DECLINACIÓN DEL SUSTANTIVO DEMOCRACIA… EN EL PERÚ
Por Jorge Rendón Vásquez
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na democracia es un régimen de gobierno del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Pero, en nuestro criollo país, habituado a
las mañas heredadas de los conquistadores hispánicos, ese vocablo ha declinado
en otras formas no sintácticas dependientes de los votantes que deciden por quienes
quieren ser gobernados: por interés, porque harán lo que ellos quieren; porque los
candidatos son como ellos, sus paradigmas o lo que ellos quisieran también ser;
porque no saben ni por qué y ni por quien votar y les es igual elegir a unos o
a otros; porque son manipulados; porque piensan, los menos; o por otras causas.
Tal vez en otras partes sucede algo similar, por aquello de que en todas partes
se cuecen habas (Miguel de Cervantes dixit).
Esas formas son:
La cleptocracia o también
cacocracia o el gobierno por los ladrones. En el siglo XIX ninguno de sus
epígonos que se cargaron en peso los caudales de la República fue molestado. Al
contrario, gozaron del homenaje de sus cohetáneos. En el siglo XX y en lo que
va del XXI, la cleptocracia, vigorizada por las coimas, ha tenido muy nobles
representantes de la más encumbrada alcurnia política. A algunos los preparan
en sus partidos de donde salen también sus segundos y terceros, a los que se
añaden los amigos del alma, parientes y comprovincianos que llegan a saludar al
hombre o a la mujer no bien se instalan y a ponerse a sus órdenes. Y, como de
algo tienen que ocuparse los fiscales y jueces penales, desde 1985 los
presidentes salientes, excepto uno, han pasado a ser personajes de los procesos
penales, y los más distinguidos encerrados en cárceles confortables cuatro
estrellas. Uno de ellos de marca mayor perdió la chiavetta y prefirió
pegarse un tiro antes de ser fotografiado con las muñecas enmarrocadas.
La ignarocracia o el gobierno por
los ignorantes, tanto en el ejercicio del Poder Ejecutivo como del Poder Legislativo.
Y es explicable que así sea, puesto que para ser presidente de la República o
representante al Congreso no se exige ni siquiera saber leer y escribir. Y,
como la ignorancia es hermana siamesa de la soberbia, los gobernantes y
legisladores de este carácter fungen saber mucho y de todo. Pero, ahí se
quedan, embelesados, como inevitables actores de las crónicas de los
periodistas y opinólogos políticos, mientras disfrutan de sus cargos que
quisieran sean eternos. Los proyectos de leyes y decretos, cosas muy concretas que
deben aplicarse a situaciones reales, vienen de allende sus oficinas a recibir
el toque final por un enjambre de asesores que se hacen presente como las
hormigas cuando detectan algo para comer. Luego la burocracia hace el resto.
La bufocracia o el gobierno por los bufos. Son personajes de farsa, parientes en grado cercano del ridículo, que no figurarían ni como comparsas en una zarzuela, pero tal vez sí en alguna remota feria pueblerina. En las campañas electorales se contorsionan en las plazuelas al son de alguna marinera o de un hayno, y, luego, si son elegidos, continúan la danza y las muecas, que ellos creen sonrisas, con relojes caritos y otras joyas que les aparecen en el cuerpo como por encantamiento, interpoladas con declamaciones tan enemigas de la gracia y la verdad que el barón de Munchausen los condenaría a escribir un millón de veces que eso no se debe hacer y a estirar las manos para recibir la palmeta.
(Comentos, 22/5/2024)
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