FASCISMO A LA PERUANA
Nicanor
Domínguez
NOTICIAS SER 7ABR21
Ad portas de las elecciones de este domingo 11 de abril, los peruanos hemos vuelto a escuchar el término “fascista” al referirse a las propuestas políticas de algunos de los 18 candidatos que compiten por la presidencia. El caso concreto es el del ingeniero industrial y empresario hotelero Rafael Bernardo López-Aliaga Cazorla. Habiendo entrado a la política como regidor del municipio limeño de la mano del corrupto ex-alcalde Luis Castañeda Lossio en el período 2007-2010, se convirtió en el heredero de “Solidaridad Nacional”, primero como Secretario general por un año (2019-2020) y luego como Presidente de la agrupación por poco más de un mes (29 de agosto a 7 de octubre, 2020). Habiendo anunciado en enero del 2020, durante las elecciones para el actual Congreso, que tenía aspiraciones presidenciales y quería ser, literalmente, “el Bolsonaro peruano”, reinscribió al partido de Castañeda, el 7 de octubre pasado, con el actual nombre de “Renovación Popular”.
como dos gotas de agua: Bolsonaro Lopez |
López-Aliaga
Cazorla, orgulloso miembro del Opus Dei --aunque más conocido ahora por el
apodo publicitario de “Porky”, así como por sus declaraciones públicas
escandalosamente provocadoras e incendiarias--, está efectivamente copiando el
guión electoral del ex-capitán del ejército brasileño, y presidente de su país
desde enero del 2019, Jair Messias Bolsonaro. Este, a su vez, copió la
estrategia electoral populista de derecha del ex-presidente norteamericano
Donald John Trump (2017-2021). Y en estos días López-Aliaga está imitando la
fallida campaña de Trump durante el proceso electoral del 2020, en que
argumentó incansablemente que si no ganaba él los comicios para su reelección
era porque había un fraude en su contra. Dice también el popular “Porky” que si
él no gana las elecciones de este domingo, será por fraude.
Tuvimos
en dos momentos del siglo XX elecciones tan reñidas que los derrotados
denunciaron haber sido víctimas de fraudes, intentando desconocer los
resultados. En 1931 el candidato del Partido Aprista Peruano, Víctor Raúl Haya
de la Torre, rechazó los resultados que dieron la victoria al candidato Luis
Miguel Sánchez Cerro. Para la mitología y propaganda del aprismo, Haya fue
entonces el “presidente moral” del Perú. Sin embargo, la elección de 1931 no
fue anulada. Tres décadas después, en 1962, Haya obtuvo la primera votación,
aunque no fue en porcentaje suficiente como para lograr la presidencia (la
decisión debía tomarla el nuevo Congreso). En ese momento, el candidato de
Acción Popular, el arquitecto Fernando Belaúnde Terry, fue quien acusó de
fraudulentos los comicios, llamando a las Fuerzas Armadas a intervenir. De este
modo, Belaúnde promovió y justificó el golpe de Estado del 18 de julio de aquel
año.
Más
recientemente, tras la segunda vuelta de las elecciones del 2016, la derrotada
candidata de Fuerza Popular, Keiko Sofía Fujimori Higuchi, tras perder por un
porcentaje ínfimo (0.24%) ante el entonces “candidato de lujo”, Pedro Pablo
Kuczynski Godard, consideró que “le habían robado la elección” (pese a que el
Jurado Nacional de Elecciones había descalificado a los candidatos de
centro-derecha, Guzmán y Acuña, que podían perjudicarla). Aunque no denunciaron
un fraude, los fujimoristas se dedicaron a boicotear al débil gobierno de
Kuczynski, intentando vacarlo en dos oportunidades, hasta conseguir su renuncia
(23 de marzo de 2018). Habrá que estar atentos a cómo reacciona López-Aliaga
este domingo, cuando los resultados de la votación se conozcan y, muy
probablemente, no le alcancen para pasar a la segunda vuelta.
Pero,
¿qué tiene de fascista este señor? Por desgracia, el término es utilizado el
día de hoy más como un insulto político que como una explicación de las ideas y
propuestas de un candidato o de un movimiento electoral. El término, que apenas
tiene poco más de un siglo de existencia, proviene de la agrupación política
ultra-nacionalista, ultra-derechista y ferozmente anti-comunista establecida en
1919 por el veterano de guerra, y antiguo político socialista, Benito
Mussolini. Las bandas armadas con las que, con la tolerancia de la policía
italiana, rompían huelgas obreras y atacaban a los militantes de los sindicatos
anarquistas, socialistas y, desde 1921, comunistas, recibieron el nombre de
“Fasci di combattimento” (de los “fascios”, las varas de madera unidas y atadas
entre sí, que se usaban en la antigua Roma como símbolo de autoridad de los
magistrados).
El Partido Nacional Fascista, fundado en noviembre de 1921, propulsó el liderazgo de Mussolini. Para imponerse sobre la endeble democracia italiana de la época, Mussolini encabezó la famosa “Marcha sobre Roma” (27 de octubre, 1922), medida de presión que llevó al rey Víctor Manuel III a nombrarlo Primer Ministro. El llamado “Duce” fue, por más de 20 años hasta 1943, formalmente el Primer Ministro de la monarquía italiana. En la práctica, Mussolini obtuvo plenos poderes del Parlamento (1923), reprimió a la oposición y obtuvo mayoría en las elecciones parlamentarias (abril 1923), promulgó leyes de excepción (enero 1925), aumentó su poder como jefe de gobierno, a quien únicamente el rey podía deponer (diciembre 1925) y, tras un fallido intento de asesinato (octubre 1926), ordenó la disolución de los partidos de oposición. Así, la dictadura fascista se convirtió en un régimen de partido único. Su caída en 1943 ocurrió en el contexto de la invasión norteamericana a la península Itálica, cuando la II Guerra Mundial había ya cambiado de dirección y los Aliados (Gran Bretaña, Francia, la Unión Soviética, China y los Estados Unidos) empezaban a imponerse sobre las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón).
