MITOS Y LEYENDAS
César Hildebrandt
En HILDEBRANDT
EN SUS TRECE Nº 644, 14UL23
D |
ice Fernando de Sziszilo
en sus memorias que Jorge Luis Borges le confesó que “no le había sido dado
leer a Proust”. Así era Borges, el vidente ciego. A mí me dijo después de
entrevistarlo, que Vallejo era un poeta “admirado de antemano”. Era claro que
apenas lo había ojeado y que no estaba interesado en el asunto.
Marcel Proust |
Los que no lo han leído,
dicen que “Moby Dick” es un gran libro. Y tienen razón: es preciso no haberlo
leído para alabarlo. La obsesión de un idiota delirante por un cetáceo cruzado
con leviatán no alcanza ni siquiera para guion de la Metro, pero Melville
siempre tuvo buena prensa y eso lo colocó entre los grandes. Lo salvaron las
“connotaciones” que la crítica confusa halló en sus líneas.
Más clamoroso es el caso
de “Por quién doblan las campanas”, que es un folletín infame sobre la guerra
civil española vista por un republicano en estado de ebriedad. No está de más
decir que la novela produjo, como tenía que ser, una de las peores películas de
la historia del cine: Ingrid Bergman regada de colirio.
Estuvo y estará de moda
decir que “Casablanca” es un clásico del cine, pero el melodrama de Curtiz no
llega a ser siquiera regular y patina en la inverosimilitud casi graciosa de
sus escenas finales. El cantinero de un cuarto de pelo y el oficial que
acopiaba sobornos son tocados por la varita de los hermanos Warner y se
convierten en héroes, segundos antes del “The end”. Propaganda antinazi de las
más baratas y con un Bogart más tieso que nunca.
Hay libros de Virginia
Woolf que alcanzan la categoría de ilegibles y, sin embargo, pinta mucho decir
que son atrapantes. Del mismo modo que hay novelas de Faulkner que se te caen
de las manos y que gozan de gran fama entre sus lectores imaginarios (o auténticos
y aburridos).
Leí a la Sagan siendo
adolescente y por poco me convence de que era una gran escritora. Mi segunda
lectura de “Buenos días tristeza” la lanzó por la borda, aunque nunca dejé de
admirar la transparencia de su estilo. Lo mismo me ha pasado con algunos escritores
-Sábato está entre ellos- que me hipnotizaron en la juventud y que hoy no
sobreviven al juicio sumario de la impaciencia.
Hay gente que sostiene
que “El Quijote” es su libro de cabecera. Que “El Quijote” esté en un velador
describe la infelicidad de quien lo ha puesto allí, pero eso no quita que sea
un libro que ha vencido a las termitas del tiempo. Lo que pasa es que, como
casi todo, tiene altibajos, episodios grandiosos y pasajes que lindan con lo
previsible, que es lo peor que puede sucederle a un novelista. Lo que lo ha
preservado más o menos invicto es el humor, ese antioxidante.
Mario Vargas Llosa |
Quienes en el fondo
odian la literatura saltaron de alegría cuando Vargas Llosa publicó “Pantaleón
y las visitadoras”, ese anime en el que los milicos parecen dibujados con
plumón y el colorido festivo de la historia tiene el propósito de proclamar el
gran cambio: el autor de “Conversación en la catedral”, esa gran novela,
podría, de ahora en adelante, dejar las sombras y arrancarte alguna sonrisa.
¿Es Pantaleón el peor libro de Vargas Llosa? No. La disputa es seria y
“Cinco esquinas” reclama lo suyo.
Me he pasado buena parte
de la vida leyendo libros. Renuncié a muchos privilegios de la juventud
cumpliendo esa manía y ahora, comprensiblemente, leo contra el tiempo. Por eso
tengo el leve derecho de decir que cuando alguien te recomiende leer “El
Alquimista”, de Pablo Coelllo, revises el bolsillo donde guardas la billetera. ▒▒
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