“PUNO ES LA PRUEBA ÁCIDA DE LA REPÚBLICA" ENTREVISTA A JOSÉ LUIS RÉNIQUE
Eduardo Ballón
J |
osé Luis
Rénique es una de las voces que más ha contribuido a la comprensión del
estallido social que estamos viviendo. Su conocimiento profundo de la historia
del sur andino del país y su lectura sobre radicalidad, violencia y revolución,
aportan a una mirada indispensable de los distintos tiempos que convergen en la
coyuntura actual. Algunos de sus varios libros —Imaginar la nación. Viajes
en busca del verdadero Perú, La batalla por Puno. Conflicto agrario y nación en
los Andes peruanos, La nación radical. De la utopía indigenista a la tragedia
senderista, así como Los sueños de la sierra. Intelectuales,
indigenismo y descentralismo en el Perú (1897-1931)— resultan
imprescindibles para entender la magnitud de los desafíos y las heridas que
tenemos al frente. Desde 1989, José Luis ha sido docente en Lehman College y en
el Centro Graduado de la Universidad de la Ciudad de Nueva York en Estados
Unidos.
Muchos de los intentos por explicar lo que estamos viviendo son cuestionados desde un lado del espectro como terrucos o caviares y desde el otro, también como caviares, reformistas o academicistas. Tu trabajo tiene como trasfondo una larga historia de reflexión sobre varios de los temas que nos agobian actualmente. No obstante tener más de cuarenta años fuera del país, sigues escribiendo en castellano. ¿Desde dónde hablas y qué buscas, que por lo que dices, tiene como sustento tu propia vida?
En los años
ochenta, todos pensábamos en lo que vendría después del incendio que sucedía;
cómo sería la integración del país a partir de la premisa, que creo que nos
unía generacionalmente, de que el Perú era un proceso que estaba aún buscando
sus rumbos. Nos llamaba la atención la intensidad de los movimientos sociales
en general y los regionales en particular. Tú mismo editaste un libro 1 en
el que planteabas que ahí había la posibilidad de una democracia emergente,
subrayando que la visión desde el centro no era la única válida para mirar
nuestro proceso político. Ese interés me hizo mirar el Cusco;
independientemente que el trabajo me enseñó muchísimo y tuvo lectores, que es
lo que siempre uno busca, tuve una frustración porque al fin de cuentas sentí
que había recaído en un modelo de historia regional que no mordía el meollo del
problema.
Un viejo
compañero de universidad y militante del PUM [Partido Unificado Mariateguista]
me propuso, entonces, ir a Puno, específicamente a Ayaviri, donde se estaba
preparando una gran toma de tierras. El PUM era el partido más fuerte de la
izquierda entonces, se había formado hacía poco y estaba muy activo en Puno, lo
que me permitió un extraordinario acceso a la dinámica del movimiento. Lo que
vi ahí, en 1987, fue una de las movilizaciones rurales más importantes que se
habían producido en muchos años. Sentí que era testigo de un desenlace
histórico, que había una especie de guión de larga duración, que había que
reconstruir con el sonido de la guerra popular en los oídos y lo que pasaba en
el mundo con la caída del socialismo. En mi caso, estaba más preocupado por lo
que estaba sucediendo, ya no como preludio de nada, sino básicamente para
averiguar de qué se trataba, para entender lo que era una lucha campesina. Me
pregunté especialmente por la relación entre conflicto rural y construcción de
la nación, tema muy importante en largos tramos en nuestra historia, viendo que
ese momento ofrecía la oportunidad de revisarlo en un contexto de profunda duda
ideológica, es decir, más allá del maoísmo, de las teorías, de la influencia de
la revolución cubana.
¿De ahí el
subtítulo del libro, Conflicto agrario y nación en los andes peruanos?
Efectivamente,
tras entender lo que tenía ante mis ojos, vino un periodo de trabajo más largo
de reconstrucción de la historia de Puno, no en términos de una historia
regional, como me ocurrió en Cusco, sino en los términos que expresa el
subtítulo del libro. El título, La batalla por Puno, fue una forma de señalar
que Puno seguía siendo un campo de batalla a pesar de largos periodos de
aparente calma y de que muchos peruanos, limeños en particular, habían
incorporado a esta región en su imaginación como un lugar en donde no pasaba
nada, aislado de la historia nacional.
