viernes, 22 de diciembre de 2023

OPINION: HILDEBRANDT SOBRE ISRAEL Y PALESTINA

 NAZIS DE HOY

César Hildebrandt

En: HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 667, 22DIC23

N

adie supo la verdad del horror de los campos de concentración nazis hasta que la Alemania de Hitler fue invadida y Polonia fue recupe­rada. Recordemos la cara del general Eisenhower cuando, el 4 de abril de 1945, ingresó al campo de Ohrdruf y vio dunas de cadáveres, parihuelas ma­cabras donde habían ardido cuerpos, sobrevivientes que eran sus propias sombras. Un hombre como Eisenhower, que mandaba ejércitos descomunales y tenía comercio íntimo con la muerte, se horrorizó. Y el mundo, lentamente, se sumó a la estupefac­ción: el nazismo no ha­bía sido una ideología sino una enfermedad: la tara de un gen bárbaro, la bestialidad del odio, el antisemitismo hecho gas letal, el pangermanismo canceroso.

Pero ahora, en Gaza, el mundo no necesita que la Cuarta División de Tanques del Ejército de los Estados Unidos abra un campo de exterminio y espante a todos con sus imágenes. Ahora todos vemos, en vivo, la matanza de un pueblo -el palestino- a manos del estado que se fundó para compensar, de algún modo, a las mayores víctimas de Hitler.

Hoy Israel es la Alemania nazi. Y los judíos que celebran la matanza de los palestinos son parientes involuntarios de Himmler, de Goering, de Goebbels.

Lo que está haciendo Israel tiene todas las trazas de un genocidio transmitido en tiempo real. Es la venganza arrasadora de un pueblo que reclama haber sido elegido por Dios para hacer su voluntad. Y la voluntad de ese Dios, según el gobierno de Netanyahu, es acabar con los palestinos, destruirlos, despedazarlos, borrarlos del mapa. Por eso es que el primer ministro israelí se ha permitido mostrar un mapa del “nuevo medio orien­te” donde ya no figura ningún territorio palestino (ni siquie­ra el arrinconado trozo que le queda en Cisjordania).

Convertido en un estado teocrático y racista, Israel quiere evaporar un pueblo, como si de las batallas mila­grosas y nacionalistas de la Torá se tratara, para quedarse con su territorio. Lo hizo hace 75 años, lo viene haciendo desde 1967 y lo está haciendo a grandes pasos en Cisjordania. Ahora Israel aspira a quedar­se con Gaza y crear allí un anexo-botín para disposición de sus colonos.

Para este crimen, del que somos pusilánimes testigos, Is­rael cuenta con el apoyo degenerado de los Estados Unidos y el silencio asustado de los europeos, siempre prescindibles y de costado. El resto calla. Y de ese silencio mundial el lobby israelí, presente en el Perú también, obtiene la tácita autori­zación para continuar su tarea masacradora.

¿Por qué a la prensa peruana, por citar un ejemplo minús­culo, no parece interesarle el genocidio de Gaza? Por­que la agenda de esa pren­sa ya no es propia, sino que, cada día más, res­ponde al menú mediático de la globalización reac­cionaria. La prensa perua­na es un suburbio remoto de esos grandes intereses. El fujimorismo, al fin y al cabo, fue la ejecución de una política dictada desde fuera por el Fondo Mone­tario Internacional y sus matones. Milei, ahora en Argentina, es el fujimoris­mo con camisa de fuerza. El resultado será el mis­mo: un país eviscerado, con cuentas azules e infe­lices crónicos: un boletín de cifras de exportación.

La matanza de Gaza es parte de la infamia de estos tiem­pos. Nos piden que los ricos sean más ricos, que los pobres se resignen, que el Estado desaparezca, que lo privado cunda, que el bien común sea maldito, que la codicia sea una meta, que el mercado decida, que la mano invisible nos to­que los pudores y que pongamos a Milton Friedman en una estampita del Opus Dei. Y no contentos con eso, nos piden el alma. ¿Nos piden, digo? No: nos exigen que aceptemos que matar civiles y niños es una necesidad y que nuestra anuencia es importante para combatir el terrorismo de Hamás. ¡Como si alguna vez hubiésemos sido partidarios de Hamás! ¡Como si no hubiésemos condenado el terrorismo de cualquier apellido!

Nos piden la humanidad que nos queda, nos exigen el si­lencio que nos deshumaniza y nos dicen que el orden mun­dial consiste en que un viejo decrépito (Biden) se abrace con un criminal de guerra (Netanyahu). Hijos de puta.



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