PEDRO OBAYA,
EL GRAN PRÓCER Y CHARANGUISTA LAMPEÑO, EN LAS HUESTES DE TÚPAC AMARU
Y TÚPAC CATARI
Por: José Sotelo Maguiña
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no de los personajes poco estudiados y hasta
olvidados de la gesta revolucionaria de Túpac Amaru, es el prócer lampeño,
Pedro Obaya, que lucho al lado de Túpac Amaru y que como bien apunta el
historiador Juan José Vega, “fue uno de
los grandes próceres de la sublevación tupacamarista, pero es un desconocido en
la "historia oficial" del Perú”.
“Nació en Lampa, Puno. Era mestizo y seguramente
arriero, a juzgar por sus costumbres y conocimientos. Si consideramos la
confianza que le fue mostrada por los Túpac Amaru en marzo y abril de 1781,
Obaya (a quien le decían "el tuerto", por faltarle un ojo), debió ser
de los luchadores iniciales al lado del Inca José Gabriel”.
Pedro Obaya, fue designado por Túpac Amaru, para
poner orden en las huestes comandadas por Tupac Catari (Julián Apaza) ya que
sus acciones y campañas, ponían en riesgo toda su estrategia y resultaban a
contracorriente de sus planes.
En Bolivia varios escritores han resaltado su
presencia en la revolución Katarista (aunque, desde el punto de vista
boliviano), precisamente Porfirio Díaz Machicao, quien descubriera el
documento, Proceso criminal contra Pedro Obaya, en la Biblioteca de la
Universidad San Andrés de La Paz, escribió una novela histórica basada en la
vida de nuestro personaje llamándola: Historia del rey chiquito (1963).
En esta obra, dedica varias páginas al prócer
puneño, resaltando sus cualidades y crucial presencia dentro de las huestes de
Túpac Katari, por ello, el líder aymara lo describiría con estas palabras:
"el tuerto Pedro Obaya era hombre muy caviloso y apreciado de valor"
y en su narración nos retratará la personalidad de este estratega militar,
diestro charanguista y querido combatiente.
“Por este tiempo vino a juntárseles Pedro Obaya,
mestizo natural de la provincia de Azángaro, del Bajo Perú. Sobrino falso o
verdadero de Tupac Amaru, lo cierto es que pasaba por tal y llegó al comando de
Katari como un emisario del gran caudillo trayendo algunos edictos de éste”
Tenía un ojo reventado a causa de algún accidente,
pero con el otro sabiamente ejercitado, veía tanto como cualquier persona sin
tal defecto. Era un hombre de unos 40 años, de robusta complexión. Su rostro
atezado, tenía la expresión del montañés rudo y maligno, con la barba rala,
negra y crecida en alborotado desorden. Vestía chaqueta y largo pantalón
oscuro, con una faja de color sobre el vientre grueso y, como no aflojaba el
poncho, se confundía entre los indios.
A pesar de su mala apariencia fisonómica, tenía el
carácter alegre, la boca ocurrente y decidora de agudezas, y el único ojo muy
observador y malicioso.
En poco tiempo llegó a conquistar el afecto y la
confianza de Apasa, ante la ojeriza de Chuquimamani, que vio en el foráneo
intruso un rival incómodo, difícil de contrarrestar.
Obaya hablaba un aymara trabajoso y elemental,
recién aprendido, por lo cual se entendía mejor con Katari en quíchua, pues él
celebró mucho la prohibición del castellano.
‐ Claro que has prohibido una cosa que no hablan
los indios, pero está bien, le había dicho a Julián
‐ Eso corre para los indios
‐ ¿Y si algunos no saben hablar aymara y quíchua?
- Se callan la boca.
Desde su llegada fomentó el optimismo del comando y de los cabildos, explicando a los principales que la revolución de Túpac Amaru, su tío, había de triunfar en pocas semanas y que, una vez implantado el nuevo reino indio, éste sería un paraíso para los nativos,
‐ Los blancos tendrán que ir a la mita, pagarnos tributos y nosotros de patrones, como los
encomenderos o, por los menos, de dueños de nuestro suelo, Hay que luchar,
hermanitos, hasta vencer.
Amaba la
música, las mujeres, la bebida, por lo cual, instigaba a Julián para organizar
fiestas nocturnas, jaranas frecuentes que irritaban a Bartolina, haciéndole
jurar que habría de acabar con semejante comportamiento.
Con manos diestras y
evidente gusto musical, tocaba el charango, pequeño instrumento de cuerda,
minúscula guitarra que usaban generalmente los troperos de llamas para
acompañarse en sus largas andanzas por los caminos del Kollasuyu. Metida en la
faja de la cintura, sobre la cadera, llevaba consigo una flauta delgada de
hueso, el pinquillo, con cinco orificios delanteros. Lo sabía tocar en sus
momentos de soledad y de tristeza, arrancando al pequeño instrumento, encajado
entre las barbas que tapaban su boca, sones agudos y delicados que formaban
breves melodías de nostalgia india. Este pinquillo generalmente lo fabricaban
de carrizo, pero de hueso era mejor, no sólo por la duración, sino porque daba
sonidos más limpios y más nobles.
Autorizado por su habilidad, que todos celebraban
en la corte, comenzando de Julián y Bartolina, organizó las bandas musicales de
los indios para la diversión de la tropa de los diferentes cabildos. Los
músicos del comando formaban un conjunto selecto y numeroso, tal que se podía escuchar
en sus actuaciones todos los instrumentos indígenas, desde el pututu y la
tarka, hasta el tambor y el bombo. Las orquestas alborotaban con su bullicio en
las fiestas o desfiles y, sobre todo, en las acciones de guerra, Los
ejecutantes incansables tocaban horas más horas, con terquedad atediante, como
si no fuesen organismos sujetos a degaste. Comenzaban su trabajo sanos, frescos
y potentes, pero al terminarlo se desorejaban, tambaleaban y babeaban, ebrios
de alcohol que pasaba por sus gaznates como obligado estimulante.
(…) Obaya,
a quien seguimos conociendo. Se convirtió en el favorito de Katari. Vivo,
astuto, cruel y adulador al par, conquistó rápida celebridad entre los indios.
El mismo Manuel Apasa, viejo austero y sedentario que no gustaba de moverse de
su puesto, le recibía cordialmente, contagiándose de su entusiasmo belicista.
En una mañana inspeccionaba el estado de los diferentes puestos del cerco y
daba órdenes a nombre del Virrey mientras que Chuquimamani actuaba de
escribiente o lector inamovible.”
Pedro Obaya fue procesado y mandado a la horca por
el Corregidor Sebastián de Segurola, el 4 de agosto de 1781. A su lado fueron
ejecutados otros prisioneros, como Bonifacio Chuquimamani, mestizo que había
sido el principal secretario de Túpac Catari.
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BIBLIOGRAFIA:
GUZMAN,
AUGUSTO, Tupaj Katari. Fondo de Cultura Económica. México DF. 1944. Págs.
112-115
VEGA,
JUAN JOSE. Vilcapaza. Edición de la Universidad Enrique Guzmán y Valle (1979) y
de la última edición digital de Aswan Qhari (2003)
Procer y músico
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