GORVACHOV
Y LA DECADENCIA DE LOS PARTIDOS
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ijail Gorvachov, fallecido el 30 de agosto de 2022, fue un personaje central en la disolución de la Unión Soviética y el fin del régimen establecido por el Partido Bolchevique y Lenin en noviembre de 1917.
De mi libro en
elaboración Páginas de marxismo transcribo las partes siguientes:
Gorvachov, un hombre de la generación posterior a
la revolución de 1917 (había nacido en 1931), percibió adónde podía llevar la
insatisfacción de la mayor parte de la población por el avance tan lento hacia
el bienestar que los países capitalistas tenían hacía décadas, cuyo
conocimiento se filtraba desde fuera, y por la prohibición de manifestar ideas
contrarias a las permitidas oficialmente. Su propuesta para salir de ambos
problemas se resumió en dos palabras: perestroika
y glásnost.
La perestroika
o reorganización fue el siguiente paso hacia la privatización y el mercado;
tuvo el efecto inmediato de estimular la presión de los tecnoburócratas jóvenes
y erosionar la resistencia del grupo tradicional stalinista. Una de sus causas
fue el lanzamiento de la política de privatización y liberalización de la
economía en China por Deng Xiaoping, en 1978.[1] Consistió en darle a las
empresas mayor libertad, reduciendo, por lo tanto, los alcances de la
planificación, permitir la propiedad privada por cooperativas de servicios,
manufactureras y ciertos aspectos del comercio exterior. Se derogó la
colectivización de la tierra y se facultó a las cooperativas agrarias a
disolverse, y a los propietarios agrarios a alquilar la tierra y vender
libremente sus productos en el mercado.
Por la glásnost
o transparencia, destinada a desvanecer el autoritarismo del partido, se dio
mayor libertad de expresión y de religión. En enero de 1987, el pleno del
comité central del Partido Comunista tuvo que aprobarla, siguiendo con un
acuerdo de la XIX conferencia del partido, del 1 de julio de 1988, para
suprimir del Código Penal la figura del crimen de propaganda antisoviética, utilizado
para reprimir y encarcelar a quienes manifestaran opiniones contrarias al
Partido Comunista, al gobierno y al régimen.
Esta política de distención se prolongó a las
relaciones internacionales, y, en diciembre de 1987, Gorvachov y el presidente
de Estados Unidos Ronald Reagan firmaron en Washington un tratado para
desmantelar los misiles con armas nucleares. En febrero de 1989, las tropas
soviéticas comenzaron a ser retiradas de Afganistán y, en diciembre de 1989,
Gorvachov y George H.W. Bush, presidente de Estados Unidos, decidieron dar por
terminada la guerra fría.
Frente a estas medidas en los frentes interno y externo, los dirigentes y militantes del partido se dividieron: los administradores jóvenes de las empresas las aplaudieron; la vieja guardia stalinista, a cargo de los puestos más altos en el Estado las criticaron y combatieron. En la práctica, la glásnost fue el puente hacia la consunción del sistema que Gorvachov, tal vez, quería dejar en un estadio de socialismo mezclado de capitalismo. No pudo ser; la ola del cambio se desbordó en seguida.
A propuesta de Gorvachov, la XIX conferencia del
Partido Comunista aprobó la creación del cargo de presidente de la Unión
Soviética y de un congreso de diputados del Pueblo. El congreso fue elegido en
marzo y abril de 1989, y en marzo de 1990, este eligió a Gorvachov presidente
de la Unión Soviética.
Pero la conspiración de los comunistas contrarios
al comité central del partido ya no podía ser detenida.
El 12 de julio de 1990, el Congreso de Diputados
del Pueblo de la República Rusa aprobó la Declaración de la Soberanía de este
país, y en las elecciones de ese día, Boris Yeltsin, quien había sido
secretario general del Partido Comunista en la República Rusa, ganó la
presidencia de esta República con el 57% de los votos de este cuerpo. El día
anterior a la elección había renunciado al Partido Comunista en el XXVIII congreso
de este.
La respuesta de un grupo de militantes del partido
Comunista y funcionarios de la KGB sobrevino en seguida: el 19 de marzo de
1991, intentaron un golpe de estado contra Gorvachov, parapetándose en algunos
edificios públicos. Boris Yeltsin replicó, llamando a la población a salir a
las calles. Solo lo acompañaron en Moscú unos cuantos miles de manifestantes,
frente a la pasividad de la mayor parte de la población que se enteraba por la
televisión de lo que sucedía en su país. Los trabajadores observaron
pasivamente el enfrentamiento sin que les importara su desenlace, y la
burocracia más recalcitrante, desalentada, no atinó a una respuesta de masas ni
de las fuerzas armadas que se negaron a obedecerla. Debelada la tentativa de
golpe por un destacamento del ejército, se liberó a Gorvachov del arresto en su
dacha por los sublevados. Yeltsin y los disidentes que lo acompañaban siguieron
gobernando en la República de Rusia, la más grande de la Unión Soviética.
