domingo, 23 de octubre de 2022

ESCRITOS CLASICOS ALTIPLANICOS

SOBRE LA HISTORIA DE PUNO

Vladimiro Bermejo

En PUNO HISTORIA Y PAISAJE, p. 33 y ss.

A

 comienzos del siglo XVII, Juli la capital de la provincia de Chucuito, gracias a la labor desplegada por los Jesuitas, tomó gran auge, no solamente por la construcción de magníficos templos, sino porque allí se establecieron hombres de estudio como Ludovico Bertonio, el P. Torres Rubio, y se dice que estuvieron el P. Acosta y el cronista Bernabé Cobo, entre otros.

A propósito de la publicación del “Vocabulario Aymara” del Padre Bertonio, la mayor parte de historiadores del Perú (y aún el diccionario Espasa), sostienen que en Juli hubo imprenta. El historiador de la colonia R.P. Vargas Ugarte y otros inves­tigadores ya han rectificado este error de información. En efec­to, la primera edición del "Vocabulario y de la Gramática Ay­mara” (1612), dice, impreso en Juli por Francisco del Canto. Sabemos perfectamente que el impresor Francisco del Canto residió en Lima. Entonces, es seguro el error del pie de imprenta, puesto que en 'la "Gramática Aymara del P. Torres Rubio, no aparece que fuera impreso en Juli, sino en Lima. Esto desde luego, no resta a que la ciudad de Juli fuera considerada duran­te la colonia, como un foco de irradiación cultural, gracias a la labor de los Jesuitas, allí establecidos.

Con motivo de la recien­te Primera Exposición del Libro Arequipeño, hemos hallado un rarísimo libro del mismo Bertonio, titulado: “Vita Christi”, en aymara y castellano y cuyo pie de imprenta dice: Impreso en Juli en la imprenta de Francisco del Canto, 1612.

A propósito de la denominación de "Aymarás” a los ha­bitantes de esta región, el historiador inglés Clemente Markhan, ya había establecido claramente que los primeros en llamarlos así fueron los jesuitas nombrados, siendo incorrecta esta deno­minación, pues los verdaderos Aymarás ocupan hoy la región de la provincia de Aymaraes, debiendo denominárseles con propiedad: Kollas, como bien afirma Posnansky.

 Durante la EMANCIPACION, Puno ocupa lugar destaca­do, en la Historia Patria.

En el año de 1780, se sublevó el Cacique de Tungasuca Don José Gabriel Condorcanqui, conocido con el nombre de Túpac Amaru, en el pueblo de Tinta, en contra de la dominación es­pañola. El prestigio de Condorcanqui unido al deseo de sacu­dirse del yugo de la Metrópoli, hizo que el levantamiento se propalara rápidamente por todo el sur y el centro del Virreinato.

Apunta Don Manuel de Mendiburo en su ‘‘Diccionario His­tórico Biográfico del Perú” que: “Tenía el Inca, alrededor de este pueblo —Tinta —un ejército de setenta mil hombres) pero sin disciplina, y solo unos pocos tenían armas.

Todos los caci­ques lo apoyaban con excepción de 16 que eran: Pumacagua, de Chincheros; Rosas, de Anta, Saccahua, del Umachiri; Huaranca, de Santa Rosa; Chuquihuanca, de Azángaro; Game, de Paruro; Espinoza, de Calca; Carlos Visa, de Achaya; Chuquicallata, de Samán; Haumbo Tupa, de Yami; Callu, de Sicuani; Aronis, de Checacupe; Cotacallapa, de Carabaya; Sahuaraura, de Oropesa; Ccoquehuanca, de Belén y Bustlnza de Ufacan, en el Cuzco, y todos los indios deseaban ardientemente el triunfo de una revolución tan llena para ellos de las más halagüeñas es­peranzas.

Después de la retirada de Paucartambo, Tupac-Amaru se dedicó a fortificar su posición en Tinta, visitando al mismo tiempo las lejanas provincias de Chuquibamba y Cotabambas. Mientras tanto, Isidro Mamani natural de POMATA, indio de índole feroz, Pedro Vargas y Andrés Ingaricona dominaban los campos en el Collao".

Conocido es el fin del rebelde, pero no será demás apun­tar algunos datos saltantes de su ejecución, que rebelan el caracter sanguinario de los españoles. Derrotado Tupac-Amaru en una batalla desigual, huyó a Langui, donde pretendió hacer un último esfuerzo para resistir, pero traicionado por uno de sus subalternos, Ventura Landaeta, fué entregado por éste y por el cura del lugar, conjuntamente con su familia, a los españoles, los que se componían de su esposa Micaela Bastidas de Condorcanqui, sus hijos Hipólito de 11 años, Fernando de 20, su tio Francisco, su cuñado Antonio Bastidas, su primo Patricio Noguera, una media hermana Cecilia con su marido Pedro Mendigure, Antonio Oblitas, a quien se le imputaba haber sido el verdugo que dió horca al corregidor Arriaga) y otros treinta más compli­cados en la revolución; todos ellos fueron entregados al san­guinario visitador Areche. El 14 de abril fue conducido al Cuz­co.

