SIRVINAKUY
EL
CONCUBINATO INDIGENA EN TIEMPOS DE LA COLONIA
Roberth Medina
Pecho
E |
l sirvinacuy es una
costumbre muy antigua de la zona de los Andes en América Latina. La celebran
los descendientes de los incas, que ahora son en su mayoría campesinos. Se
trata de una convivencia de los novios previa al matrimonio, que puede durar de
seis meses a un año.
Después de este tiempo,
el novio tiene que hablar con los padres de la novia y pedir permiso para
casarse con ella. Si los padres están de acuerdo, se celebra una boda que
consagra la unión entre los novios.
En los tiempos de la
conquista española, la Iglesia Católica intentó eliminar esta costumbre
considerada poco cristiana, pero no tuvo mucho éxito. Los indígenas siguieron
celebrando el sirvinacuy hasta nuestros días.
Actualmente esta
costumbre no se celebra tanto como antes. Los descendientes de los incas viven
sobre todo entre Perú, Bolivia y el norte de Argentina.
La celebración de esta
costumbre depende de muchos factores, entre otros el estatus social de los
novios.
Pero por ejemplo en
Bolivia, donde hay una población importante de indígenas, el sirvinacuy tiene
los mismos derechos que el matrimonio católico.
A lo largo de la experiencia
colonial, las autoridades españolas -como parte el proceso colonizador-
intentaron imponer e inculcar su estilo de vida.
Sin embargo, aun cuando
muchos valores nativos y europeos se mezclaron, persistieron los ligados a
asuntos tan personales como "el amor y el sexo", de honda raigambre
prehispánica, pese a las leyes y la asimilación de la doctrina católica. Entre
esas costumbres está la cohabitación antes del matrimonio, conocida como
sirvinacuy o tincunacuy, una práctica muy antigua considerada vital por los
andinos para asegurar una compatibilidad sexual que conlleve a un matrimonio
estable, así como para determinar si la mujer era "buena trabajadora"
y mejor cocinera, requisitos indispensables no sólo para la pareja en sí, sino
también para la comunidad, pues, la familia era la "unidad básica de la
vida comunal”.
Desde los primeros
escritos de Luis E. Valcárcel, varios historiadores hablaron del concubinato y
otras prácticas relativas a la sexualidad durante el período prehispánico. Pero
es el historiador estadounidense Ward Stavig quien nos ofrece los acercamientos
más precisos.
Ello resultó posible
gracias a que consultó los registros legales y los manuales que utilizaron
los curas para confesar a los indígenas de Quispicanchis, Canas y Canchis, a
fines del siglo XVII y durante el XVIII. Stavig explica que antes del "matrimonio
de prueba” la pareja se dedicaba a cortejarse y experimentar sexualmente.
El compartir las mismas
labores agrícolas (o de pastoreo) y las alegres fiestas comunales -acompañadas
por el consumo de chicha- proporcionaban la oportunidad para los primeros
encuentros sexuales fortuitos y la construcción de lazos afectivos.
Si la pareja tomaba la
determinación de casarse, el hombre solicitaba el permiso correspondiente a
los padres de la mujer.
Si era consentido, el
padre solía indicarle al pretendiente los defectos de su hija a fin de evitar
"que su hijo político se quejara o peleara si su hija era una 'mala mujer
o floja" Si bien la Iglesia Católica toleró abiertamente las relaciones sexuales
esporádicas -y algunas veces duraderas- entre españoles y mujeres indígenas
(mas no con damas de su misma condición social), la convivencia indígena
previa al matrimonio no fue vista con buenos ojos, pues transgredía seriamente
los valores del catolicismo.
Ya en 1550, según Carlos
Romero, la orden de San Agustín en el Perú se quejaba de que los indios “tenían
por costumbre, hasta hoy no hay quien se la quite, que antes de que se casarse
con su mujer, la han de probar tener consigo".
Reacción de la Iglesia
A fin de erradicar dicha
costumbre, la Iglesia ordenó a los curas predicar en contra de los
'matrimonios de prueba” y llevar a los inmorales ante las autoridades
religiosas.
Sin embargo, estas
ordenanzas no se cumplieron cabalmente en el hábitat rural.
Los curas utilizaron
severamente sus "sermones y reprimendas” para que los lugareños
cambiaran de actitud, pero no los denunciaron.
En su reemplazo tomaron
la autoridad en sus manos y obligaron directamente a las parejas a casarse,
encerrándolas en la iglesia hasta que accedieran al matrimonio.
En 1600, como muestran
los archivos legales consultados por Stavig, las nativas de las comunidades
de Canas y Canchis se quejaron del cura José Loayza, porque encerraba a parejas
"en el Bautisterio de la Iglesia a fin de que se casen por fuerza: este hecho
es público y notorio".
Rechazo tenaz
Resulta obvio que tales
acciones fueron rechazadas tenazmente por los indígenas, quienes no hallaron
mejor arma de defensa que denunciar a los curas que solían sostener relaciones
sexuales con las mujeres solteras de la comunidad.
Ese era el caso en 1758,
en Quispicanchis, del cura Juan de la Fuente y Centeno, acusado de tener varios
hijos con una mujer, producto de su convivencia.
Al morir ella, un hijo
con otra mujer salió a la luz cuando un testigo afirmó: "Es cierto y
público que actualmente vive el dicho cura con escándalo de su pueblo y
feligreses en concubinato con la hija de un sacristán". Aun cuando
semejantes conflictos resultaban cotidianos, los indígenas siguieron
aferrándose a sus tradiciones.
Tras el cortejo y el
matrimonio de prueba (con cambio de pareja si la relación no funcionaba), los
casados asumieron "su posición de miembros activos" de la comunidad y
fueron sexualmente fieles a sus cónyuges.
Trataron de mantener estable
su matrimonio, lidiar con problemas y separaciones, criar a sus hijos y cumplir
con sus obligaciones, asegurando su reproducción biológica y social de acuerdo
con las normas culturales de la época. Reglas vigentes en la actualidad. <>
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