Lo que
buscaba en el libro era desmontar los prejuicios y los mitos, verificar algunas
de las ideas que se habían avanzado para comprender ese proceso de incorporación
de las regiones andinas del Perú al gran proceso nacional, en particular el sur
andino. Ese era mi afán. El que hoy haya interés por discutir el caso de Puno
tiene que ver con lo que estamos viviendo los últimos meses, con lo que Puno no
ha enseñado. De todas las regiones de la sierra del Perú, es el lugar donde los
grandes dilemas de esta confrontación con la sierra y donde la pregunta de cómo
hacer para incorporar regiones remotas y rebeldes a un cierto patrón de
construcción de la nación, sigue más vivo; es donde las luchas y movimientos
sociales cobran un nivel de radicalidad y de demanda más intenso que en
cualquier otra región. Puno sigue siendo para mí un lugar privilegiado para
mirar el proceso de construcción nacional de un modo creativo, abierto a
diferentes variantes. Un caso que me ha “vacunado” de caer en algunos
planteamientos que han estado de moda en el Perú en los últimos años, como el
republicanismo, que no era otra cosa que la reiteración de los enfoques
liberales, centralistas, que han hegemonizado la discusión sobre el tema de la
construcción nacional.
En Perú, la
política frecuentemente ha tenido un carácter confrontacional, más explícito en
la polarización que vivimos en los últimos años. Lo que vemos en Puno es parte
de esa cultura política, ahora marcada a sangre y fuego. La masacre de enero en
Juliaca, que a un sector de la sociedad peruana le cuesta aceptar como parte de
la realidad, se suma a esta lista ya bastante larga. ¿Cómo poner estos hechos
en una perspectiva histórica?
El problema
clave es la heterogeneidad en los tiempos políticos del país y la poca voluntad
para trabajar en ese sentido, es decir para tomar pulsos regionales, para
entender a cabalidad con qué se cuenta y qué cosas se puede trabajar, qué
palancas y qué elementos son los que movilizan la vida política de una región;
y en qué sentido relacionarlos con otros pulsos regionales dentro de la misma
región sur y con el resto del país. Es un reto muy grande. A algunas
generaciones, las del 20 y el 70 en particular, les tocó vivir períodos de
enorme agitación. De ahí que fueran momentos en que los grandes temas de la
integración nacional pudieran analizarse y debatirse con particular claridad e
intensidad. Si en los años 20 se escribieron textos fundamentales como Siete Ensayos,
Perú: Problema y Posibilidad o Tempestad en los Andes, en nuestra época se
lanzaron conceptos como la utopía andina, el protagonismo popular o la idea de
la cuestión regional como espacio de de lucha en el marco de la construcción
nacional, sin que necesariamente hiciéramos el trabajo necesario para entender
la heterogeneidad de los tiempos.
Una mirada que me pareció sugerente, muy presente en tu reflexión, es la figura del mensajero, entendiendo por éste el canal entre el mundo indígena, campesino, más andino, y el mundo estatal, formal y más “intelectual”, limeño. Juan Bustamante sería, en la mirada que ofreces de los siglos XIX y XX, una primera figura en ese sentido. ¿Cómo miras a los mensajeros del último tiempo?
Los grandes
periodos de movilización, aquellos donde surgen fenómenos como los mensajeros,
no son momentos de abatimiento de las organizaciones del campo; son, por el
contrario, momentos de definición frente a las haciendas, frente al latifundio.
Son momentos en que las comunidades están fuertes y tienen la capacidad de
plantearse su inserción en el sistema político nacional. Acudir a Juan
Bustamante o a Teodomiro Gutiérrez Cueva, el célebre Rumimaqui, no es un acto
de desesperación, es uno de reafirmación, de buscar ser reconocidos. Al respecto,
el trabajo del historiador Nils Jacobsen es una importante contribución.
Jacobsen muestra que cuando la nueva élite post independencia se da cuenta que
la lana es el futuro del mercado y que llega el capital británico, tienen que
encontrar un mecanismo que le permita competir, en los mejores términos
posibles, con las comunidades, su mayor rival; él investiga las transferencias
de tierra y presenta la complejidad del mundo social que se estaba generando,
mostrando una economía campesina fuerte, comunidades que están buscando
participar en un proceso político de una dimensión supra regional y que no es
simplemente un movimiento de defensa. Ese mundo rural es el que, con las
variaciones del tiempo, va a encontrar el investigador francés Francois Bourricaud
en los años cincuenta, y que describe en otro libro fundamental, Cambios en
Puno, que muestra que no es tan cierto el supuesto poder del hacendado. Que los
terratenientes se mueren de miedo, más bien, de confrontar a sus colonos.