Intimado para que delatara a sus cómplices, respondió como sola suelen hacerlo los peruanos:

“Nosotros somos los únicos conspiradores: V. M. por haber agobiado al país con exaccio­nes insoportables, y yo por haber querido libertar al pueblo de semejante tiranía”.

Del Valle, el vencedor, colgó en Tinta a 67 prisioneros; haciéndoles cortar las cabezas, las hizo clavar en los postes de los caminos. La sentencia es digna de ser copiada para el conocimiento de las generaciones, pero dada su exten­sión, nos concretemos a la última parte que lo condena

“a ser sacado a la plaza principal y pública, arrastrado hasta el lugar del suplicio, donde presencia la ejecución de las sentencias que se diesen a su mujer, Micaela Bastidas, sus dos hijos Hipólito y Fernando Tupac—Arnaru, a su tío Francisco Tupác—Amaru, su cuñado Antonio Bastidas y a algunos de los principales capi­tanes y auxiliadores de su inicua y perversa intención o proyecto los cuales han de morir en el propio día, y concluidas estas sentencias se le cortará por el verdugo la lengua, y después amarra­do, o atado por cada uno de los brazos y piés con cuerdas fuer­tes, y de modo que cada una de estas se pueda atar o prender con facilidad a otras que prendan de las cinchas de cuatro ca­ballos; para que puesto de este modo, o de suerte que cada uno de éstos tire de su lado, mirando a otras cuatro esquinas marchen, partan, o arranquen a una voz los caballos, de forma que dividido su cuerpo en otras tantas partes”.

Vilcapasa, el bravo indio azangarino, recibió la tea de la revolución del mártir de Tungasuca.

En Azángaro, no obstante que el cacique Choquehuanca no había secundado el movimiento del Cuzco, y más habíase opuesto por rivalidades con Túpac Amaru, se refugió Andrés Túpac—Amaru  sobrino del rebelde. Según el historiador Emilio Romero) autor de la ‘‘Monografía de Puno”, entre tanto floreció un idilio de Andrés con Angélica Sevilla, hija de un Choquehuanca y ahijada de una hermana de Vilcapaza, a cuya sombra se unificaría el sentimiento de independencia.

En efecto, Vilcapasa levantó a la indiada y se dirigió hacia el Norte del Lago, como una tromba arrolladora, pues a su paso, incendió Huancané y degolló a la mayor parte de sus ha­bitantes; venció a los españoles en la batalla de Lampa, mien­tras tanto los lugartenientes de Túpac—Amaru, Andrés Ingaricona y Pedro Vargas, sitiaban Puno, siendo rechazados por los habitantes.

Vilcapasa volvió sobre sus pasos y juntándose nue­vamente con las fuerzas de Ingaricona, reunidos ambos ejérci­tos, al mando de Diego Cristóbal Tupac—Amaru, sitian por segunda vez la ciudad de Puno.

El sitio de Puno, rememora el levantamiento de Manco II en el Cuzco, Igualmente que en aquella oportunidad la indiada sitió la ciudad desde las cumbres del cerro Azoguini, cortando toda comunicación con el norte, de donde podían llegar los auxilios inmediatos; los españoles se fortificaron en un pequeño ce­rro que domina Puno, llamado Huajsapata

La situación para éstos era en extremo angustiosa, con poquísimas armas, sin re­cursos, estaban condenados realmente al exterminio, como había sucedido con los habitantes de Huancané y otras poblaciones. Los indios negreaban sobre las cumbres vecinas, en las noches encendían fogatas y habían acampado con todas las de ley, amenazaban y perforando el silencio mortal de las noches con la es­tridencia y el ulular de sus pututos Los españoles elevaban sus preses a Dios y confiaban con fé que la Virgen de la Candelaria, patrona de la ciudad, haría el milagro de salvarlos.


Una mañana, los cerros amanecieron completamente de­siertos, no quedaba uno de los sitiadores. ¿Qué había pasado? Se había producido el milagro?. No había tal. Ante la proxi­midad de la división Valle, los indios, comprendiendo su inferioridad en armas, y con la experiencia de Tinta, habían em­prendido la retirada.

El general Valle comprendió asimismo que la situación en Puno era imposible, y decidió efectuar una marcha hasta el Cuzco con casi la totalidad de sus habitantes. Fue un éxodo tre­mendo, hombres, mujeres, ancianos y niños marchaban a pié, conjuntamente con el resto del ejército de Valle que había comenzado a desertar. El frío, el hambre y el cansancio hicieron lo que los rebeldes no pudieron: morían en el camino a centena­res.

 Vilcapasa, ante la inutilidad del esfuerzo, disolvió sus huestes y se entregó a dos frailes dominicos, quienes le habían prometido clemencia; pero otros Valverde redivivos, traicionaron la ingenuidad del gran caudillo y lo entregaron a las au­toridades. Vilcapasa fue decapitado en 1783. La revolución de Tupac—Amaru había terminado.

 EN 1814, el clarín libertador del brigadier Mateo Pumacahua resonó en los contrafuertes de los Andes y nuevamente las huestes libertarias bajaron para batir la soberbia del León Ibero.

