DAÑO IRREVERSIBLE
Juan Manuel Robles
En
HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 633 28ABR23
Q |
ué tolerantes somos; no para respetarnos como
individuos —por supuesto— sino para aguantar las atrocidades, los balazos, los
autoritarismos más ramplones. Qué alto está nuestro umbral de resistencia al
horror. Qué facilidad para mirar al otro lado; o ver la sangre en los videos y
no sentir nada, pasar a lo siguiente. ¿Será que está pasando de nuevo, como
cuando volaban personas en pedazos, como cuando incineraban gente? De qué
callada manera nos encallecemos de nuevo. Que rápido nos adaptamos, otra vez,
al vaho del infierno.
Mataron a menores y a gente que no tenía nada que
ver en las protestas. Es el periodo de horror más oscuro en el siglo XXI.
El Perú que se escandalizaba cuando bajábamos medio
punto en el índice de confianza para inversionistas no dirá media palabra por
el informe de HRW. Ese grupete que celebraba cada vez que las calificadoras
ponían a Lima como una de las diez ciudades más seguras (ojo, para hacer
negocios) no pondrá el grito en el cielo por esta radiografía del espanto. La
derecha lo tiene claro. Esas muertes no importan. Son daños colaterales, los nadies buscando bala en vez de ponerse
a trabajar. Revoltosos. Terrucos.
Y pasa como si nada. ¿Será que somos tolerantes
porque estamos enfermos? Anestesiados por el estrés y la presión por la
supervivencia, eligiendo entre mantener el cuerpo productivo o la sensibilidad
solidaria, esa que nos hace llorar, que nos quita energías y que, como bien lo
sabe el médico que recibió un balazo por socorrer a un manifestante, nos puede
matar.
Pero cometen un error los cínicos que se creen
vencedores. Los fanáticos como Alejandro Cavero, que aparecen en Twitter
riéndose de los muertos; y también los moderados que condenan con puño cerrado
en una mano y la otra bien aferrada a la curul, los que piden migajas como la
renuncia de algún ministro cavernario. No han entendido la dimensión histórica
de todo esto. No solo pasan por alto que Dina Boluarte y su cúpula terminarán
enjuiciados y presos. También obvian las lecciones del pasado reciente: que
los jóvenes que actualmente son niños condenarán en voz alta todo lo que no
condenamos de estas matanzas hoy, y nos recriminarán no haber hecho lo
suficiente. Nos enrostrarán toda esta violencia permitida, la vergonzosa
normalidad.
Tremendo error creer que esto se puede pasar así
como así, que la página puede voltearse. Las matanzas de Dina Boluarte serán
motivo de vergüenza histórica, sus cronistas en el futuro verán infamias que
aun los informados de este tiempo no pueden ver (tal vez para no volverse
locos).
No podemos comprenderlo, porque la historia necesita distancia y sobrevuelo (la altura de los años transcurridos). Pero el relato de estos meses será un ejemplo feo de cómo, una vez más, confluyó lo peor del Perú: el racismo, la segregación, los gamonales armados, los soldados herederos de los sinchis, los indios que corren. Y esos menores de edad muertos, al contrario de lo que muchos creen, se harán cada vez más vividos. Conoceremos sus rostros, sus nombres. Esos relatos vividos serán parte de la educación sentimental de muchos.
Dina y Otárola, en investigación trucha, burlándose del país |
Pero este no es un texto de esperanza por la
memoria por venir. La memoria vendrá y tendrá a los mejores artistas
trabajando por la causa. Esa es la otra condena que le espera a Dina (y será
cadena perpetua). Pero también vendrán las secuelas. El daño está hecho y es
irreversible. Tendremos que volver atrás y mirar cómo permitimos que todo esto
pase, cómo podíamos ser tan tolerantes. Porque todo lo no dicho en estos días,
el silencio, las palabras reprimidas, los familiares que no pueden alzar su
voz, que ni siquiera pueden homenajear a sus muertos, incubará nuevas violencias
y resentimientos legítimos. Lo de siempre, que en el Perú siempre puede ser
peor. ◙
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