EL PERU MILENARIO
El
diario LA CRONICA de Lima, de consuno con el diario NOVEDADDES de México y el
INBA, auspician la exposición de Arte peruano que en el curso de la presente
semana se inaugura en esta capital. Propicio es el momento para trasladar nuestra
visión a la tierra que, con el México precolombino, produjo las más altas
expresiones culturales de la América antigua.
Por: Gustavo Valcárcel
Publicado en el diario NOVEDADES, México, 8 de mayo
de 1955).
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e ignora, en definitiva, cuál es el origen de la
palabra Perú. Los labios que por primera vez la pronunciaron se han llenado de
olvido. Bien pudo ser un derivado del nombre fluvial de Virú, o de las
voces pirúa (granero) o huirú (caña de maíz). La yedra de lo
desconocido cubre la toponimia más importante de la América del Sur
prehispánica.
El Paisaje
El espinazo telúrico lo constituyen los Andes, que bordean los siete mil metros de altura, “aquella nunca jamás pisada de hombre, ni de animales, ni de aves, inaccesible cordillera de nieves”, como la calificó el Inca Garcilaso. Entre sus ciclópeas arrugas, hay valles como nidos y ríos de elemento creciente. Cusco y Arequipa, Ayacucho y Huancayo, Huánuco y Cajamarca, solariegas ciudades, urbes esenciales, se alinean a lo largo del Ande majestuoso, que forma la mayor red hidrográfica del mundo.
De espaldas al Pacífico, en el abdomen andino, nace
la selva del Perú. Amazonia prodigiosa donde late —entre colores volantes,
sinfónicos insectos, noches del Génesis y árboles eternos— el verdadero
corazón de Sud- américa. Ahí, la ciudad peruana de Iquitos (60,000 habitantes)
otea su grandeza por venir, sin alcanzar a divisar la otra orilla, como sucede
con el Amazonas, el río más ancho del mundo, cuyas aguas sostienen las maderas
de su torso encantado.
Bajo estos lineamientos generales, hay choques geográficos
tan bruscos, tan insolubles y dramáticos, que Isaiah Bowman —quien descubrió en
el Perú, a 17,100 pies sobre el nivel del mar, la habitación humana más alta
del mundo— ha exclamado: “en ninguna parte de la tierra existen (como en el
Perú) mayores contrastes físicos dentro de espacios tan reducidos”.
Las hipótesis sostenedoras de una antigua cultura
peruana de trasplante o importación, empiezan a ceder el camino a la creencia
de que hubo una civilización peruana autóctona, gestada en la maraña de los
bosques amazónicos. Motivos totémicos del arte andino (ofidios y felinos
selváticos) y, sobre todo, la huella dejada por nuestra agricultura milenaria,
ya tienen categoría de evidencias científicas. El doctor Julio C. Tello, padre
de nuestra arqueología, muerto hace pocos años, fue el autor de este viraje,
el más trascendental en muchísimo tiempo, por lo que respecta a la matriz de
las antiguas culturas peruanas. Tello, además, como quien recupera un
territorio invadido por fuerzas enemigas, rescató para nuestra vida nacional
miles de años de historia, que yacían en poder de lo ignorado.
El itinerario de tales culturas antiguas ha sido el
propio recorrido de las plantas domesticadas por nuestros bisabuelos de la
Selva y el Ande. Ahora sabemos positivamente que una gran proporción de los
vegetales que, por su utilidad, cultivó el antiguo peruano son de raíz
amazónica. Ahora sabemos, igualmente, “que es en el Oriente Selvático donde se
produce el trascendental descubrimiento; que es en los valles orientales, en
los múltiples valles que miran hacia el nacimiento del sol, donde se desarrolla
el cultivo de las plantas, donde éstas se diversifican, donde aparecen las mil
y una variedades, donde la domesticación recibe su primer gran impulso”.
Posteriormente, en los valles medios, que anudan los
dedos amazónicos y andinos, florecen las altas culturas, como Chavín, Huari,
Cusco y Tiahuanaco.
