DE HEROES A VILLANOS
(Cuento)
Escribe: Hugo Romero Manrique
Tomado de la revista digital JULI ETERNO Nº 44
G |
ustavito
aceptó encantadísimo el rol de “joven”. Se alejó un par de minutos y volvió
caracterizado con sombrero alón, pañuelo anudado al cuello, chaleco de cuero y
un par de hermosas pistolas enfundadas en sendas cartucheras.
Armando
y yo, en cambio, tuvimos que improvisar modestamente nuestros revólveres,
anudando hojas de un cuaderno viejo; pues, aunque le sobraban pistolas, el muy miserable
dueño de casa no nos las quiso prestar. Y Betty, por su parte, tal como estaba
vestida, con moños de seda y vaporoso vestido de encajes, ¡ni pintada para el
rol de niña, con tan lindo traje!
Fuimos
de inmediato al gran patio trasero, a practicar un reconocimiento, del nuevo
teatro de operaciones. Allí encontramos caballos de verdad atados al palenque,
tan briosos y enormes, que preferimos ignorar su existencia. Las tranqueras, en
cambio, harían las veces de excelentes cabalgaduras.
De
cuatro trancos pudimos atravesar “la extensa pradera” y ya estábamos en el
sitio donde tendría lugar la acción. Nos asomamos al ancho portón de una
despensa repleta de sacos de habas, trigo y papas, rimeros de chalona, fardos
de lana, cueros, herramientas de labranza, sillas de montar, aperos y otros
bártulos. Sin duda era el sitio ideal para ocultar más de un botín, huir de la
justicia o esconderse de una lluvia de balas.
Todavía sorprendido por la inesperada preferencia de representar el papel de “héroe”, Gustavito escuchaba con gran atención las indicaciones del imaginativo Armando, productor, guionista, director y protagonista al mismo tiempo. A cierta distancia de la despensa, ubicamos dos cobertizos. Uno sería el “Saloon” o cantina del pueblo. El otro ambiente haría las veces de oficina del sheriff y junto a ella rotulamos con tiza, “Jail” o la cárcel.
Dimos
inicio a las acciones: Joe “El Largo”, (o Armandito) y el piel roja “Oso Gris”,
-es decir, este gentil narrador– detuvimos el galope de nuestros caballos, que
se caían de puro cansancio, frente a las portezuelas batientes del bar del
pueblo. Traíamos las gargantas estragadas de polvo del camino y deseábamos
calmar la sed, con sendos vasos de cerveza. Gustavito, que no tenía por qué
intervenir todavía, opinó que lo que debíamos pedir en la barra era wisky, la
bebida predilecta de todo vaquero que se estime.
A
un costado de la barra rumiaba su aburrimiento “Dolly”, una linda y elegante
chica (la prima Betty), acompañada de un… ¿apuesto? ¡Bah!... cowboy.
Mi
compañero Joe insistía en que, en efecto apuesto, gentil y sobre todo valiente,
muy valiente, según oyó comentar por ahí. Por ello. Ésta sería una mag-ni-fica
oportunidad para que diese prueba de su valentía.
Acodados
en la barra, pedimos de beber y apuramos muy sedientos, sendos vasos de
ardiente licor. Repentinamente mi compañero se sintió animoso, muy alegre. Sus
ojos chispeantes pasearon la mirada por la sala de extremo a extremo y se
detuvieron llenos de admiración, en el rostro de la “bella dama” sentada sobre
el piano… Sin despegar los ojos de la joven, empezó a caminar, con porte gentil
y se detuvo frente a ella.
Saludó
a la bella, con una reverencia. Pidió al mesero una copa de menta “frappé” y
muy gentilmente se la ofreció a la desconocida. Esta rechazó la invitación, con
un motín de fría cortesía. Pero, tomando Joe su enguantada mano, insistió en
hacer que sostuviera la copa, ante la impávida, ¿huidiza mirada del…apuesto?
Del supuesto valiente vaquero que la acompañaba.
Ejerciendo
su cuádruple rol de actor, productor, guionista y director. Joe “El Largo” o
Armandito dirigiéndose a Arizona Kid o “Gatillo Veloz” (Gustavito), le recordó
“a sotto voce”, que su papel de héroe le obligaba a proteger y defender a su
dama, de las impertinencias de cualquier vaquero desfachatado o grosero.
La
sutil observación dio resultado. Gustavito, digo Arizona Kid, (según propia
aseveración), más conocido como “Gatillo Veloz”, tomándola del brazo, hizo a un
lado delicadamente a su linda acompañante, se detuvo luego, decidido, frente al
desconocido, taladrándolo de pies a cabeza con fría mirada.
