LA PANDILLA PUNEÑA
EN EL TIEMPO
Por: Luzgardo Medina Egoavil[1]
E |
n el presente artículo se pretende, de una manera especial, rescatar
el valor intrínseco de esta danza que como ninguna otra es la creación mestiza
a partir de los elementos culturales del viejo continente. Que esto no nos
extrañe, pues en varias partes del Perú y América se han dado, basta decir que
la música del centro del país se crea con instrumentos ajenos a una realidad
(saxo, trombón, clarinete, corno, acordeón, arpa), y aquellas danzas
(pasacalle, chonguinada) que pretendiendo ser oriundas son valorativamente
mestizas. Dejo en claro que ser mestizo no es nada malo ni peligroso ni
prohibido, el mestizaje viene de la fusión de características de
identificación. En primer lugar, la Pandilla puneña deviene del huayno (o
huayño) puneño, y como es sabido el huayno es una heredad cultural de las
etnias que vivieron en esta parte del mundo como seres profundamente sabios.
Con la misma voluntad y certeza debo afirmar que esta pandilla nació en el alma
del pueblo, en su estrato popular, que algunos antropólogos y estudiosos han
pretendido llamarla cholada; aunque ya, en alguna oportunidad, José María
Arguedas y hasta el mismo Efraín Morote Best (maestros del folclor) dijeron que
esta manifestación dancística no es sino la esencia del huayno con ciertos
aderezos ibéricos, y coincidieron, de algún modo, en esta apreciación, ya que la
vestimenta es una adaptación al medio geográfico e incluso a la idiosincrasia
del pueblo. De ello y con mayor autoridad el folclorólogo José Patrón Manrique
oportunamente señaló que “la coreografía de esta danza corresponde a la del
minué francés y de la cuadrilla española”. Como fuere, esta danza tiene los
argumentos de ser lo que siempre fue, desde su nacimiento: un carné de
identidad de Puno (cumbre de las melodías autóctonas y tierra de la
hospitalidad más franca).
Curiosamente el traje de la pandilla es aquel que suele usarse por un
sector de la población, (no quiero indicar porcentajes porque detesto los
números). Esta vestimenta parece mantenerse impertérrita, parece. Afirmo esto
porque la última vez que asistí a un Festival pude ver más “minipolleras”, y al
conversar con las danzarinas dijeron que “había que estar al ritmo de la
modernidad”. Esta danza no ha nacido para adaptarse a la modernidad ni la
modernidad debe meter sus narices en lo que le pertenece a Puno. Entendámoslo
así. El traje corresponde, como lo había escrito a un sector de la población,
el mismo que sirve como bien podría decirse de disfraz para interpretar la
pandilla puneña. Para ejecutar las demás danzas la población tiene que usar de
rigor, otros elementos identifícatenos, (danzas pastoriles, satíricas,
guerreras, agrícolas, mistificadas e incluso de luces). En resumen, he aquí la
danza más sencilla en cuanto a vestuario, porque sencillos son sus integrantes
y sencillo es el espíritu del pueblo.
