sábado, 14 de mayo de 2022
viernes, 13 de mayo de 2022
LA COYUNTURA POLITICA SEGUN HILDEBRANDT
EL
PAÍS
QUE
HEMOS LLEGADO A SER
César Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 586
13MAY22
Un
asaltante de restaurantes, un pillo manifiesto, dice que la elección que volvió
a perder Keiko Fujimori “fue un fraude”. Añade que él supo cómo, desde un
departamento de Surco, se coordinaba la operación. Este ladrón convicto añade
que teme por su vida y que quiere ser colaborador eficaz.
El
fujimorismo en banda, siempre en banda, festeja. "Ya lo decíamos”, corean.
Están acostumbrados a citar a delincuentes.
Los
congresistas que están gastando millones de soles a ver si descubren lo que no
existe aparecen en la tele dando lecciones de profetas confirmados.
La
prensa que extraña a Montesinos, que suspira por los colina, que volvería a
querer a Joy Way y su marcha de tractores chirriantes se suma a la fiesta.
La
política peruana de los últimos tiempos es todo un homenaje al crimen. Lo
sabíamos desde que Fujimori convirtió en institución el saqueo de los fondos
públicos. Pero hay que reconocer que Pedro Castillo Terrones le ha dado nuevos
bríos y un carácter más callejero a la trama. Fujimori robaba con solemnidad y
sus secuaces no admitían pequeñeces (allí están las cuentas y los patrimonios
inmobiliarios de Montesinos, Hermoza Ríos, Villanueva, Bello). El entorno
sombrío de Castillo tiene un elenco menos grandioso: Villaverde, López,
Pacheco, los sobrinos escaperos. Los ladrones de cuello y corbata dieron paso a
los cogoteros de Caquetá.
Pero el
resultado es el mismo: la degradación del Perú, el exilio de toda ética del
escenario político, el Estado informal, el país imposible.
Y el problema no es sólo la pudrición de la institución presidencial. El Congreso es, cada día más, un concierto de intereses empresariales disfrazado de legislatura. Y hablamos de intereses mugrientos: los piratas del transporte, las universidades que insultan el saber, los oligopolios y monopolios que son el bajo continuo de la melopea neoliberal.
Los
peruanos tienen hoy condición de rehenes. El presidente de la república no
renuncia mostrando el contrato que lo asegura en Palacio por los próximos cinco
años. El Congreso no quiere irse porque aspira a completar su agenda
cancerígena: desmontar las reformas que aún están en pie y reponer el país, de
facto, en la ruta que la derecha empresarial ha trazado.
La
izquierda ha tenido el infortunio de que Pedro Castillo y Vladimir Cerrón
aparezcan como sus representantes. Este par de picaros no pueden ser los
herederos de Mariátegui.
La
derecha padece la maldición de que el fujimorismo siga siendo su franquicia
favorita. Y encima de esa torta vieja, un chancho balbucea paporretas de cura.
Ni la señora ni el mortificado tienen algo que ver con Bartolomé Herrera.
Estamos
jodidos. Zavalita es chancay de a 20 ante lo que nos pasa.
Es como
si Mario Poggi estuviera escribiendo el guion de nuestras vidas. Como si Luis Pardo
dirigiese el Ministerio del Interior. Como si algún Quispe Palomino estuviese a
la cabeza de las decisiones. Como si el cabrón de Echenique hubiese vuelto
ofreciendo su firma para consagrar nuevas consolidaciones. Como si el lunarejo
Zevallos dirigiese la DIRANDRO. Como si Santiago Martín Rivas hubiese sido
nombrado en la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. Como si Dios, en
suma, fuera pariente de Patricio Lynch.
No
somos el Perú. Somos la versión inmensa de “Al fondo hay sitio”. Nos están
grabando.
¿Qué
hicimos con el país para llegar a esto?
