miércoles, 12 de julio de 2023

DOCUMENTO PARA LA HISTORIA DE PUNO

 19 DE JULIO DE 1900:

AZANGARO ARDE

Por: Guillermo Vàsquez Cuentas

El 20 de julio de 1900, el pueblo de Azángaro vivió un día trágico. Muchas casas de la ciudad ardieron, entre ellas la mansión de la familia Lizares Quiñones, en la que, infortunadamente, se quemó una valiosa biblioteca de miles de volúmenes, incunables y documentos sobre Puno y su historia, entre ellos el discurso de puño y letra que José Domingo Choquehuanca expresara a Bolívar, al pie del peñón de Pucará.

En un documento que muy generosamente me obsequió el historiador Ramos Zambrano, aparece en anexo la Memoria que eleva el Subprefecto de Azángaro José Alvino Ruiz al Prefecto de Puno. En ese documento, Ruiz relata -con inocultable sesgo oficial- los acontecimientos de ese aciago día. Muchos azangarinos de hoy reconocerán a sus familiares que de una u otra forma fueron protagonistas de esa lucha.

Se trata de un documento absolutamente inédito, que hacemos público para beneficio de historiadores y sobre todo para todos aquellos que están interesados en el pasado de nuestra tierra altiplánica.

 

“ANEXO N° 1.  A 21 de julio de 1900 Sr. Prefecto del Departamento. El 20 de los corrientes dirigí telegrama a Ud. del Distrito de Santiago, ponien­do en conocimiento el movimiento revolucionario que se verificò en esta capital por lo que ahora paso darle parte respectivo. En la tarde del 19 tuve rumores de que una noche esta­llaría una revolución a favor del Ge­neral Cáceres, encabezado por D. José María Lizares, y sus cómplices D. José Luis Macedo, Guzmán Miranda, Cristóbal Miranda, Jacinto Mi­randa, Francisco Miranda, Justo Manuel Béjar, Bertin Morales, Filiberto Aparicio, José Angelino Lizares Quiñónez y José Francisco Lizares, los que embriagando con alcohol a los indios de varias haciendas iban ata­car la Subprefectura, por cuya causa a horas 6 1/2