El traje de las mujeres comienza en su sombrerito de paño fino (o
fieltro), globular en la parte superior, de ala corta y redonda pero arqueada
graciosamente hacia arriba y con un ribete de color casi opuesto al color del
paño. No quiero incidir en los colores, porque son variados, pero el común
suele ser el negro y el marrón. En lo que corresponde a la copa va una cinta de
seda, y por lo general es del mismo color de la generalidad, con un lazo al
lado derecho. La parte inferior de la copa un cordón de hilo de seda que
concluye en dos borlas. Nuestra pandillera tiene, con exigente disciplina, que llevar
dos preciosas trenzas, las mismas que concluyen en otros dos lazos, pueden, ser
quizás coincidentes con la cinta del sombrero. Está demás referirnos a los
aretes, ya que éstos deben y tienen que ser soberbios y de oro (por si acaso,
ahora, por los efectos de la recesión usan hasta de plástico), se les conocía
con el nombre de “carabanas”. Paso al mantón se seda, bordados con un toque muy
delicado que varían en cuanto al color, en algunos casos, sólo en algunos, hay
coincidencia de temática en dicho bordado. Lo que aún recuerdo son flores y
hojas bordadas con una indescriptible ternura (les confieso que aún vivo
buscando esas manos incógnitas para besarlas y después irme no sé a qué
infierno). El mantón lleva flecos de gran dimensión por los cuatro lados, se
logra deshilachándolo. Se sujeta con un prendedor de oro (o algo que se
asemeje, insisto, los tiempos han cambiado y es posible que la depreciación ha
llegado a todo). Pasemos a la blusa de colores suaves, la generalidad usa el
blanco, con puños alegremente recogidos; con cierta imaginación suelen
colocarle encajes que, para el caso es permisible. Y llegamos a la parte
inferior, lleva enaguas blancas. Las polleras van aumentando en vuelo de
adentro hacia afuera, las que pueden llegar hasta cuatro, cinco o según la
danzarina, pero tampoco puede ser menor de tres. Los colores de las polleras
son vivos, en total contraste con el mantón, y éstas cubren las rodillas (creo
que cubrían, pues ahora la “minipollera” se impone). Las pandilleras mayores
aún tienen la voluntad de preservar y suelen usar debajo de la rodilla. Esto es
cuestión, a veces de gusto, según la edad. El calzado, es típico del minué
francés: botitas a media caña, con taco aperillado, tiene que ser blanco o una
tonalidad parecida. Por su lado el varón usa también un mantón, el sombrero de
paño fino de ala mediana, por lo general negro, saco negro de un corte común,
camisa blanca, corbata de un color encendido y que contraste con el blanco,
zapatos negros y medias blancas. Obvio, como es una danza de carnaval, y
únicamente de carnaval, el varón tiene que llevar bastante serpentina alrededor
del cuello. El manto en la mujer lo lleva cubriendo la espalda, y el varón lo
lleva a modo de chal (chalina es otra cosa).
Espero que con el pasar del tiempo las características del traje no
hayan variado tanto, porque el folclor popular también va cambiando, no tan
aceleradamente, pero sufre mutaciones, muchas veces dañinas para la esencia de
nuestra identidad. No quiero adentrarme en la columna vertebral de la pandilla
que es, precisamente, la música. Sin embargo, dejo en claro mi discrepancia con
varios estudiosos: el huayno puneño no es del zapateo, ni del jolgorio, es el
huayno sentimental, cadencioso, elegante y filosófico. Basta interpretar una
letra del poeta y bohemio Andrés “Pupa” Dávila o del padre del huayno puneño
Castor Vera Solano o del nuevo valor del huayno existencialista y humano como
es Raúl Castillo Gamarra. La pandilla puneña corporativa, eje comunal de
alegría, centro del universo carnavalesco, alegría general, se puede bailar en
la mañana, en la tarde y en la noche, en cualquier lugar y con todo sentimiento
que, es lo más importante. Suelen usarse en sus desplazamientos corografías de
calle (columnas o en fila), realizando círculos y/o semicírculos; se aprecia en
continuo movimiento de pañuelos a partir de la muñeca, infaltables son los
juegos de mantos. Es una danza de pareja, después de todo uno tiene que tener
la suya para vivir y mejor soñar, pero en este caso uno baila para su pareja,
saca de adentro lo que tiene guardado y lo dice a través de la danza. Todos
están pendientes del bastonero, él dice “parejas”, “al centro cholitas”,
“desecha”, “una entradita con su salidita”, “ahora”, “divorcio”, “acariciando a
sus parejas”, “ese arquito” y etcétera y etcétera que otro mejor investigador
podrá difundirlo con gran aplomo. Por ahora yo tomo a mi pareja y me pierdo en
la inmensidad de la nostalgia, la ternura. Mi alma toda se introduce en la
inmensidad del lago, donde moran los antiguos dioses de mis abuelos. <>
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[1] Natural de Arequipa, periodista y poeta.
Ex coordinador Regional de Consejo Nacional de Folclor y Arte Popular. Autor de
varios libros. Obtuvo premios del diario EL COMERCIO y la Municipalidad de
Paucarpata, Arequipa.
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