La penumbra de las culturas preincaicas
La carencia de fuentes históricas y de investigaciones
sistemáticas y científicas torna casi imposible afirmar algo definitivo sobre
las extraordinarias culturas que precedieron al Imperio de los Incas, el cual
sí fue observado directamente por numerosos y heterogéneos Cronistas de la
Conquista. Hasta hoy, desconocemos a ciencia cierta la organización social,
política y económica de las culturas preincaicas, cuyo culto mágico y cuyo arte
singularísimo son los únicos planos tangibles dentro de la penumbra histórica
en que yacen. Nuestros mejores historiadores de este ramo, encabezados por el
doctor Luis E. Valcárcel, reconocen que “no están bien estudiados los
principales troncos andinos de la Antigua Cultura Peruana” e, incluso, que
“nada sabemos del Cusco anterior a Manco Capac”.
De esta suerte, los míticos santuarios de Chavín y
Tiahuanaco, las momias de Nasca, los prodigios textiles de Paracas y la
maravillosa cerámica Mochica o Chimú, entre otras expresiones de la época,
escondiendo sus raíces bajo estratos de milenios, sólo nos alcanzan la hoja de
sus huesos calcinados y la flor de su arte en plenitud.
Además de nuestros explotados y miserables indios de
hoy, biznietos penitentes de una grandeza inmemorial, existe un animal
sagrado, supérstite de aquel tiempo todavía invencible: la llama, compañera y
amante del hombre, tal vez el más frugal de los rumiantes y el más exótico
también, con su esbelto perfil de soledad y sus lánguidos ojos de mujer
retraída.
Al analizar el Perú precolombino, el doctor Luis E.
Valcárcel encuentra dos hechos “al parecer contradictorios: de un lado, una
variedad y riqueza imponderables de forma y tipos, de bien marcados estilos y,
de otro, una concepción del mundo, un ritmo en la técnica y el arte, un modo de
ser en general que borra todas las diferencias morfológicas para sólo advertir
el espíritu de una sola gran cultura”.
Según el doctor Luis Alberto Sánchez, “el hombre
peruano trasluce, como un modo esencial, una complejidad de influencias. Sea o
no de origen asiático el indio, su actitud lo asemeja más al oriental que al
occidental, y su literatura contiene dos rasgos que, entre otros, Hegel y
Spengler asignan a las culturas orientales: anonimato y colectivismo”.
En suma, del conjunto cultural prehispánico surgió una
nación, la Inca, cuyo predominio sirvió de base para la constitución del
Tahuantinsuyo, imperio en el cual jamás existió la esclavitud y donde “el
gobernante —como lo asegura el francés Baudin— en parte alguna del mundo se
preocupó tanto y tan constantemente por el bienestar de sus súbditos”.
El Arte
Efectivamente, el arte del Perú antiguo fue colectivo,
anónimo y ligado a otros valores independientes, en especial a los propios de
una sociedad campesina.
Se caracterizó por su ausencia de todo sentido mercantil.
La base económica de la actividad artística alcanza la superestructura
mágico-religiosa.
Modelando un torito de ¨Pucará |
Autorizados especialistas creen ver hasta en la geometría
ornamental, de variada índole (triángulos, meandros, líneas quebradas, grecas,
etc.), símbolos relacionados con las nubes, la lluvia, el arco iris, el rayo,
los ríos y con todo tema que nazca de la savia rural de su vida.
La paciencia en el acabado, la perfección del conjunto
y su originalidad vienen a ser otras peculiaridades de nuestro arte
prehispánico. Ellas son derivado y consecuencia de un magistral proceso de
artesanía que ignoraba, felizmente, el apremio de la demanda mercantilista.
La técnica de color, el minucioso conocimiento de
los tonos complementarios, el secreto de la duración de los tintes, su brillo y
su adecuación a la cerámica, a los tejidos y al ornato arquitectónico, han
constituido y constituyen un imán plurisecular para el asombro del mundo.
