DE DÒNDE VENGO
César Hildebrandt
Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” Nº 650, 25AGO23
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ertenezco a una generación que ha visto todas las
atlántidas, todas las pompeyas, todas las romas. Se nos cayó la estantería
mientras fumábamos un pitillo. Se nos cayó la casa, el horizonte. Al futuro se
le borró la cara.
Creimos en Cuba y de pronto, de un día para el otro,
nos dimos cuenta de que el socialismo de las palmeras y las libertades era, en
verdad, un gulag isleño. Si para que te crean necesitas de un garrote, ya no
importa qué digas ni cuántas horas emociones a tus oyentes. La rabia es que el
asesinato moral de la revolución cubana fue festejado en Washington, esa
guarida, y en Europa, esa casa de tolerancias.
Después vino Chile y el proyecto de un socialismo en
democracia cayó cuando la CIA y el ejército de Pinochet decidieron que sólo
un escarmiento de asesinos liberaría al país del “cáncer marxista”. Esa
experiencia nos dejó más huérfanos que nunca. ¿O sea que Fidel Castro tenía
razón? ¿Habíamos sido imbéciles al imaginar que la derecha armada, que eso es
el ejército, iba a permitir un cambio radical? Sí, lo habíamos sido. No había
salida, pensamos. Si imponías el socialismo por el terror, eras Stalin. Si te
ilusionabas pensando que la persuasión y el ejemplo bastarían, terminarías
suicidándote en un palacio en llamas. La derecha no perdonaba y parte de la
izquierda ni te entendía.
Juan Velasco intentó desnaturalizar al ejército, borrarle la identidad, desanclarlo del fondo pantanoso. Fracasó al final y todo terminó en Morales Bermúdez, que a su vez terminó en Richter Prada y en los montoneros entregados en Lima al gorilismo argentino. Los milicos peruanos volvieron a la normalidad y el septenato de Velasco se trató como una enfermedad institucional. Velasco fue borrado de la memoria castrense, pero el odio de la derecha lo inmortalizó.
Creimos en tantas cosas que casi nos da vergüenza
enumerarlas.
Creí en Felipe González y el PSOE y me salió una
OTAN como buba y los GAL como pólvora y un líder que engordaba la cara y el
bolsillo mientras aceptaba todas las alfalfas.
Creí en Javier Diez Canseco y vino el cáncer con su
cara de cobrador coactivo. Creí menos en Alfonso Barrantes y también vino el
cáncer para exigirle cuentas que no eran suyas. De la izquierda peruana no
queda, por ahora, sino una brisa fétida: huele a caja desfalcada, a interés a
rebatir, a obra dada a dedo. Huele a derrota y a Cerrón.
Había creído en Arguedas pero jamás imaginé
-perdonen la torpeza- que la angustia lo devoraría y que un gatillo lo llevaría
a la calma. Creí, en el colmo de la necesidad, en Vargas Llosa y miren lo que
pasó: terminó pensando como su hijo Alvarito, que en realidad es hijo de Milton
Friedman.
Vamos, lo diré de una vez: amé a Ho Chi Minh y a sus
bravos cueveros, celebré los misiles rusos que derribaban aviones yanquis en el
cielo de Vietnam. Nunca pensé que esa gesta terminaría en Bitel.
Creí en el mayo francés tanto como en la primavera
de Praga y de ambos episodios el tiempo se encargó a su manera. De la promesa
de la segunda revolución francesa, con Sartre a la cabeza, surgió una derecha
experta en crisis y, más tarde, un Mitterrand descafeinado y cainita y, en el
fotograma final, un Hollande de cartón y niebla. Lo que De Gaulle intentó
levantar, la Francia del orgullo y la soberanía, es ahora el hoyo 18 del golf
que se juega en el Masters de Augusta. Y los rebeldes de Checoslovaquia, los
que lucharon con Dubcek en contra de las tropas del Pacto de Varsovia, han
terminado en los suburbios de la OTAN y la Europa subalterna.
Y tendré que admitirlo: Alan García me dio la
impresión de ser la promesa cumplida de Basadre. El Perú era posible, el Apra
podía volver de su largo secuestro en un hotel de derechas. Lo que vino fue la
leche Enci, las carnes dudosas, la inflación y los negocios con Zanatti. Y
después, el BCCI, las mansiones y el robo descarado. Era un matrimonio gay:
Tony Soprano y Bettino Craxi habían contraído nupcias. El padrino era un tal
Graña.
Vengo de muchas decepciones y debo asistir al
triunfo de lo que más detesto: la zafiedad, la ignorancia. El zapping me
lleva a Willax y me digo: es Fox después de un derrame cerebral. Es el paraíso
de la estupidez. Es la derecha en versión del loco PoggL Es el país que
moldeamos con bosta. Es el fujimorismo casi en plan borbónico. Es lo que
merecemos.
Vengo de la desilusión, pero no estoy arrepentido.
No cambiaría ni una sola de mis apuestas. No renunciaría a ninguna de mis
ilusiones. Ni siquiera a las que aún conservo. ▒▒
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