El
modelo de Estado fascista que se aplicó en Italia estuvo basado en el
encuadramiento de los sindicatos obreros y las asociaciones de empresarios en
organismos tutelados por el partido gobernante. Esta forma de controlar a la
clase obrera organizada y forzar ciertas concesiones de los empleadores recibe
el nombre de “Estado corporativo”. Los sindicatos italianos fueron purgados de
sus líderes de izquierda (anarquistas, socialistas, comunistas) y encuadrados
en una organización dependiente del partido fascista. Los empresarios
capitalistas aceptaron desde 1925 esta supervisión porque el Estado les
garantizaba sus propiedades y reducía los reclamos obreros. En 1934 se crearon
por ley 22 corporaciones, de patronos y de trabajadores, que conformaban un
Consejo de Corporaciones. En 1938 sus representantes se convirtieron en parte
de la “Cámara de los Fascios y las Corporaciones”, que reemplazó a la Cámara de
Diputados (enero 1939). Toda esta aparentemente armónica organización estatal
se vino abajo en tres años, por las presiones derivadas de la entrada de Italia
en la II Guerra Mundial (10 junio, 1940).
La
estabilidad política que la dictadura fascista trajo a Italia, así como el
control sobre la clase obrera y la planificación de la economía por parte del
Estado, permitió al país capear el impacto de la Crisis Mundial de octubre de
1929 y la recesión de la década de 1930. Como modelo de estabilidad social y
económica, el fascismo italiano resultaba sumamente atractivo para las élites
empresariales en todo el mundo. En la propia Europa, Adolfo Hitler, que llegó
al poder en 1933, era un gran admirador de Mussolini. Todo aquel que en esos
años temiera el avance del comunismo desde la Unión Soviética, veía en el
fascismo una solución y un ejemplo a seguir. Las principales democracias
liberales de Occidente (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos), toleraron este
modelo autoritario y anti-democrático por su esencia anti-comunista. Solo
cuando el militarismo expansionista de los países de Eje --alianza establecida
desde 1936 entre Italia y Alemania, a la que se sumará en Japón en 1940--,
afectó directamente el orden internacional establecido en beneficio de las
potencias Occidentales, es que estalló la guerra. Y fue durante la II Guerra
Mundial (1939-1945) que el término “fascismo” se convirtió en una mala palabra.
En
el Perú de la década de 1930, así como en otros países de Latinoamérica, hubo
muchos simpatizantes del fascismo italiano. La crisis económica y política que
siguió al “Oncenio” de Leguía (1919-1930), con la expansión de las nuevas
agrupaciones políticas de izquierda (el Apra y el Partido Comunista), que
desafiaban al antiguo Civilismo de la “República Aristocrática” (1899-1919),
hicieron temer el final del orden oligárquico en el Perú. Al final, fue el
ejército el que protegió a esa oligarquía, especialmente con las dictaduras de
Benavides (1933-1939) y de Odría (1948-1956), hasta que el gobierno militar
iniciado en 1968 por el General Velasco Alvarado le dio fin, especialmente con
la Reforma Agraria.
José Ignacio López Soria, en una antología que debería ser urgentemente reeditada, titulada ‘El pensamiento fascista (1930-1945)’ (Lima: Mosca Azul, 1981), propuso que en el Perú hubo tres tipos de fascismo: (a) aristocrático, (b) mesocrático y (c) popular. El primero, ejemplificado por el acaudalado intelectual José de la Riva-Agüero y Osma [1885-1944], buscaba el restablecimiento del viejo orden aristocrático, de las tradiciones hispanas y la defensa del Catolicismo (al que Riva-Agüero había retornado en 1932, a su regreso al Perú, tras su auto-exilio europeo desde 1919). El segundo, desarrollado por intelectuales de clase media vinculados a organizaciones de la Iglesia católica --la Acción Católica y la entonces pequeña Universidad Católica, que funcionaba en el local del Colegio La Recoleta en la Plaza Francia del Centro de Lima--, proponían con la “ideología del mestizaje” un proyecto de armonía social para el país, como planteaba el entonces joven Raúl Ferrero Rebagliati [1911-1977]. Finalmente, el fascismo popular en el Perú estuvo representado por el partido político Unión Revolucionaria, creado como vehículo electoral para la candidatura de Sánchez Cerro en 1931, pero que continuó tras su asesinato (1933), bajo el comando de Luis A. Flores [1899-1969].
El fascismo, como movimiento político o como doctrina e ideología, no sobrevivió al final de la II Guerra Mundial. En el Perú, la Unión Revolucionaria fue disuelta en 1945. No había lugar en el nuevo orden internacional encabezado por los Estados Unidos para la extrema derecha que había causado la guerra. Sin embargo el anti-comunismo sobrevivió al conflicto, potenciado por la rivalidad con la Unión Soviética durante la “Guerra Fría” (1947-1990). Quizás por eso, cada vez que un autoproclamado demócrata empieza a expresar sus más profundos temores en un lenguaje anti-comunista --“terruqueando” para usar un neo-peruanismo--, el fantasma del fascismo vuelve a aparecer. Vergonzantemente. Por eso, es mejor que a uno le digan que parece un chancho de caricatura, que un cerdo fascista.
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