Lo
despreciamos. Arriba y abajo, cundió el desdén. La palabra patria se hizo mala
y en eso la derecha imbécil tuvo la mayor responsabilidad. La derecha no podía
pronunciar “patria” sino cuando los apristas o los rojos amenazaban el statu
quo. En ese momento la repetían en “El Comercio” y sus otrosíes. Pero no creían
en ella. Jamás creyeron en ella. La usaron, la vendieron, la ocuparon y la
vejaron, pero jamás la amaron.
Y la
izquierda llegó a odiarla de tal modo que cuando Sendero Luminoso decretó que
la sangre dictara el rumbo, el comunismo institucional, el que sabía quién era
Gramsci y cómo es que no había que repetir las monstruosidades de Stalin, se
quedó casi callado. Se sentía culpable de estar en el Congreso y en sus
sindicatos. Se sentía culpable de estar vivo. Pronto, con el fujimorismo a la
cabeza de un golpe de Estado neoliberal, ni siquiera eso sentiría.
En el
medio pudo estar la social democracia, pero llegó Alan García con sus alforjas insaciables
y una mano -la izquierda- quebrada por el uso. ¿Y el socialcristianismo? Es que
arribaron los bancos, las cementeras, los pesqueros y Cristo fue arrojado del
templo.
Hoy no
queda nada de lo que, a pesar de todo, fue el prestigio de la política. Una
cosa es ser un Alayza Grundy y otra es ser Pepe Luna. Una cosa es ser Mario
Polar y otra, muy otra, es ser un chancho al ajo.
Hoy
somos un protectorado de la calamidad. Somos, antes que nada, un país de
informales, de evasores, de criollazos jaraneros. Arriba y abajo es lo mismo:
el asunto9 es saber quién estafa a quién, quién se aprovecha del otro, quién cobra
y cómo se paga. Nos fascina vivir en este campamento de caravanas gitanas donde
siempre es posible pegar un tiro y salir impune. Lo vuelvo a decir: No
necesitamos a un presidente sino a un sheriff. El problema es que ni
Wyatt Earp aceptaría el encargo. <<>>
LA EVOLUCIÓN ECONÓMICA DEL PERÚ:
UN ANÁLISIS DIALÉCTICO
Por: Jorge
Rendón Vásquez
El Perú de hoy
es lo que fue ayer, con algunos cambios por lo general imperceptibles; y asi
sucesivamente, remontándonos al pasado. En esta marcha perenne, hay, sin
embargo, algunos cambios cualitativos de gran importancia que generan nuevas
formas en las relaciones sociales de la realidad posterior.
Son cambios en
la estructura económica debidos a la evolución de esta y cambios que ella
reclama a la superestructura política, u organización del Estado y los grupos
políticos, que los promueven, apelando a la superestructura ideológica que los
concibe y valiéndose de la superestructura legal que los impone o legaliza.
El siglo XX en
el Perú estuvo dominado por el crecimiento del sistema capitalista, o
estructura económica, y, con más ímpetu, luego de las reformas del gobierno del
general Juan Velasco Alvarado que constituyeron, por ello, un cambio
cualitativo en esta evolución.
La reforma
agraria, la más importante de este gobierno para potenciar la economía, abatió
definitivamente al feudalismo, poniendo, con ello, la base para expandir el
mercado en todo el país y, como una consecuencia previsible de esta medida, para
la inversión capitalista correlativa en términos crecientes. Sus otras reformas
contribuyeron a este propósito: el rol dinamizador de la economía atribuido al
Estado, incluida la actividad empresarial de este; las reformas laborales que
tendieron a aumentar la capacidad de
compra de las clases trabajadoras y darles una sustancial participación en las
utilidades y propiedad de las empresas; la reforma de la educación; la reforma
del Estado; y el comienzo de una formación de trabajadores de nivel intermedio.
