T3 p 99