¿VOTAR POR KEIKO FUJIMORI?
César
Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 541,
28MAY21
A |
ntes, en los tiempos de
los fustanes y los calzones con blondas, “El Comercio” decidía quién debía ser
presidente de la república, quién tenía que pasar al vestíbulo de los que
debían esperar, quiénes estaban proscritos y malditos.
El viejo diario, fundado
por un chileno y un argentino en 1839, fue durante décadas el filtro que usó
la oligarquía para que ningún hereje se colara en el elenco.
Bien sencillo: pensar en
el obreraje, en los salarios, en el tamaño y el precio del pan.
“El Comercio” se
enfrentó al Apra auroral -no la del ladrón suicida- con un odio infinito. No es
que “El Comercio” detestara al Apra porque no le gustara el estilo combativo
de Haya de la Torre ni porque juzgara inapropiados sus ternos de provinciano ni
sus temeridades sanmarquinas. “El Comercio” odió al Apra de nacimiento porque
el Apra quería quebrarle el espinazo a la oligarquía y proponía una nueva sociedad.
Ese odio encontró una
coartada en el asesinato de Antonio Miró Quesada y su esposa María Laos. Pero
ese crimen reprobable ocurrió en mayo de 1935, tres años después de que “El
Comercio” celebrara los fusilamientos en masa en el Trujillo alzado de la
revolución aprista. El diario más viejo del Perú estaba acostumbrado a que los
militares mataran a quien fuera necesario. Y así lo demostró en 1948, cuando
volvió a respaldar el golpe de estado del general Manuel Odría en contra de
Bustamante y Rivero. Y cuando se calló en los siete idiomas de la cobardía
cuando los apristas poblaron otra vez las cárceles y cuando Luis Negreiros fue
asesinado en plena calle.
Recordemos, además, que
el golpe de Odría fue uno que concibió el otro gran diario de las derechas
armadas del Perú: “La Prensa”, de Pedro Beltrán, el hombre encargado de velar
por los intereses de la oligarquía agraria y por las franquicias del
capitalismo estadounidense.
En los años treinta, cuando Hitler ya era una amenaza mundial y Mussolini era el fascista que preparaba la invasión de Etiopía, don Carlos Miró Quesada Laos, subdirector de “El Comercio”, escribía artículos alabando al líder nazi y sugiriendo que el fascismo era la salida para la postración mundial brotada después de la crisis de 1929. Esos textos, que hoy avergüenzan a algunos de sus descendientes, fueron el prólogo del libro “Lo que he visto en Europa”, publicado en 1940, y que es una abierta apología de la propuesta nazifascista.
Claro, si “El Comercio”
había sido sanchecerrista y urrista y camisa negra, ¿por qué uno de sus más
notorios editorialistas no iba a encandilarse con el siniestro rigor alemán del
Tercer Reich y el imperio romano resurrecto por el imbécil de Mussolini?
“El Comercio” era el
poder detrás del trono de esa republiqueta manejada por los barones del azúcar
y el algodón. Los latifundistas de la sierra se hacían cargar en andas y los
siervos besaban sus manos. El Perú era una novela vieja, un país varias veces
vencido y todavía rentable para las élites.
Cuando Belaunde candidateaba a la presidencia en 1962, “El Comercio” le dio cabida no porque creyera en su tibio reformismo sino porque estaba convencido de que él derrotaría a Haya de la Torre. Cuando Haya de la Torre fue el primero en esas elecciones, “El Comercio” fabricó la teoría de las elecciones amañadas, instó a la Fuerza Armada a que interviniera y logró el golpe del general Ricardo Pérez Godoy en contra de Manuel Prado. En las elecciones del año siguiente (1963) fue elegido Femando Belaunde, a quien la propaganda derechista terruqueaba a su gusto.
Si, porque la demonización es el método que la derecha peruana ha usado siempre para deshacerse de los que quieren un nuevo reparto de la torta. Hoy “El Comercio” es un capo obeso que tiene dos televisiones y una gavilla de periódicos. Tiene el 80% de ingreso publicitario de la prensa escrita y cerca del 40% de las ganancias del rubro televisión. Es un monstruo empresarial que no podría existir en ninguna democracia que vigilara el poder de la concentración empresarial y los oligopolios.Y este conglomerado,
donde sigue figurando en su directorio gente como Pepe Graña Miró Quesada, el
gran amigo de Alan García y secuaz de Odebrecht, quiere que votemos por una
delincuente que desciende de un condenado a un cuarto de siglo de prisión.
No hay rubor alguno en
la proposición. Se dice sin asco. Se esgrimen hasta asesinatos sin investigar
para justificar ese voto por la indignidad. Se dice que el Perú será un campo
de batalla si la señora Fujimori no se sienta en el sillón presidencial. Y se
habla de Venezuela a pesar de que todos sabemos que Castillo, por más primario
que sea, jamás podrá hacer lo que Cerrón quisiera con un congreso donde tendrá
minoría (y donde volvería a tenerla, si quisiera cerrarlo después de dos
censuras de gabinete). Con Castillo vendría la incertidumbre y la gestión
errática o mediocre. Pero del Castillo más dudoso podremos librarnos
jaqueándolo desde la prensa y el congreso. Con Keiko Fujimori, ya sabemos de
qué linaje hablamos. Será el mismo plan que borró a las instituciones, que
sembró el miedo para blandir la mano dura enderezadora, que compró o intimidó a
la oposición, que aduló o alquiló a la prensa, que subvirtió el Tribunal
Constitucional, que hizo del dinero público arca encontrada para los forajidos
a su servicio. Será la metástasis de un proyecto dinástico que ya nos ensució.
Lo que “El Comercio” y los suyos no entienden es que no votar por Keiko es un
asunto de dignidad nacional. Votar por la hija de quien engañó al país es
rendirle un homenaje a la indecencia, es condonar lo sucedido, es amnistiar ya
no a Alberto Fujimori sino a los Colina, a Beto Kouri, a Montesinos. Es
olvidar, con espíritu cómplice, que el señor Fujimori huyó de este país y se
refugió en Japón, donde sacó su verdadero pasaporte y quiso ser senador.
¿Somos tan acomplejados en el Perú como para votar por quien encama toda esa
pesadilla y la sigue llamando “el mejor gobierno de la historia”? ¿Llegaremos a
eso? ▒▒
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