Molesto,
Joe cogió de la barra un vaso lleno de grandy, frandy o brandy – no estaba yo
muy seguro de cómo se pronunciaba – y con gesto desafiante, derramó su
contenido en el pecho del sorprendido vaquero.
Un
frasquito – que creíamos vacío – de tinta china, tomado al azar de un
desvencijado armario, hacía las veces de vaso de…eso que dije, que suele
beberse en los bares del lejano Oeste.
De
modo que estuvimos largo rato tratando de limpiar con talco, frotar con agua y
luego con alcohol, la ex - inmaculada camisa del vaquero. Finalmente, cuando
nos convencimos que el licor-tinta no saldría fácilmente de aquella bendita
prenda, sugerimos a Gustavito ir a cambiársela, cuidando eso sí, de no ser
visto por nadie.
Pero
“Gatillo Veloz”, totalmente furioso y al borde del llanto, quiso ir a denunciar
la avería, ir a contárselo a su mamita. Nos costó Dios y su ayuda convencerlo,
que sería una cobardía impropia de un intrépido vaquero como él, preocuparse
por esa insignificancia.
Finalmente,
el lacrimoso y disgustado vaquero estuvo de acuerdo en que la afrenta sufrida
en la barra de la cantina no podía quedar sin castigo. Se imponía un duelo a
tiro limpio, para borrar “con sangre”, tremenda afrenta. Mientras el invisible
mesero, el invisible pianista y los invisibles parroquianos corrían a
parapetarse detrás de las volcadas mesas del bar, ambos duelistas lo hicieron
en cada extremo del gran mostrador.
¡Bing! ¡Bang! ¡Bong! ¡Pepepén! ¡Pen! ¡Toing! ¡Crassh! ¡Qué tal lluvia de balas la que se armó! Volaban las botellas hechas polvo, los cuadros salían disparados de su sitio y los grandes espejos caían estrepitosamente, rotos en mil pedazos. ¡Era un duelo en verdad emocionante!
La
estruendosa balacera despertó a “Phorq´e”, el enorme perro lanudo de los
Cedrón. El can abandonó pesadamente su mullido lecho de costales vacíos donde
dormía inadvertido y salió del lugar de mala gana, con los ojos adormilado,
mascullando perrunos insultos en busca de un sitio más apacible donde
descansar.
Al
cabo de un rato, los pistoleros terminaron por descargar toda su furia… y el
contenido de sus revólveres. Agotadas las balas – y el aliento – arrojaron sus
armas, abandonaron sus parapetos y se fueron aproximando lentamente,
lentamente…
Gustav…Gatillo
Veloz iba a proponer algo, pero Joe “el Largo” se le anticipó. Totalmente
compenetrado en su papel de villano, lo cogió por los hombros, intentó
derribarlo, pero su corpulento rival era difícil de doblegar. Apeló entonces a
una zancadilla y ambos rodaron por el duro suelo cubierto de polvo. Ahora si
que el elegante traje de Gus…de Gatillo Veloz estaba ¡i – rre – co – no – ci –
ble!
Segundos
después, sentado a horcajadas sobre su rollizo enemigo, Joe ordenó: ¡Pronto Oso
Gris, una cuerda para atarlo! Pero inexplicablemente - ¡oh volubilidad, tu
nombre es mujer! – “Dolly”, la joven damita obligada a corresponder con lealtad
a su defensor, se me anticipó y corrió toda animosa a alcanzar una soga al enemigo…de
su amigo.
¡Bueno!
Ya estaba hecho. Ni cómo rectificar aquel bache en el libreto. El valeroso y
desconcertado Arizona Kid, o “Gatillo Veloz” quedó inmovilizado y además
amordazado con un pañuelo, digamos… no muy limpio. Luego tuvimos que bregar duro,
- el gordito pesaba una tonelada – para trasladarlo al rincón más oscuro de la
desp…del depósito del bar.
El
vaquero quiso librarse de sus amarras, pero le fue imposible. Quiso protestar.
Tampoco pudo. Apenas si logró emitir un débil gemido y ponerse morado de rabia.
Y allí quedó, hasta que el sheriff – que no figuraba en el libreto – o algún
compasivo parroquiano acudiese algún día en su ayuda.
Y
con esa jubilosa malignidad característica de la despreocupada y
lamentablemente fugaz – edad dorada. Betty, Armando y yo, nos largamos
tranquilamente del lugar, ¡mariposa, mariposa a ocuparnos de otra cosa! Nos
pusimos a leer un rimero de revistas “Biliken” y “El Peneca”, que hallamos por
ahí. <<->>
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