viernes, 2 de julio de 2021

LA COYUNTURA POLITICA EN EL PERU SEGUN HILDEBRANDT

 


QUE LA DERECHA

SALGA DE LAS CUEVAS

César Hildebrandt

Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 546

E

ntrevisté el 3 de mar­zo de 1971, al lado de César Lévano, a Víctor Raúl Haya de la Torre. El tiempo había conver­tido al líder aprista en el vocero más culto y universal de la de­recha nuestra. Con él se podía hablar de los dos imperialismos, de César Vallejo, de la complejidad del Perú. Haya soltó en ese diálogo una frase que cobra hoy plena vigencia: “Cuando fui al Cusco y des­cubrí ese otro Perú, el Perú de las opresiones, del retraso y las contradicciones, me di cuenta de que los problemas eran muy serios...”.

Recuerdo también a Luis Miró Quesada de la Guerra, el periodista por excelencia.

Su antiaprismo era primi­tivo, sentimental y heredi­tario, es cierto, pero nadie puede negar lo que hizo para que “El Comercio” si­guiera siendo el diario más influyente del país. Separó de tal modo el periódico de los negocios, que libró una larga campaña contra el en­clave yanqui de la International Petroleum Company y se enemistó por ello con buena parte de la burguesía nativa. ¿Recordarán los Miró Quesada ac­tuales que don Luis sostenía que “El Comercio” era un periódico de las clases medias? Lo dudo.

En esa tarea de hablar con gen­te que dijera cosas, me tropecé con Pedro Beltrán, el arquitecto del gol­pe de estado de 1948, el más nor­teamericano de los peruanos y, sin embargo, el más pulcro de los due­ños de periódicos. Compitió con “El Comercio” en el territorio de las noticias y obtuvo grandes triunfos publicando lo que podía incomodar a sus lectores conservadores (que eran mayoría). En “La Prensa” uno podía leer lo que los social progresistas, la izquierda más activa de los años 60, decían de Beltrán y su credo derechista. “La Prensa” fue, en muchos sentidos, un gran perió­dico porque Beltrán entendía que el debate de las ideas era el corazón de la política y que ese enfrentamiento se extendía al mundo entero. Fue un globalista precoz, un embajador imaginario de Theodore Roosevelt. El garrote lo usó en 1948, la vieja “Underwood” siempre.


Chillico: entre derechistas

Haya, Miró Quesada de la Gue­rra, Beltrán: qué personajes. Eran la vocería de una derecha que podía frecuentar festivales de música, li­brerías, arte de vanguardia. Se juntaban para justificar, cada uno a su manera, la agresión a Cuba en Bahía de Co­chinos pero aceptaban que la política consistía en pelear por la hege­monía de los valores.

Eran gramscianos in­voluntarios y Haya y Beltrán habían leído a Leo Strauss, el gran cínico y sombra genial detrás del conservadorismo de la escuela de Chicago. No les bastaba haber leído a Eudocio Ravines, el monje histérico y converso que pasó buena parte de su vida cumpliendo tareas de comisario estalinista después de suceder a Mariátegui en el partido originalmente socialista fundado en 1928.

Lo que quiero decir es que la de­recha peruana histórica, cuyo árbol genealógico incluye a figuras como Bartolomé Herrera o José de la Riva Agüero y Osma, tuvo representan­tes que en nada se parecen a los que en estos tiempos pretenden expresarla. ¿Alguien puede creer que aquel Bedoya Reyes que fundó el PPC habría tenido tratos con López Aliaga? ¿Habría Femando Belaunde Terry avalado a sujetos como Meri­no de Lama?

Es tiempo de que el conservadorismo peruano salga de las cuevas a donde lo condujo el fujimorismo después del diluvio excremen­ticio de su década. Necesitamos una derecha ilustrada, partidaria, moderna. O sea, todo lo que pudo ser el Apra si no hubiese caído en las redadas de la policía anticorrupción. Necesitamos una derecha contemporánea y cargada de proyectos inclusivos, del mis­mo modo que necesitamos de una izquierda que haya enterrado el modelo soviético con el mismo en­tusiasmo con el que los rusos parricidas sepultaron el suyo.

Que el comunismo haya fracasa­do no significa que el capitalismo gamonalista y reblandecidamente peruano haya triunfado. Nece­sitamos una derecha que entienda que el mito de la uniformidad comunista es el que ha muerto. Lo que no ha muerto es el reclamo de la igualdad de oportunida­des, la exigencia de la jus­ticia social, la demanda por la supresión de los privile­gios oscuros. Necesitamos una derecha que quiera construir una nación viable e integradora.

Hemos llegado al bicentenario con un país partido por la mitad. Es tiempo de empezar a reconstruir con cambios este Perú dividido y con pintas de enemistad feroz.

Las elecciones han plan­teado un mandato de cam­bio y moderación al mismo tiempo. Eso requiere gente de bue­na fe que entienda el desafío y per­ciba, con hambre de logros, la gran oportunidad que se nos presenta.

Todo eso supone salir de una vez por todas de la gravedad procaz del fujimorismo, esa enfermedad que nos pudrió treinta años. Después de su tercera derrota, a la señora Fujimori le esperan complicados avatares judiciales. Y a la organización que jefatura lo que le aguarda es la disolución. Al final de cuentas, no hay programa que enterrar ni ideas que olvidar ni propósitos a los que renunciar. El fujimorismo fue siempre, sencillamente, una mafia. La fiscalía, como en el caso de los Gambino, se hará cargo. El país, liberado de ese lastre, merece ver otra vez el horizonte. ▒▒

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Gráficos. Heduardo y Carlin en LA REPUBLICA 2JUL21:





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