EL FUEGO Y AJAYU
DE BORIS
ESPEZÚA.
José
Luis Ayala.
Primero
es preciso explicar qué es un ajayu
para entender a cabalidad los valores, no solamente literarios, sino
ontológicos y cosmogónicos del último libro de poesía de Boris Espezúa Salmón.
“AYAYU DEL FUEGO Y LOS ABISMOS”, 1 es un libro que totaliza a sus textos
anteriores y se proyecta con la misma intensidad literaria. Sin embargo, el
poeta divide a su libro en tres estaciones como: Hojas de coca brevetes.
Asuntos contra la fe pública y Alegatos para un juicio razonable.
Se llama ajayu en idioma aymara al alma, a la sustancia espiritual e
inmortal de los seres humanos y que no desaparece nunca. Es el ánima, el espíritu,
la energía cósmica, la fuerza o ente que contiene los sentimientos y la razón
humana. De acuerdo a la cosmovisión andina, todos los seres humanos están
dotados de cualidades innatas. Pero sobre todo de una constitución espiritual
que le permite atravesar el tiempo y del mismo modo, ser polvo de las
estrellas, pero dotado de vida eterna.
De modo que en el universo andino la muerte
no existe. No es una metáfora sino una verdad que los seres humanos conocen
desde que tienen uso de razón. Ese hecho, sin embargo, exige la práctica de un
código de conducta que debe ser observado por todos los miembros de la
comunidad. Para eso existen además códices de conducta ciudadana.
Un poema que sin duda alcanza una gran
altura lírica es: Los tres entierros de Churata. Es que además de ser un poema
real maravilloso, es verdad que Churata fue inhumanamente maltratado por
Inocencio Mamani y un sujeto que funge de pintor, cuyo nombre resulta indigno
escribir. Sin embargo, Churata sobrevivió a los entierros que Boris Espezúa se
refiere. Es decir, tres veces lo sacaron del inframundo (manqa pacha) para
enterrarlo también tres veces.
El libro empieza con poemas cortos pero con
una intensa capacidad lírica. Cada uno de ellos representa no solo una visión
del mundo, sino sobre todo la necesidad de abolir el tiempo para establecer un
mundo más vivible, más
humano:
Suerte: Hoy no será mi funeral, no será / porque hoy no cojeó el aire, no /
doblaron las campanas, no se / detuvo el agua bendita.
Otro poema corto pero intenso es sin duda
Siembra: Primero, es el barbecho con el cual se voltea / la tierra, luego hay
que dejar que el viento / airee los terrones. Después la tierra tiene que /
descansar, mientras chajchamos coquita con / llucta para renovar energía y
asegurar la fertilidad del suelo y la abundancia de los frutos.
Igualmente
Despedida: Dejo en el agua el homenaje a mi / ausencia. / Dejo dibujado el
rostro de mi última/ apariencia / A los tres días de duelo mi nombre / tendrá
los ojos cerrados.
Llanto:
Amor, lloremos por los días que murieron, / por los días que permanecieron, por
los que / han huido de nosotros. Y por los que guardaron / una fe, con las
alegrías que ahora lloran sus / estrellas en la punta de las gotas de
lluvia.
Y luego el gran poeta Boris Espezúa Salmón
escribe así en referencia a los tres entierros de Churata:
¿Al morir un escritor será necesario tres ataúdes?
fue llevado como Cristo o como un
Atahualpa en tres procesiones. / en tres filas de murmullos y de fieles
súbditos y tres veces / por tres sonaron las campanas sin ser acalladas. / No
se le retuvo en ningún lado, sólo el costado de las pupilas / oscuras de noches
silbantes, no le retuvo con rezos, sino con los vientos que rasguñan / los
pajonales, con el silencio eterno de las kantutas que cantan una eternidad. /
Lo vistieron de negro, no lo afeitaron / ni tampoco lo envolvieron en aguayo. /
En la intimidad de las tumbas los antiguos qollas se cubrían con mantos de su
milenaria desnudez y se alimentaban con quinua cocida en el fogón del tiempo. /
Churata no se cubrió con nada y se desabrigó de incomprensión. / Las estrellas
también hieren cuando el músculo de su luz impulsa la real historia, cuando los
dientes de esa presencia, de ese ajayu, muerde la pulpa de esa lágrima.
Las
tres veces se duplicaron los charcos de la lluvia, tres veces, Churata no
sobrevivió a la muerte.
En
alguna parte lejana murmura el agua con los vientos de otoño que limpia su
memoria.
Tres
veces el cadáver cubrió su velo tupido de inmortalidad.
Fue
un hombre de palabra: trazó la palabra identidad y tuvo al frente tres espejos.
Sembró la palabra Ande y tuvo a su costado la
llijlla de una madre tierra que lo arrullaba:
Escribió
la palabra pueblo y el continente arrojó su eternidad para plantarla con
antiguas raíces y renacer de nuevo.
Escribió
sobre el futuro del Ande y el país advirtió que su palabra surcara los nuevos
caminos de nuestros nietos.
Las
cenizas endurecieron sus funerales y los muertos lo abrazaron con la tierra
donde nace la nueva semilla.
Sin
embargo, con todas las molestias que significa enterrarse tres veces. Los
entierros de Gamaliel tuvieron el baile del solsticio y la gran mirada a futuro
del inmenso Wiraqocha.
Estamos sin duda, ante la madurez de un
poeta peruano que en buena hora no usa la palabra indigenismo y que poco a
poco, ha alcanzado uno de los sitiales más altos de la poesía peruana
contemporánea.
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