sábado, 29 de abril de 2023

EN LA ESTRUCTURA ADMINISTRATIVA DEL ESTADO: IMPUNIDAD INADMISIBLE

 DAÑO IRREVERSIBLE

Juan Manuel Robles

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 633 28ABR23

Q

ué tolerantes somos; no para respetarnos como individuos —por supuesto— sino para aguantar las atrocida­des, los balazos, los autoritarismos más ramplones. Qué alto está nues­tro umbral de resistencia al horror. Qué facilidad para mirar al otro lado; o ver la sangre en los videos y no sentir nada, pasar a lo siguiente. ¿Será que está pasando de nuevo, como cuando volaban personas en pedazos, como cuando incineraban gente? De qué callada manera nos encallecemos de nuevo. Que rápido nos adaptamos, otra vez, al vaho del infierno.

El informe de Human Rights Watch publicado esta semana confirma lo que la prensa independiente ya ha dicho con toda evidencia. En el Perú de Dina Boluarte se ha asesina­do a mansalva; los uniformados han disparado a matar y han cumplido su objetivo. Ha habido brutalidad militar y policial, fuerza innecesaria, gratuita. Ha habido dolo. Militares que usaron su apuntador láser para mejores resultados (que consiguie­ron). Ha habido complicidad de la administración de justicia. Exámenes y tests cruciales que debieron hacerse en las primeras horas no se han he­cho, porque al Ministerio Público le interesa un pepino acusar. Ha habido ejecuciones extrajudiciales.

Mataron a menores y a gente que no tenía nada que ver en las protes­tas. Es el periodo de horror más os­curo en el siglo XXI.

El Perú que se escandalizaba cuando bajábamos medio punto en el índice de confianza para inversio­nistas no dirá media palabra por el informe de HRW. Ese grupete que celebraba cada vez que las califica­doras ponían a Lima como una de las diez ciudades más seguras (ojo, para hacer negocios) no pondrá el grito en el cielo por esta radiografía del espanto. La derecha lo tiene cla­ro. Esas muertes no importan. Son daños colaterales, los nadies buscan­do bala en vez de ponerse a trabajar. Revoltosos. Terrucos.

Y pasa como si nada. ¿Será que so­mos tolerantes porque estamos en­fermos? Anestesiados por el estrés y la presión por la supervivencia, eligiendo entre mantener el cuerpo productivo o la sensibilidad solida­ria, esa que nos hace llorar, que nos quita energías y que, como bien lo sabe el médico que recibió un balazo por socorrer a un manifestante, nos puede matar.

Pero cometen un error los cínicos que se creen vencedores. Los faná­ticos como Alejandro Cavero, que aparecen en Twitter riéndose de los muertos; y también los moderados que condenan con puño cerrado en una mano y la otra bien aferrada a la curul, los que piden migajas como la renuncia de algún ministro cavernario. No han entendido la dimen­sión histórica de todo esto. No solo pasan por alto que Dina Boluarte y su cúpula terminarán enjuiciados y presos. También obvian las lec­ciones del pasado reciente: que los jóvenes que actualmente son niños condenarán en voz alta todo lo que no condenamos de estas matanzas hoy, y nos recriminarán no haber hecho lo suficiente. Nos enrostrarán toda esta violencia permitida, la ver­gonzosa normalidad.

Tremendo error creer que esto se puede pasar así como así, que la pági­na puede voltearse. Las matanzas de Dina Boluarte serán motivo de ver­güenza histórica, sus cronistas en el futuro verán infamias que aun los in­formados de este tiempo no pueden ver (tal vez para no volverse locos).

No podemos comprenderlo, por­que la historia necesita distancia y sobrevuelo (la altura de los años transcurridos). Pero el relato de es­tos meses será un ejemplo feo de cómo, una vez más, confluyó lo peor del Perú: el racismo, la segregación, los gamonales armados, los soldados herederos de los sinchis, los indios que corren. Y esos menores de edad muertos, al contrario de lo que mu­chos creen, se harán cada vez más vi­vidos. Conoceremos sus rostros, sus nombres. Esos relatos vividos serán parte de la educación sentimental de muchos.

Dina y Otárola, en investigación trucha, burlándose del país  

Pero este no es un texto de espe­ranza por la memoria por venir. La memoria vendrá y tendrá a los mejo­res artistas trabajando por la causa. Esa es la otra condena que le espe­ra a Dina (y será cadena perpetua). Pero también vendrán las secuelas. El daño está hecho y es irreversible. Tendremos que volver atrás y mi­rar cómo permitimos que todo esto pase, cómo podíamos ser tan tolerantes. Porque todo lo no dicho en estos días, el silencio, las palabras reprimidas, los familiares que no pueden alzar su voz, que ni siquiera pueden homenajear a sus muertos, incubará nuevas violencias y resen­timientos legítimos. Lo de siempre, que en el Perú siempre puede ser peor.

 

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