¡QUE NADA CAMBIE!
César Hildebrandt
Tomado
de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 538, 7MAY21
J |
oe Biden acaba de decir que la clase media -no la
riquería- fue la que hizo a los Estados Unidos y que los sindicatos,
estigmatizados por Reagan, construyeron a la clase media. Biden es el
presidente de los Estados Unidos, el país que la derecha bruta y achorada del
Perú ama hasta las cuclillas, hasta el agachamiento, hasta la subordinación
colonial. El hombre que ha sucedido a Trump ha propuesto también una inmediata
subida de los impuestos a las grandes fortunas y a las ganancias de las corporaciones.
En el foro de Davos, como se sabe, empezó hace tiempo el debate sobre cómo resetear el capitalismo, cómo hacer para que deje de ser el sistema lobuno donde la palabra compasión se considera marica y la palabra igualdad se considera marxistoide.
Todos los que piensan que el capitalismo debe
cambiar son capitalistas preocupados, funcionarios atentos a las señales de
alarma. Si el mundo cambia, si la pandemia ha exacerbado la desigualdad y
exhibido las llagas de un orden planetariamente insostenible, si las ovejas
están hartas de balar consignas prestadas y votar en elecciones que sirven para
que nada cambie, entonces vienen los bomberos doctrinarios, los paramédicos de
las reparaciones y dicen: para salvar esto, tenemos que cambiar profundamente.
En efecto, no es posible que el capitalismo se haya
convertido en este espanto de corrupción y lobismo. El capitalismo que
animaliza al ser humano y mineraliza la desigualdad como si fuera
estratificación geológica, el capitalismo que esgrime la codicia como meta y la
explotación más inicua como método, no es un sistema sino una bomba de tiempo.
Y siempre habrá alguien que le ponga mecha y reloj a las bombas de tiempo.
Lo que digo es que mientras en el mundo empieza a
despertar una reacción en contra del inmovilismo y el tótem del statu quo,
aquí, en el país que pisamos pero no terminamos de construir, toda idea de
cambio parece producir horror. Y lo tragicómico es que ese miedo cunde entre
los que todo lo tienen de sobra y en muchos que carecen de todo pero que
esperan ser bendecidos por el maná que chorrea. Aquí odian la idea del cambio
los que se sientan a la mesa de los festines de la concentración y los que,
boquiabiertos, aguardan las migajas que caigan del mantel.
Me llega al correo un video donde una mujercita
emprendedora se jacta de haberles dicho a sus trabajadores que si gana Castillo
ella cerrará el negocio y ellos se quedarán en la calle. Y la mujercita cuenta
que un amigo suyo les ha dicho lo mismo a sus trabajadores y que eso es lo que
hay que hacer en todas partes donde haya gente que trabaja y dueños de algún
negocio: asustar a la gente, obligarla a votar por Keiko Fujimori, cazarlas
por el miedo.
La mujercita no entiende que eso se llama
extorsión. Tampoco entiende que eso es lo que hacían sus ancestros en las
épocas del pisco, la butifarra y el voto obligado por la causa de “las fuerzas
vivas”. Jamás entenderá que esa manera de proceder es bóer, es del Misisipi de
los años 50 del siglo pasado, es del Perú de los barones del azúcar y del
imperio mal habido de los Prado. Y por supuesto que no podrá entender que
prédicas como la suya y prácticas como las de su clase son las que construyen,
barro a barro, a personajes como Pedro Castillo.
La derecha peruana tiene el control de los diarios, la televisión, la radio. Los que pasaron por la salita del SIN, los herederos que recibieron maletines keikistas con dinero negro, los que sueñan con que la injusticia sea aplaudida por sus víctimas y la pobreza sea aceptada eternamente como un designio del dios que no admite apelaciones, todos esos le dicen a la gente de los cerros, los parajes desatendidos, las provincias que Lima desprecia: recen para que Castillo no sea presidente porque si la constitución de 1993 se modifica, las siete plagas de Egipto serán poca cosa. Y dicen más: que cambiar las reglas de juego es herejía, que proponer nuevas prioridades en el presupuesto es irresponsable, que subirles los impuestos a las mineras será fatal. Hay un dejo religioso en su gritería y en su histeria momia.
Yo no estoy entre los apocalípticos que aspiran a
que de los cielos bajen los ángeles del nuevo orden. Cuando parte de mis amigos
se instalaban en partidos comunistas, estuve entre quienes no renunciaron al
escepticismo. La palabra paraíso me aterra y la palabra utopía me empuja a
buscar un lugar donde esconderme.
De lo que sí estoy convencido es de que un modelo
como el nuestro es, a la larga, socialmente inviable. Y no porque lo
reinaugurara Alberto Fujimori en 1990 sino porque, más allá de los nombres y
las siglas, están los hechos y las cifras. El hecho es que candidateamos a ser
un Estado fallido. Las cifras que expresan la calidad de vida de las mayorías
-desde la anemia infantil hasta los desposeídos de servicios elementales,
pasando por las pensiones del hambre y la red de salud que condena a la muerte
a los más pobres- son concluyentes.
El gran problema es que la derecha peruana ha
colonizado a gran parte de la clase media peruana, como si esta tuviera que ver
con la gran banca, el club de la construcción, el oligopolio farmacéutico. Esa
ha sido labor de los medios de comunicación, hipnosis reptiliana de sus
opinólogos, sus locutoras, sus investigadores de cartón prensado. Por eso es
que era vital deshacerse de alguien que, por ser meramente neutral, fue vista
como si de Rosa Luxemburgo se tratara. Hablamos de lo que hizo “El Comercio”
con Clara Elvira Ospina. El resultado es que “Correo”, “Ojo” y “Peru21” cumplen
hoy la función que hicieron los diarios de la “prensa chicha” noventera
mientras que Canal 4 y Canal N recuerdan ahora los tiempos de Laura Bozzo y
Nicolás Lúcar.
A eso hemos llegado. La derecha peruana quiere que
millones de peruanos defiendan el orden que no los reconoce, el sistema que no
los acoge, el modelo que los excluyó, el discurso que los tachó, los valores
que les negaron. Esa es la derecha que decía, con Vargas Llosa a la cabeza, que
Iván Duque era un gran presidente y que Uribe, su engendrador, era un prócer
colombiano. Hasta que todo reventó y la sangre corrió por las calles. Es la
misma derecha cuneiforme que nos decía que Sebastián Piñera era un tipazo y que
el modelo chileno era un ejemplo luminoso. Hasta que todo se hizo pedazos y las
balas tuvieron que llover. Es la misma derecha que nos dice que el Perú está muy
bien y que estará muy mal si alguien propone cambios. Es la derecha, en suma,
que nos propone poner de presidenta a la cabecilla de una conocida organización
criminal. ▒▒
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