Conocido es el desarrollo de este movimiento libertario. Para nuestro objeto nos bastará con afirmar que el suelo patrio nuevamente se entintó con la sangre de los libertadores. En efecto, Pumacahua, envió una expedición a Puno y al Alto Perú al mando de Pinelos y el cura Muñecas, mientras él se di­rigía a Arequipa.

En la provincia de Ayaviri, en las llanuras de Humachiri, se libró lo batalla final, en la que los patriotas volvieron a mor­der el polvo de la derrota, ante la superioridad de las armas del enemigo. En el mismo campo de batalla, fueron fusilados Mariano Melgar, el poeta arequipeño y el coronel azangarino Dianderas.

Durante las campañas finales de la emancipación en los llanos de Chua Chua (Zepita), las tropas patriotas al mando de Santa Cruz, derrotaron al general español Valdéz, en la de­nominada Campaña de Intermedios.

Consumada la Independencia, Sucre el vencedor de Ayacucho llegó a Puno el 1° de Febrero de 1825, nombrando Pre­fecto y Comandante general del departamento, al general Miller.

El libertador Simón Bolívar arribó a la ciudad, el 5 de Agosto de 1825, En Pucará, José Domingo Choquehuanca, des­conocido hasta ese momento, al paso de la comitiva del Liber­tador, pronunció un discurso que por su sinceridad y su mag­nífico corte literario, asombró a Bolivar. A propósito de Cho­quehuanca, Lizandro Luna, en un magnífico estudio, ha proba­do que no fue cura, como afirmaban la mayor parte de los historiadores; dice Luna que José Domingo Choquehuanca, nació en Azángaro, el 4 de Agosto de 1792, que fue Justicia Mayor de aquella ciudad en 1816 y diputado por la provincia en 1826.

Transcribimos a continuación, el famoso discurso que, por su naturaleza se parangona con la gloria del Libertador y que ninguna Historia de Puno puede dejar de hacerlo, porque es en verdad de verdades una genuina gloria de la raza. Dice: 

“Quizo Dios de salvajes formar un Imperio y creó a Man­co Capac Pecó su raza y mandó a Pizarro. Después de tres siglos de expiación, ha tenido piedad de la América y os ha enviado a vos. Sois, pues el hombre de un designio providencial. Nada de lo hecho se parece a lo que habéis hecho, y para que alguno pueda imitaros será preciso que haya un mundo que li­bertar. Habéis fundado cinco repúblicas que, en el inmenso de­sarrollo a que están llamadas, elevaran vuestro nombre donde ninguno otro ha llegado. ¡Con los siglos crecerá vuestra gloria como crece la sombra cuando el Sol declina!” 

Ni al ‘‘Canto a Junín” de Olmedo produjo tan profunda emoción en el ánimo del Libertador. Un abrazo estrecho y mudo fué la respuesta a tan magnífica pieza oratoria que hoy en día debe ocupar lugar obligado en todos las Antologías del pensa­miento americano.

El discurso de Choquehuanca es la máxima expresión del pensamiento de la raza. Se caracteriza por la brillantez, la mesura y la concisión.

 EN LA EPOCA DEL VIRREINATO el actual Departamento de Puno no estuvo perfectamente delimitado dentro de la circuns­cripción del Virreinato del Perú; en algunas épocas dependió del Virreinato de La Plata y otras de Lima.

Teniendo en consideración su situación geográfica, sus inmensas riquezas y la densidad de población, el Racionero de la Catedral del Cuzco, don Francisco Carrascón y Solá, elevó una solicitud al Rey de España, para la creación del Virreinato de Puno en el año de 1801. Solicitud que fue desechada.


Por Real cédula de 1° de Febrero de 1796, Puno pasó a formar parte, definitivamente, del Virreinato del Perú

 EN LA REPUBLICA, el año de, 1828 Puno proclamó el principio Federalista, del que se hizo eco el gran tribuno de la Constituyente Don Javier de Luna Pizarro. Este sentimiento proclamado desde los tiempos del Virreinato, como acabamos de ver, se ha confundido muchas veces con intentos separatistas. No hay tal. Puno por sus inmensas riquezas, sólo fué fuente de explotación y jamás los Poderes trataron de mejorar su situa­ción.

No es exagerado plantear la tesis de que Puno, abriga ancestralmente un espíritu de independencia, tanto más, cuan­to que por ser un departamento serrano se le ha mirado y se le mira con la más grande indiferencia; indiferencia que ha ter­minado por contagiar a sus mismos pobladores. De allí el pro­blema del ausentismo, y en los que se quedan por amor al terru­ño o por situaciones económicas, llega a producir una especie de complejo de inferioridad.

En 1833, proclamado el principio de la CONFEDERACIÓN PERÚ—BOLIVIANA, la Gran Logia de Puno, fue una de las primeras entidades en hacer suyos los ideales del Mariscal Andrés de Santa Cruz y de los peruanos que la secundaban, y fué en Puno que el Dean Juan Gualberto Valdivia, en compañía del Mariscal de Zepíta—, exilado de su ciudad natal, diera los últimos toques al plan confederativo. <:>.


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