El
movimiento campesino, en suma, había sido capaz de detener el crecimiento de
las haciendas. Porque si bien son derrotados entre 1917 y 1923, han impedido
que los hacendados completen el ciclo de desarrollo capitalista, que requería
necesariamente una mano de obra estable o sea, “proletarizar” a sus colonos,
que eran incorporados en la hacienda con enorme cuidado y con una serie de
derechos y condiciones que llevaban a que, dentro de la hacienda, pudieran
mantener su autonomía. Y esta autonomía se mantiene hasta los años sesenta,
cuando llega la reforma agraria. Entonces, las comunidades entran al juego del
estado pero mantienen sus organizaciones. Eventualmente, cuando sienten que las
empresas asociativas creadas por la reforma agraria no responden a sus
intereses se movilizan para desmantelarlas, generando el movimiento que me tocó
ver el año 1987 y que es el ciclo de reconocimiento comunal más importante en
la historia de Puno. Algunos años antes Bourricaud concluía que la comunidad es
un ámbito en el que los campesinos pueden organizar sus vidas sin la presencia
de un misti. Es decir, desinflando por completo la idea de la propiedad común y
las formas colectivas de trabajo que nos llenaban los ojos a quienes leíamos
las cronologías de los antropólogos de una o dos generaciones antes de la
nuestra.
A partir de
esa mirada, adquiere sentido particular una declaración tuya reciente, en la
que dices que Puno es la prueba ácida de la república peruana. Desde esa
mirada, ¿hasta qué punto los hechos de diciembre de alguna manera cuestionan,
interpelan la ubicación de Puno en la República realmente existente?.
Se necesita
reconstruir una secuencia desde el análisis electoral, que va a demostrar que,
en Puno, para el movimiento social, el gran aprendizaje del periodo post 1987,
fue descubrir la propia capacidad para elegir sus propias autoridades,
inclusive, un presidente. Ese momento culminante de la historia de Puno, es
respondido por las elites políticas nacionales de la manera más torpe, con el
insulto y todo el circo que se monta sobre el supuesto fraude, que ocasiona una
serie de miradas llenas de condescendencia que hieren profundamente la
conciencia puneña. Se desconocen sus patrones de parentesco, se burlan de sus
patronímicos, de sus estructuras familiares, de cómo son las votaciones en
Puno; y eso es seguido por la muerte, que tiene, en la visión general de la
historia de Puno, un sentido de escarmiento, antes que de contención.
Hablamos de
los mensajeros antes; ellos no hubieran podido funcionar, y ahí están los
testimonios de Juan Bustamante en su libro “Los indios del Perú”, sin los
delegados de comunidades fuertes, que tenían más recursos que muchas haciendas.
Los campesinos puneños competían en el mercado doméstico e internacional, vía
Arequipa, con los propietarios; y hubo que gastar mucho dinero e invertir en
muchos plumíferos para reclamar para los hacendados el rótulo de la parte
civilizada de la región y presentar a los indios como el atraso, como residuos
del Perú colonial que había que dejar atrás. Algo similar ocurre ahora con el
preludio cívico a la masacre-escarmiento, buscando retroceder el reloj de la
historia puneña a la barbarie, como una forma de demostrar el fraude y lo que
pretendieron varios abogados y políticos limeños con conexiones
internacionales. Cuando el fraude no se pudo demostrar, y ocurrió lo que
ocurrió con la propia administración de Pedro Castillo, viene la sangre. Es
decir, es Huancané 1923, es el asesinato de Juan Bustamante, es un verdadero
retroceso del reloj de la historia en Puno. Eso es lo que debe estar al centro
de nuestra reflexión. En Puno no hay una gran rebelión en cocción, lo que hay
es una decisión colectiva de ser parte del sistema político del Perú. Y la
sensación que hay es un sentimiento que se remonta a Guamán Poma de Ayala, al
mensaje al rey que su Crónica del Buen Gobierno encierra: “te reconocemos como
soberano, pero, nosotros podemos gobernar lo nuestro mejor que tus operadores”.
Eso
significa que la república realmente existente los sanciona y les dice “no hay
sitio para ustedes”.
Crédito: SER.PE |
Hablando
del desplome de la representación, decías que las inquietudes políticas en Puno
se expresan a través de dirigentes de base con un punto de vista radical sobre
la relación con el Estado. ¿En qué consiste hoy día esa forma radical de
concebir la relación con el Estado? ¿Cuáles son los elementos de esa
radicalidad?