Es evidente que la clase capitalista, cuyos exponentes más opulentos conforman la oligarquía descendiente de la casta blanca virreynal, no percibió la dirección y la importancia de esos cambios necesarios para el Perú que, a la larga, iban también a beneficiarla y, por eso combatieron sañudamente al gobierno militar y sus realizaciones. Pero tampoco las avistaron las clases trabajadoras que solo vieron en el gobierno militar un generoso benefactor. Entre los grupos izquierdistas solo los partidos Socialista Revolucionario de intelectuales y profesionales, Demócrata Cristiano de profesionales, Comunista de dirigentes sindicales y profesionales provincianos y Acción Popular Socialista de profesionales y algunos pequeños burgueses se dieron cuenta, con diverso alcance, de la importancia de lo que sucedía en el Perú, y apoyaron desde fuera al gobierno militar. Los grupúsculos autodenominados de izquierda y el Apra hicieron causa común con la oligarquía y atacaron como les fue posible las reformas, aunque sin éxito.
Hacia 1975, la
oligarquía halló, finalmente, entre una parte de los militares, los oídos y la
voluntad de parar el proceso de cambios y revertirlo. Tal fue el papel de
Francisco Morales Bermúdez y los cómplices de su contrarevolución de 1975 a
1980, cuyas acciones más importantes fueron limitar la estabilidad en el
trabajo y sacar de la junta de accionistas a quienes la oligarquía consideraba
“horribles obreros”. Los gobiernos de la inanidad que les siguieron hasta 1990:
de Belaunde Terry y del Apra, compitieron en inutilidad, mientras la economía
se deslizaba por los carriles subsistentes del velasquismo, formalizados en la
Constitución de 1979.
Las ideas que
la oligarquía capitalista necesitaba para acabar con las reformas de Velasco le
vinieron de fuera. Se concretaban en la contrarevolución neoliberal, que habían
iniciado en la teoría económica Milton Friedman y Friedrich von Hayek y, desde
los gobiernos, Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Tatcher en el Reino
Unido. Luego, la oligarquía halló en Mario Vargas Llosa la marioneta que utilizaría
en el campo político, pero este fue vencido por otro aventurero, Alberto Fujimori,
quien le ganó las elecciones de 1990, oponiéndose al neoliberalismo de aquel.
Una vez en el poder, sin embargo, Fujimori se dejó convencer por los burócratas
del Fondo Monetario Internacional y de ciertas corporaciones, se puso al
servicio de la oligarquía y se entregó en cuerpo y alma a liberalizar la
economía, primero con el apoyo de los partidos políticos en el Congreso de la
República, incluidos los pretendidamente izquierdistas, y después con la
complicidad de ciertos jefes de las fuerzas armadas que operaron el golpe de
Estado del 5 de abril de 1992. Privatizó las empresas estatales; abarató hasta
el extremo la fuerza de trabajo, precarizando la legislación laboral y
eliminando la participación de los trabajadores en la propiedad de las empresas,
destrozando al movimiento sindical con el inducido avenimiento de las cúpulas
sindicales y pasando casi todo el dinero de las cotizaciones por pensiones a
empresas privadas; asimismo, exacerbó la alienación de las mayorías sociales
para mantenerse en el poder con su voto. Los burócratas, procedentes de
estudios de abogados patronales y de ciertas universidades privadas y los
periodistas que alquilaron, ejecutaron metódica y puntualmente esta tarea,
tomando para sí por lo bajo, además, ingentes sumas de dinero del Estado. Para
asegurar la pervivencia de este capitalismo neoliberal y voraz, todos ellos
hicieron aprobar una Constitución que solo podría ser modificada por el Congreso
con una mayoría difícil de alcanzar. Diez años después, Fujimori, que había
sido reelegido por segunda vez, tenía completamente aplanado el terreno para un
nuevo despege del capitalismo. Había cumplido su parte, pero justo en ese
momento comenzaron a ser destapadas las entregas de dinero del Estado a ciertos
políticos y jueces. Y, como era natural, él tomó las de Villadiego, llevándose
varias maletas repletas de dólares que los funcionarios del Ministerio de
Economía le entregaron.
