DESTINO MANIFIESTO
César Hildebrandt
En
HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 681, 12ABR14
C |
uando el Perú vuelva a ser un país, la delincuente
que ahora nos gobierna será juzgada y sentenciada. Pasará en prisión lo que una
judicatura desinfectada decida. Y su lista de crímenes será enumerada
prolijamente a la hora del fallo: responsabilidad crucial en el asesinato de
49 peruanos que se manifestaban en contra de su gobierno, enriquecimiento
ilícito a costa del dinero público, cohecho, obstrucción de la justicia,
falseamiento de declaraciones juradas, lavado de dinero, incremento del
presupuesto del gobierno de Ayacucho como contraprestación a los sobornos
recibidos. Si a eso añadimos la deshonra de la institución presidencial, la
vergüenza que produce verla y escucharla, el espanto que suscita su miseria
moral y su capacidad para mentir, tendremos el cuadro completo.
Cuando el Perú deje de ser este país malparido que
se resigna, las calles volverán a ser el plebiscito, la democracia andante, la
libertad que se reclama (y recupera) a gritos.
Y tendremos que ganar. No hay opción. O es eso o
aceptamos que somos menos que siervos de un gobierno dirigido por el lumpen.
Porque digámoslo de una vez: no es que este sea un
régimen de izquierda o derecha, de tal o cual marca ideológica, de tal o cual
tendencia. Este es un régimen-basura invicto de ideas, castrado de doctrina,
vacío de toda esperanza.
Este no es un gobierno: es una banda a la deriva. De
Fujimori podía decirse que era un ladrón y un asesino y, al mismo tiempo, que
tenía un shogunato en la cabeza, un modelo autoritario y conservador que
defender, una cierta política fiscal, un modo prebendario de entender la economía.
Alias presidenta de la república carece de todo
propósito. Vive el día a día en la dulce neblina de su frivolidad y sabe que
quienes la blindan son semejantes suyos: carne de presidio.
Cuando este sea un país adecentado, la derecha
ladrona y balbuceante se asustará otra vez. Y la izquierda, borrada hoy del
mapa, se aparecerá de nuevo con su cara de Adán cornudo. Si triunfa la gente,
no habrá que agradecerles ni a la derecha ni a la izquierda. Le agradeceremos a
nuestra capacidad de sentir asco, de levantamos como en el himno que nos quitó
un ladrón, de decirle no a la peste que nos persigue desde que fundamos la
república.
La respuesta es sencilla: muchas cosas. Entre ellas,
está la principal que permitimos que la picaresca, que es una vocación nacional,
lo impregnara todo.
El resultado es este país donde a la gente se la
quiere obligar a acatar la inmundicia. Tenemos que salir al balcón y lanzar la
nueva proclama de la independencia. Necesitamos un San Martín (me refiero al jabón).
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