La
radicalidad que veo en Puno es producto de la vida misma, de la manera de
vivir; una radicalidad que te lleva a decir “ya no aguantamos más ninguneo,
ahora nosotros podemos hacernos cargo de esto”. Es un clamor antiguo, de varias
generaciones de dirigentes populares, y rurales en Puno: participar en
procesos, para los cuales los “indios” como ellos no estaban calificados, sin
renunciar a su identidad. Jacobsen lo encuentra en su andar por los archivos;
un campesino comunero podía ser juez de paz sin renunciar a su identidad
indígena; descubre a cientos de indios funcionando como garantes en contratos,
lo que es un indicador bien concreto de la vida misma. Son personas que en el
Perú oficial no eran considerados ciudadanos mientras en el mundo altiplánico
son considerados como tales y pueden jugar papeles para los que supuestamente
no están calificados.
Los líderes
indígenas orquestaron, por ejemplo, a Juan Bustamante; los dirigentes comunales
puneños eran lo suficientemente seguros de sí mismos a partir de la competencia
que les era favorable en los mercados. Lo buscan porque saben que es una figura
con acceso a Lima, pero ocurre el infortunio en que termina esa historia. Por
algo los gamonales estaban, en ese momento precisamente, decidiendo que si no
era con la violencia no podían parar a esa masa puneña. Ese es el otro
componente que Jacobsen señala; a falta de una claridad ideológica prospectiva,
la proclividad de los actores políticos a recurrir a elementos sociopolíticos
que regresan el pasado con miras a garantizar cierta seguridad, a prevenirse de
la violencia del otro y eventualmente a afirmar su propia violencia.
En varios
de tus trabajos y en las conversaciones que hemos mantenido, subrayas la
importancia fundamental que tiene el asunto agrario campesino en la
movilización política en Puno. La democratización en el siglo XX, desde la
perspectiva puneña, tuvo como eje acabar con el orden y al poder gamonal. ¿Hoy
día cuál sería el espíritu de esa democratización?
Esa es la
gran pregunta que he tratado de hilvanar, mi respuesta honesta es que no lo sé
bien. Algunas de las lecturas que he hecho de los jóvenes investigadores, me
llevan a creer que hay que responder esta pregunta para poder formular una
visión político ideológica, atenta al tiempo puneño, que tiene que ir de la
mano con lo que Mari Burneo llama la nueva ruralidad y que Ramón Pajuelo amplía
al hacer un análisis del tema municipal que se deriva del tema descentralista.
En esa dirección hay un tanteo que se resume en una forma de autogobierno que
no puede darse en ninguna otra parte de la sierra del Perú. De ahí la mirada a
Bolivia, el tema de la participación política de los puneños en otras partes
del gran sur, la renovación de vínculos étnicos y el énfasis histórico,
identitario, que no es de la misma naturaleza del que se da en movimientos
políticos urbanos capitalinos. El mismo se maneja de forma particular, dando
lugar a situaciones incomprensibles desde Lima. Si recordamos los sucesos de
Ilave, vemos la combinación de una lucha que tiene una dimensión de
construcción institucional relativa al tema de presupuesto y a jerarquías, que
se termina definiendo en un plano étnico, con un tipo de despliegue de
violencia que nos sacudió a todos y que está acompañada de una erupción
regionalista, con un lenguaje que proviene de alguna época de la historia
altiplánica, enarbolada por personajes que tienen una afiliación política con
el Puno moderno y que terminan hablando como si fuesen líderes de los años 20.
Ese es el
tiempo puneño que no logramos entender del todo. Puno es un laboratorio en
donde muchos izquierdistas pueden expiar sus culpas y muchos conservadores
pueden tener un aprendizaje de la complejidad del país, sobre todo ahora que
las expectativas respecto a Puno ocupan primeras páginas de periódicos del
mundo. Reitero que Puno es la prueba ácida de la República, y quienes siguen
citando a Basadre sobre la promesa de la vida peruana, deben recordar que es
una frase que tiene escrita ya casi un siglo y una promesa que se demora un
siglo ya no es tan promesa.
Para
cerrar, dos temas ásperos. Uno primero que tiene que ver con esta idea presente
en tu trabajo sobre las distintas fronteras; la geográfica y Puno con el Perú,
lo urbano y lo rural, lo quechua y lo aymara. El segundo, tiene que ver con un
territorio que seguramente concentra, más que otros, aquello que Durand a
inicios del siglo XXI constataba, de un capitalismo que en sentido estricto es
la articulación de tres subsistemas, uno formal en donde se concentra el poder
institucional, el capital, más transnacional y más grande, otro informal que es
mayoritario y ha crecido muchísimo; y el ilegal, en donde cada uno de estos
subsistemas ha generado sus propias burguesías y formas de articulación. Esta
realidad, que ha sido sistemáticamente negada por la derecha y ha sido obviada
de manera general en la reflexión, ha aparecido de manera muy contundente post
pandemia y como discurso en la explosión social que seguimos viviendo. ¿Cómo
manejar esas dimensiones para entender Puno?