Angelino Lizares Quiñones Alarcón
fui al Cuartel que ocu­paba la guarnición que se encuentra en esta plaza compuesta de quince hombres, a cargo del Teniente Felipe Mejía, en el objeto de ordenar que fueran a la Subprefectura, sus núme­ros de guardia, lo que instalé en el zaguán de la casa de la propiedad de Don Luis F. Luna, en donde tenía mi departamento, después de esto me fue a despachar el correo por su vís­pera de la salida. En estos momentos mande al gobernador del Distrito de la capital Don Adolfo Paez para que fuese a colocar guardias de indios en los alrededores de la población a fin de que diesen aviso del ingreso de la gente en grupos. Los citados guar­dias regresaron a las ocho más o me­nos, manifestando que por diferentes lugares entraban indios en tumulto y se dirigían todos a la casa del Coronel Don José María Lizares, que está si­tuada sobre la plaza principal, en vis­ta de este aviso me hice cargo que esa noche estallaría la revolución en ca­bezada por Lizares, y de la que hace tiempo había rumores. En el acto fui al cuartel y ordené que los nueve hombres que habían quedado fuesen a la subprefectura con mantón a la cintura y pensé allí el modo de distri­buir mi gente. La casa que ocupo tie­ne posesión muy desfavorable para una defensa militar, por el frente está la calle de Lima, por la izquierda está la Plazuela de San José, para donde no hay habitaciones sino únicamente muros muy bajos, por la derecha la calle de la cárcel y por la espalda tampoco hay habitaciones sino muros bajos, por consiguiente la casa no tenía defensa segura. De los quince hombres que compone la guarnición el rifle del soldado Muñoz estuvo des­compuesto desde antes, el de Alejan­dro Pilco se descompuso a los pocos tiros, por lo que no quedaron sino trece soldados. Esta gente la distribuí del modo siguiente: seis fueron colo­cados a órdenes del Sargento Heredia en la puerta de Calle cuatro en la puerta que comunica al interior y tres en la ventana de una habitación que está junto a la puerta del interior y que tiene vista para el lado de la plazuela indicada. A horas 9 que los contrarios hicieron tocar arrebato con la que la población se alarmó a horas 9 y 30 más o menos, casi todo el vecindario se presentó a la Subpre­fectura desaprobando la conducta para la conservación del orden públi­co, con cuyo objeto pidió armas y que no pudo darles por no tener centro de entrenamiento estaban el Señor Dr. Mariano Enríquez, Ismael Cornejo, Luis R. Gutiérrez, Mariano A. Toro, Fermín N. Jiménez, Adolfo Enríquez, Manuel Mostajo, Juan Cabrera, José Cándido López, Felipe R. López, Juan N. Santos y otros muchos. El Sr. Enrí­quez a nombre de D. Francisco Liza- res me dijo que le había encargado por medio de la Sra. María Dolores de Luna para que rindiese las armas y en caso contrario se prendiera fuego a la casa, en atención al mensaje cruel a la poca fuerza de que dispo­nía, de la mala posición de la casa como ya he dicho y de la familia nu­merosa del Sr. Luna, le di una res­puesta dilatoria al Sr. Enríquez con lo que se fue donde Francisco Lizares, habiendo vuelto con el mismo men­saje, y en una de sus visitas me trajo la comunicación que adjunto a este parte bajo el N° 1 a esta carta de di otra respuesta dilatoria y en la que se fue el Dr. Enríquez porque mi objeto era dar tiempo para que pase la no­che. Últimamente vino a mi despa­cho el Sr. Enríquez a h. 2 am. a manifestarme que Lizares no transigía, a la que contesté que no entregaba las armas, y se retiró. A horas 2 23/4 la gente de Lizares desfiló de su casa con dirección a la subprefectura en un número muy crecido para atacar por el frente, y los flancos. Cuando una
columna de
150 hombres más o menos llegó a la esquina de la sub­prefectura, echaron vivas a Cáceres y Borgoño y mueras al Sub Prefecto y se pusieron a marchar al frente del local, como vieron los señores Adolfo Enríquez y José M. Hersilla. A horas 3 a.m. más o menos rompieron los fue­gos sobre la puerta de la calle y una tienda situada en la esquina y que pertenece a la casa de la que era de­pendiente Margarita Ramos. Esta puerta por ser débil fue rota pronto y la gente se lanzó al saqueo del alma­cén de abarrotes que había allí. Cuan­do robaron todo quisieron penetrar a la habitación siguiente por el pasadi­zo, pero como allí se opuso resisten­cia y cayeron varios agresores, tuvie­ron que retroceder mientras tanto era el fuego incesante sobre la puerta de calle, así como la sobre puerta del pasaje al interior, después de media hora la puerta fue destrozada y la gente de Lizares muchas veces quiso avanzar peleando con gran denuedo, pero en vista de la resistencia no pudo, habiendo pasado una hora y media sin conseguir del objeto incen­diaron la casa por la parte de la iz­quierda. El incendio avanzó hasta abrasar tres habitaciones y el zaguán de la puerta en esta situación y cuan­do ya no quedaban sino