El 24 de agosto de 1991, el parlamento nacional de
Ucrania declaró la independencia de esta y, unos días después el parlamento de
Bielorrusia hizo lo propio. Yeltsin se reunió con los jefes de gobierno de
estas dos repúblicas, firmando con ellos el tratado de Belovezhkaya, el 8 de
diciembre de 1991, por el cual acordaron disolver la Unión Soviética. El
referéndum de marzo de ese año, favorable a la continuación de la Unión
Soviética por el 78%, no fue tenido en cuenta. Este tratado fue ratificado en Alma Ata, capital de Mongolia, el
25 de diciembre, por los once jefes de las exrepúblicas soviéticas. Gorvachov
renunció ese día a todas sus funciones.[2]
También, en diciembre de 1991, Yeltsin ilegalizó
al partido Comunista en el territorio de Rusia.[3]
Asegurado el control político y militar, los
vencedores del aparatchic comunista,
avanzaron hacia el cambio de la estructura económica, para lo cual pidieron el
asesoramiento y apoyo económico del Fondo Monetario Internacional y del Banco
Mundial. Los expertos de ambas organizaciones recomendaron una privatización
radical y rápida de las empresas estatales, como se había hecho en los estados
europeos con regímenes similares disueltos.
La privatización tuvo dos manifestaciones: la
liberalización del mercado y la venta de la mayor parte de las empresas
estatales.
Por la primera, a partir del 2 de enero de 1992,
el 90% de la producción quedó sometido a la comercialización libre en el
mercado; se exceptuó el vodka, la energía y los transportes; se suprimieron los
subsidios del Estado a las empresas, las que debían dar beneficios; y se
liberalizó los precios.
En cuanto a la segunda medida, en 1992, se
privatizó, por una parte, el 18% del total de empresas de los sectores
comercio, restauración, construcción, producción agroalimentaria e industria
ligera y, por otra, 30,000 departamentos urbanos destinados a viviendas.
Siguió la privatización de otras empresas hasta
llegar al 70%. El 30% restante quedó en poder del Estado.
El procedimiento de privatización consistió en
distribuir entre la población vales o “vouchers” con un valor nominal
resultante de dividir el valor de las empresas a ser transferidas entre los
habitantes de Rusia. Con estos vales se podía comprar acciones de las empresas.
Lo que sucedió fue que los ejecutivos de estas, todos comunistas o excomunistas,
compraron en masa esos vales, cuyo precio descendió, en ciertos casos, hasta
menos del 10% de su valor nominal, debido a que casi todos querían salir de
ellos. De este modo esos ejecutivos se convirtieron en los nuevos capitalistas
de Rusia. ¿De dónde obtuvieron el dinero para adquirir esos vales? De préstamos
bancarios que el Banco Central suministraba imprimiendo billetes sin respaldo y
confiriendo a los bancos los préstamos con el dinero del Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial. El panorama fue de una corrupción descomunal.
Era el epílogo
de la transición de una economía burocratizada al capitalismo, un cambio
cualitativo, que en 1992 hizo descender el PBI en un 20% y sumió en la miseria
a numerosos hogares. Muchos de los nuevos capitalistas se hicieron
multimillonarios y, con sus familias y amigas, se tornaron clientes habituales
de los balnearios, hoteles, tiendas, espectáculos y casinos más caros de los
países europeos y Estados Unidos.
[…]
Con el capitalismo y sus superestructuras bien instalados
en los países que formaron la Unión Soviética y otros semejantes del Este
europeo no parece posible que los partidos comunistas vuelvan a gobernarlos ni
que se restablezca un socialismo como el perimido en 1991 u otro régimen
semejante a este. En los demás países, los partidos comunistas siguieron
reduciéndose y perdiendo significación en una caída, al parecer, irreversible.
(Comentos,
1/9/2022)
[1] Paul Krugman, Pourquoi les crisis reviennent toujours,
Paris, Editions du Seuil, 2009, pág. 15.
[2] En los países
capitalistas se contemplaba con estupefacción esta caída. “La cuestión
verdaderamente nueva es la extraordinaria fragilidad del comunismo en su fase
terminal. Puesto que el hundimiento de 1989-1991 ha sido en efecto
sorprendente, y nada en el comunismo impactó tanto como su manera de salir de
la historia: una de las dos superpotencias mundiales explotaba sin que sus
tutores ofrecieran la menor resistencia seria a su desastre.” Martin Malia, La tragédie soviétique, Histoire du socialismo en Russie 1917-1991,
Paris, Éditions du Seuil, 1995, pág. 602.
[3] En consecuencia, quedaron eliminados los subsidios del gobierno a
numerosos partidos comunistas, organizaciones sindicales y otras entidades del
exterior y los viajes gratuitos a la Unión Soviética de los dirigentes de los
partidos comunistas, sus cónyuges e hijos. La lista de las organizaciones
beneficiarias de esos subsidios se dio a conocer a la prensa exterior. Paul Krugman dice: “Otro efecto del
colapso del régimen soviético fue que gobiernos que dependían de su generosidad
ahora se quedaban solos. Como algunos de estos Estados habían sido idealizados
y convertidos en ídolos por los opositores del capitalismo, su repentina pobreza,
y la correspondiente revelación de su anterior dependencia, ayudaron a socavar
la legitimidad de tales movimientos. Cuando Cuba parecía una nación heroica, al
enfrentarse sola y con el puño cerrado a Estados Unidos, era un símbolo
atractivo para los revolucionarios de toda América Latina, por supuesto mucho
más atractivo que los burócratas grises de Moscú. La pobreza de la Cuba
postsoviética no solo es una desilusión en sí, sino que clara y dolorosamente
muestra que la heroica postura del pasado fue solo posible debido a los enormes
subsidios de esos mismos burócratas.” De
vuelta a la economía de la Gran Depresión, Editorial Norma, 1999, pág. 27.
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