La proteica alfarería peruana ha dejado numerosos
ejemplares de huacos catalogados entre los más bellos de la tierra. Su
escultura ha esculpido, en piedra gigante o en materia miniada, expresiones
plásticas de perdurable memoria. Sus tejidos, maestría de telares próceres,
muestran la urdimbre de una estética impar, a la vez que esconden el secreto de
un indescifrado mensaje esotérico. Su arquitectura, piedra sobre los siglos,
siglos sobre la piedra, ha entregado a la humanidad Machu Picchu y Huayna
Picchu, Sacsayhuamán y Ollantaytambo, y la pétrea y emocionante eternidad del
Cusco.
Sin embargo, los indios de mi tierra, descendientes
de la más justa organización social de la antigüedad, lloran ahora lágrimas de
hambre y son como astillas vivientes de un inmenso tronco que dio sombra y que
fue bello, pródigo y sano. Desposeídos y enfermos, sin pan ni abecedario, sin
libertad y sin tierra, ignorando para qué les sirve hoy día el Padre Sol,
caminan por el borde frío de los Andes, y parecieran recitar una secular y
tristísima poesía quechua, cuyo lamento anónimo —en forzada traducción ——nos
dice así:
Nací cual planta que en el desierto
brota sin savia y sin calor,
y en cuyo tallo, cadáver yerto,
brota ese germen que no da flor.
Pues fue mi estrella como ninguna,
porque ni en sombras la vi lucir.
Amargo llanto regó mi cuna,
sólo he nacido para sufrir.
Junto conmigo, mi triste historia
en el olvido terminará,
y ni mi nombre, ni mi memoria
nadie en el mundo recordará.
El Sol de los Incas viene sufriendo un largo
eclipse. Pero, pronto volverá a renacer con moderno fulgor. Será el Sol de la
nueva vida peruana, en cuyo rostro veremos la bondad de una patria más alta.<>
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VALCÁRCEL, Gustavo (Arequipa 1921-Lima 1990): poeta. H. de César A. Valcárcel y Mercedes Velasco Seminario, n. el 17-XII- 1921 y m. el 3-V-1990. Trasladado a Lima, inició sus estudios en el Col. Salesiano (1929-1938); y luego de ingresar a la Facultad de Ciencias de la U. M. de San Marcos (1939), pasó a la de Letras (1940); pero su activa militancia política lo llevó varias veces a prisión, y determinó varias interrupciones en su vida universitaria. Luego fundó la revista Idea (1950), de corta duración; desterrado a México (1951), se consagró allí al periodismo (principalmente en Novedades, El Nacional y El Popular); y al regresar (1957), alternó sus labores en la prensa revolucionaria (Perú Popular en 1958, Frente en 1962 y Unidad, vocero del Partido Comunista Peruano, en 1963) con la labor de editor. Luego fue corresponsal de la agencia de prensa soviética Nóvosti y director de su revista informativa Panorama Internacional (1969-1978). Publicó los poemarios Confín del tiempo y de la rosa (1948), colección de 28 sonetos laureados en los juegos florales universitarios de 1947 y con el Premio Nacional de Poesía corespondiente al mismo año; Poemas del destierro (1956); Cantos del amor terrestre (1957); Cinco poemas sin fin (1959); Cuba sí, yanquis no (1961); Pido la palabra (1965); Poesía extremista (1967) y Pentagrama de Chile antifascista (1975). Dos antologías de su obra poética: Sus mejores poemas (1960) y Poesía revolucionaria (1962); y la reunión de su Obra poética 1947-1987 (1988). Un drama: El amanecer latente (1960). Y además: Apología de un hombre (1945); La prisión (1951), narración testimonial; La agonía del Perú (1952), crónicas; Artículos literarios (1960); Ensayos (1960); Reportaje al futuro (1963 y 1967), crónicas de un viaje a la Unión Soviética; Breve historia de la revolución bolchevique (1967); y Perú. Mural de un pueblo (1965, y corr. 1988), que intenta una interpretación marxista de la historia prehispánica; y Canción de amor para la papa (1988).