pocas cápsu­las, pues se agotaron 1400 tiros, salí por el lado de la plazuela con los doce hombres armados y el resto de la gente que me acompañaba habiendo cargado sobre una parte de los asal­tantes que estaban frente a la puerta de la calle, estos retrocedieron la divi­sión de la plaza principal, donde está la casa de Lizares, entonces fue a dar la vuelta por la calle de Carabaya, para caer sobre la plaza. Constituido en la esquina del escribano Don Fer­mín N. Jiménez di algunas descargas, viendo que no había munición, tomé la retirada con dirección al Distrito de Santiago con doce hombres arma­dos, más el Gobernador de la Capital Don Adolfo Páez, el oficial de la guar­nición don Felipe Mejía, el Secretario del a subprefectura Don Agustín Aperrigue y de los ciudadanos Don Neptalí Cano, Don Alejandro Choquehuanca y Don Eduardo Viveros, quienes me acompañaron durante todo el combate, y cuyo comporta­miento ha sido heroico, así como el de toda la tropa. A horas 9.30 llegue al pueblo indicado y de donde comu­niqué a Ud. por telégrafo vía de
Puca­rá, la revolución de la noche del 19; a las 10 avancé sobre el cambio de Pu­cará y allí recibí a las
5
Plaza principal, posiblemente en esos tiempos
de la tarde una compañía del batallón Canta a cargo del Capitán Gamarra, llamé del pueblo de Pucara a la Guarnición que se encontraba en esa a órdenes del Capitán Mozuelos y 5 hombres de la Guardia Civil que pasaba de Santa Rosa a esa Capital por tren y que iban con el Subinspector Don Ricardo Fri- sancho, los hice quedar por orden de Ud. y con toda esta fuerza salí a las 6 de la tarde con dirección a esta ciu­dad donde llegue a las 11 y media sin novedad. En el camino de Pucara hubo rumores de que los facciosos habían atacado el Distrito de Santiago, por lo que comisioné al Goberna­dor de Arapa Don Luis F. Luna para que fuese por esa vía a la capital con una parte de la fuerza como fue en efecto y llegó a esta con retardo en la misma noche en razón de que es más lejos por esa ruta. En la madrugada del 20 a las 5 de la mañana más o me­nos me dieron aviso de que la casa de don José María Lizares, que se en­cuentra cerca a la de Don Luis F. Luna y en donde el fuego todavía es­taba vivo se había prendido ignorán­dose el modo como hubiera sucedido esto, se presume que muchas chispas fueron a caer allí, en vista del aviso saqué a la tropa, que fue a cuestionar los enseres que sacaban de la casa, así como de otras vecinas, porque el fuego había prendido también en las propiedades de Don Mariano Barre­da y de Doña Andrea Juárez que co­linda con la casa de Lizares, en ese momento también pusieron en mi conocimiento que se había incendia­do una casa pequeña compuesta de tres habitaciones, perteneciente a los herederos de Don Lucas Miranda, a donde también ocurrió la tropa para favorecerle. Como el incendio tomó mayores proporciones abrasó toda la casa de Lizares, así como los cinco cuartos que formaban las propieda­des de Barreda y de la Señora Juárez. La casa de los herederos de Miranda también fue quemada y la que está cerca de la de Luna. Con esta fecha me he informado, que los equipos de los soldados han sido robados del cuartel, también me he informado que la Sra. Dolores Lizares, tía políti­ca de Don Luis Luna y hermana de Don José María Lizares, la que quedó en la casa, después que yo tomé la re­tirada, habiendo estado en ella toda la noche, fue apaleada por los indios de Lizares que estos penetraron a la casa habiendo salvado de un modo milagroso. En el combate por lo me­nos han muerto cincuenta personas de la gente de Lizares sin contar heri­dos, de los míos no han muerto ni uno solo; únicamente cayeron pedra­das una en la mejilla del Sargento Herrera otra en la frente del Gober­nador Páez y otra en la frente del criado de Margarita Ramos, porque en el combate no solo hicieron uso de armas de fuego sino de piedras y bo­tellas. La cantidad de la gente de Li­zares fue muy numerosa, porque ha­bían concurrido los indios de todas sus fincas. Cuando regresé de Pucará encontré la población en el mayor or­den bajo la vigilancia de la Guardia Urbana que estaba compuesta de todo el vecindario a las órdenes del Sr. Alcalde Municipal que con el ma­yor celo cuidó los intereses de todos. En vista del presente parte espero que Ud. se servirá ordenar se inicie el co­rrespondiente juicio militar por el de­lito de rebelión e incendio en que han incurrido los revolucionarios ya cita­dos y que todas ellas estuvieron pre­sente según mis informes. No termi­naré este parte sin manifestar a Ud. que para corresponder a la confianza que el Supremo Gobierno se sirvió de­positar en mi nombrándome Subpre­fecto de esta Provincia, no he omitido medio alguno, inclusive mi vida para defender el orden y las garantías constitucionales que imperan en esta provincia. Dios guarde.

ALVINO RUIZ



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