Para la oligarquía capitalista, Fujimori estaba quemado y ya no les servía. Se fijó entonces en un aborigen de Ancash que el Cuerpo de Paz había llevado a formar en Estados Unidos y era bastante listo: Alejandro Toledo. Lo preparó para lanzarlo como candidato a la Presidencia de la República y, gracias a la alienación de las mayorías sociales, le ganó a otro candidato con un hambre insaciable de dinero del Estado que ya había sido Presidente. Por supuesto, lo primero que hizo Toledo fue fijarse en lo que podía meterse en el bolsillo y luego dejar que el capitalismo usufructuase el mercado ya expandido y preparado. Llegaron las inversiones extranjeras a extraer los minerales imprescindibles para fabricar los medios de producción en las metrópolis capitalistas, minerales que el Perú tiene casi a flor de tierra y no se agotarán de aquí a mil años, por lo menos. Esas inversiones estimularon otras en otras actividades de los sectores primario, secundario y terciario. Entre ellas, la agricultura, trabajada ya totalmente con procedimientos capitalistas, también se desarrolló para cubrir las necesidades de la población que aumentaba, y para atender los requerimientos de otros países.
En los veinte
años que siguieron, el Producto Interno Bruto del Perú casi se triplicó.
En este proceso
de crecimiento, el capitalismo ha seguido generando el surgimiento de las
clases obrera y profesional, como contrarios que necesita para utilizar y
explotar, y ha profundizado la división de la economía en dos grandes sectores:
el formal y el informal.
El sector de
capitalismo formal comprende a las empresas inscritas en las entidades del Estado
a cargo de la cobranza de los tributos y del control de las relaciones
laborales y otros aspectos concernientes a su existencia y funcionamiento. Aunque
contribuye con más del 80% del PBI, abarca un poco menos del 50% de la masa
empleada, la que, si bien goza de los derechos laborales y de Seguridad Social,
sus remuneraciones se mantienen en niveles bajos por la legislación laboral
precarizada y la existencia de la informalidad. Los trabajadores de este sector
no han podido recuperar aún los derechos que les fueron arrebatados desde la
década de Fujimori, en mucho por la colaboración con el capitalismo de las
cúpulas sindicales que han renunciado a luchar por cambios concretos y posibles
en la legislación laboral y en la Seguridad Social. A estas cúpulas el
capitalismo parece haberles encargado la tarea crear la ilusión de que una ley
o un código del trabajo, que reproduciría las reformas laborales de Fujimori y
los gobiernos siguientes, llevarán a un mundo de felicidad.
El sector de
capitalismo informal es un espacio donde impera la libre oferta y demanda, como
en el siglo XIX, donde el Estado del capitalismo no entra ni quiere entrar y no
hay derechos sociales. Se constituye por empresas no registradas, por lo
general muy pequeñas, y por trabajadores independientes ocupados, en su mayor
parte, en actividades artesanales y comerciales y en el servicio del hogar. Llega
a más del 50% de la masa laboral empleada y se integra por trabajadores emigrados
del campo y por los que no encuentran empleo en la actividad formal.
Para el
capitalismo, la existencia del sector informal es imprescindible: 1) porque es
un medio de distribución y venta de una parte de sus mercancías sin pagar
impuestos; 2) porque comprende a trabajadores sin derechos sociales; 3) porque
los salarios pagados a los trabajadores, inferiores a la remuneración mínima,
son una base para mantener en niveles reducidos los salarios en la actividad
formal; y 4) para emplear a una parte de los trabajadores tomados de la
informalidad por salarios ínfimos. El sector informal en el Perú, como en otros
países en vías de desarrollo, concentra, en gran parte, al ejército industrial
de reserva, cuya función es abaratar el costo de la fuerza de trabajo.
