César
Hildebrandt
Tomado de
HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 615, 9DIC22
N |
o era el México de Hidalgo, Juárez o Cárdenas donde
quería asilarse Pedro Castillo. Era el México de Cantinflas.
Su
golpe de estado fue una comedia de carpa y aserrín. Y su discurso de dictador
tropical que se hace cargo de todos los poderes era, en realidad, una renuncia.
Jaqueado
por las evidencias, Castillo se suicidó. Pero en vez de elegir la tragedia,
como hizo Alan García, eligió la comedia. García murió para no ser esposado y
luego largamente procesado. Castillo se sumó al elenco de circo Perejil.
Le
temblaban las manos al déspota hechizo cuando anunció al mundo que disolvía el Congreso. Pocos minutos después, salía de Palacio,
junto a familiares y al crónico Aníbal Torres, llevando bolsas de encomienda.
En el trayecto hacia la embajada que habría de albergarlo, sus propios policías
lo traicionaron y lo condujeron, más detenido que nunca, a la Prefectura. Por
la noche ya estaba en la DIROES. Su dictadura había durado una hora. El
ridículo de su actuación será recordado muchas décadas.
El fin de Castillo, anunciado por esta revista en su
edición pasada, estaba cantado. El método elegido por el personaje sí que
resultó sorprendente.
El fracaso de Castillo no le pertenece
exclusivamente a él. No es insignificante que la izquierda peruana haya parido
sucesivamente a Abimael Guzmán, Víctor Polay, Susana Villarán, Vladimir Cerrón
y Pedro Castillo. La tragedia de la izquierda peruana es que creyó que la
indignación basta para construir un programa y que la desigualdad produce
liderazgos. Es una izquierda que dejó de pensar cuando el socialismo realmente
existente fue enterrado y cuando China se irguió en potencia mundial del capitalismo
de Estado. Es la izquierda fugitiva que representa Verónika Mendoza.
Si grotesco fue Castillo en su pantomima, repulsivo fue el Congreso en su festejo. ¿Qué celebraban? ¿Haber vacado a quien los había cerrado? ¿Haber reunido, asistidos por el terror, los votos que debieron juntar hace meses? ¿Seguir en sus asientos gracias al “recambio constitucional” dictado por las circunstancias?
En el Perú, Este es el poder real que decide sobre el poder formal
Que la derecha no se alegre tanto. Los problemas del
país siguen allí y el resentimiento late en las regiones. A Castillo lo llevó a
Palacio la obstinación de seguir apostando por el neoliberalismo mafioso. Sigan
con Keiko Fujimori y las banderas del civilismo de sarcófago y verán cómo surge
otro Castillo.
El país requiere cambios de mentalidad y de modelos.
La derecha no acepta nada de eso. La izquierda no sabe cómo hacerlo. El centro,
que es la adquisición del matiz por medio de la experiencia y la academia, no
pesa en la política peruana.
¿Será Dina Boluarte una oportunidad de cambiar
algunas cosas?
Podría serlo. Para eso necesita que alguien la ponga
al día sobre la crisis doméstica y mundial en la que estamos metidos. Su
gobierno tiene que ser uno de emergencia y reconstrucción. En poco más de 16
meses aciagos, Castillo ha minado el Estado poniendo a ineptos y/o corruptos en
puestos decisivos. La anarquía domina el escenario y la señora Boluarte, que
intentó reconciliarse con Vladimir Cerrón en estos últimos días, tendrá que
romper públicamente con quien sueña con la Venezuela de Maduro y la Cuba de los
andrajos y las balsas llanteras.
La derecha cree que ha ganado una batalla. Se
equivoca. Hace 200 años que pierde la guerra de construir una nación, sembrar
el desarrollo y promover la igualdad de oportunidades. Cuando cayó Guzmán, la
derecha brindó con champán, le ofreció a Fujimori el más secuaz respaldo y
creyó que el inmovilismo de la Constitución de 1993 sería parte de la
eternidad. Ahora cree que Dina Boluarte deberá ser su ama de llaves, en
reemplazo del mayordomo insurrecto del que se libraron, y que el fujimorismo y
la CONFIEP ganaron las elecciones que perdieron el 2021. Que Castillo resultara
un lelo miserable no borra el hecho de que somos un país abismalmente desigual,
mercantilista, corrupto con complicidad de los privados e incapaz de tener
políticas de Estado de largo plazo.
La gran prensa odió preventivamente a Castillo.
Había puesto todas sus esperanzas en la siempre reincidente banda criminal
del fujimorismo y no era aceptable que alguien, salido del subsuelo social, se
interpusiera. “El Comercio” y sus embajadas quieren ahora volver a imponemos
su canto gregoriano en alabanza al statu quo. Que le vayan a cantar a su
abuela.
La derecha que escucha a los matones de Willax y lee
a los descerebrados de la prensa reaccionaria, ¿podrá cambiar alguna vez? No.
El país que hagamos tendrá que hacerse a sus espaldas.
La izquierda, huérfana de referentes intelectuales,
¿seguirá creyendo que el leninismo es una opción, que Venezuela es un faro, que
Nicaragua es un modelo, que Cuba es una meta? Sí. El Perú que se levante por
enésima vez lo hará a pesar de ella.
Castillo, que autorizó el robo de dineros públicos y
usufructuó de sus beneficios, se ha ido por la puerta falsa. ¿Nadie podrá
hacerlo peor que él? La señora Boluarte tiene la respuesta. <:>
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