Con el espíritu de agregar ingredientes a lo que mencionas, si vamos a hablar de fronteras urbanas, rurales, nacionales, geopolíticas, el dinamismo de la sociedad rural puneña ha atropellado todas las nociones de frontera que hemos manejado, ha producido la gran ciudad campesina peruana, Juliaca, y está produciendo dos y tres; llegará un momento en que Juliaca, Ilave y El Alto, sean un triángulo que quizá reconstruya el lugar de donde salió este pedazo de altiplano peruano, que es la gran región india de la era colonial articulada en torno a Potosí. No soy muy afecto al indigenismo a estas alturas de mi vida, pero ahí hay un componente milenarista que lleva a que haya una gran memoria que influye de alguna manera y le da forma a lo que pueda surgir en Puno en lo que se refiere a fronteras.
El
dinamismo puneño es indiscutible. Toma una provincia, Carabaya, y mira los
indicadores de la dinámica de distribución de la población, el papel de la
migración campesina en la conformación de una burguesía industrial en Juliaca,
la relación entre el altiplano próximo a Bolivia y el altiplano boliviano y
argentino. Son cosas que crean un piso que, si agregas la eventual producción
del litio y la que ya existe de oro, un par de carreteras estratégicas o un
ferrocarril que vincule al altiplano, nuevamente, a un espacio mayor,
tendríamos una especie de repetición del ciclo potosino que tendría como eje a
Puno. En ese escenario, todos los que miraban sobre el hombro a la migración
puneña, tendrían que callar porque Puno sería el eje del gran sur, con Juliaca
como la gran ciudad india que termina marcando el paso del futuro del sur del
Perú. Eso con respecto a las fronteras.
Pienso en
el ciclo de gran crecimiento de la hacienda, 1860-1920, que en perspectiva
termina siendo una victoria a posteriori de las comunidades. Pienso en ese
momento 1962-1963, en que había grandes movilizaciones en La Convención, Cusco
y una serie de provincias de los andes, mientras en Puno no pasaba nada. Y lo
que acontece luego es el alzamiento de Juliaca por el “insulto” de Javier Alva
Orlandini, cuando al salir del aeropuerto los juliaqueños lo esperaban y él no
se detiene y se va directamente a Puno, encontrando, en su viaje de retorno, un
levantamiento que le impide pasar y que termina hasta con muertos. Finalmente,
si buscamos un movimiento social poderoso, hay uno en Puno que ganó expresión
política en el FNTC, el Frente Nacional de Trabajadores y Campesinos, que es
otro de los capítulos de la historia política del Perú regional, ninguneado por
lo que miran las cosas desde el centro, no habiendo un trabajo sólido sobre el
FNTC y la manera en cómo ha influido en la política del sur del país.
Los tres subsistemas de nuestro recordado Paco Durand, son un buen marco para lo que acabo de decir y tiene que ver con el hecho de que el Altiplano es plano, es decir, la valoración de lo geográfico es fundamental para entender por qué Puno es lo que es y el papel que juega en la historia política de este país. Leyendo su historia, por contraste con las otras regiones de la sierra del Perú, y aquí en esta respuesta final, la geografía no se puede separar de la historia porque hay la necesidad de entender lo que significaron los Lupaca y los Pacajes para la historia de la mita minera de Potosí que sostenía la economía mundial, como eventualmente el litio y el oro puneño puedan sostener pedazos de la economía internacional en poco tiempo. El papel que tuvo el Altiplano, ese al que se le ha mirado tan por encima del hombro en un momento fundamental de la construcción de las sociedades hispanoamericanas, nos debería transmitir una dosis de modestia, de humildad, para preguntarnos si no estamos equivocándonos por todo lo alto al no aceptar que lo de Puno es algo que nuestras categorías y conceptos no alcanzan a mirar. Mira el poco tiempo que ha pasado desde la acusación de fraude y lo ridículo que se ve eso desde la perspectiva actual.
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1. Ballón,
E. (1986) Movimientos
sociales y democracia: la fundación de un nuevo orden. Desco. Antropologo, investigador de DESCO
Credito: Chambilla |
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