Estas ventajas que
el sector informal le aporta al capitalismo han determinado que a partir del
gobierno de Kuczynski se haya permitido el ingreso a nuestro país de más de un
millón de venezolanos, utilizando un párrafo de la Ley de Migraciones permisivo
de la recepción de cierto número de refugiados por pretendidas razones
humanitarias que ese gobierno agregó mañosamente a esa Ley. Muchos empresarios reemplazaron
con estos inmigrantes a trabajadores peruanos en la actividad formal,
pagándoles menos; los demás incrementaron el sector informal.
Minería Informal y Gran Minería |
El ascenso a la
Presidencia de la República de un maestro dirigente sindical, postulado por un
partido de izquierda con dirigentes salidos de la clase profesional, en su
mayor parte provinciana, ha expresado en mucho la esperanza de la mayoría
popular, conformada, en su mayor parte, por trabajadores. Eligió a Pedro
Castillo más motivada por la satisfacción de colocar a uno de los suyos en la
primera magistratura. Esta decisión colectiva es, sin embargo, una
manifestación primaria y casi intuitiva en la política del contrario dialéctico
del capitalismo y no se podía esperar, por ello, que el gobernante elegido
supiera todo de las dificultades, avatares, trampas y trapizondas congénitas a
la función de manejar el Poder Ejecutivo y la burocracia. Para la clase
capitalista, en cambio, y sobre todo para la oligarquía blanca, este ascenso
constituye una amenaza y un agravio intolerable, porque es la primera vez en la
historia del Perú republicano que un trabajador llega a la Presidencia de la
República y no puede disponer de él como hacía con los gobiernos anteriores,
excepto el de Velasco. Su plan es, por lo tanto, maltratarlo e intentar
abatirlo, utilizando sus medios de prensa y los tres grupos que la representan
en el Congreso, con el apoyo de ciertas formaciones de aventureros. Todos ellos
se yerguen como un muro contra cualquier iniciativa de cambios por la vía legal
propuesta por el Presidente o por los dos grupos de izquierda. Es una feroz lucha
de clases propulsada por el capitalismo llamada a suscitar réplicas posteriores.
En este cuadro, hay algunos, que, sintiéndose de izquierda o asombrados, inicialmente
apoyaron al Presidente o simpatizaron con él, y luego se dejaron convencer por
los periódicos y la TV y, desalentados y cerrando el razonamiento a la
posibilidad de ver lo que realmente sucede y por qué, preferirían en el
gobierno a algún epígono de la oligarquía, como antes, y de preferencia blanco
o blancoide.
Por
consiguiente, en el momento presente nos encontramos ante la constatación de
que no es posible reformar ni superficialmente al sistema capitalista tal como
es en el Perú. Ni las clases obrera y profesional, ni los partidos políticos de
izquierda o que creen ser de izquierda saben qué plantear ni cómo hacerlo. Y,
por su indefinición, la noción de socialismo, incluido el designado con la
vacía frase “sin calco ni copia”, ha quedado relegada a la bruma de la utopía.
En la
perspectiva de la historia, esta situación lleva a pensar que los cambios concretos
y factibles del sistema capitalista están esperando aún ser definidos, desarrollados
y difundidos entre las clases trabajadoras, los profesionales con ideales
libertarios y los estudiantes para crear en las mayorías sociales la convicción
de su necesidad y factibilidad. En suma, el Perú requiere avanzar en lo
inmediato hacia una sociedad con oportunidades iguales para todos, sin
discriminaciones y, en particular sin discriminación racista, con una
educación y formación profesional de
calidad y servicios públicos de salud para todos y en la que el trabajo sea
revalorizado como la fuente principal de la riqueza y un derecho efectivo. Todo
esto sitúa los planteamientos y sus respuestas en el campo de la ideología.
(Comentos, 12/5/2022)
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