POPULISMO DE DERECHAS
Carlos
León Moya
En
HILDEBRANDT EN SUS TRECE, 5MAR21
Desde
hace un tiempo hay en el Perú un espacio libre para un populismo de derecha,
que se abrió con la debacle del fujimorismo. Ellos ocupaban ese lugar, y venían
agregando demandas para no perder ese sitio (evangélicos, fundamentalistas,
banqueros, empresarios ilegales, homo-fóbicos). Al final, agregaron tantas que
se volvieron un monstruo sin forma. Y una vez que Keiko Fujimori perdió su
sitial como la política de oposición más importante del país -primero con su
prisión, luego con el cierre del Congreso-, las demandas que agrupaba fueron
quedando progresivamente sueltas.
¿Pero
cómo son estas demandas? En todo caso, ¿qué agrupación o movimiento podía
agruparlas? Tendría que ser un líder conservador, xenófobo, machista y
autoritario. Y para ser exitoso, tendría que ser además ni clasista ni racista.
En el Perú, para ganar, se requiere llegar a una base no adinerada y no blanca.
Ese
espacio le pertenecía quizá a Phillip Butters. Hasta el 2017 podía ser un
sucesor de Keiko Fujimori, y hasta disputarle el lugar. Butters tenía todo para
triunfar en la derecha: el discurso, el carisma, llegada impresionante a
sectores populares, y era además un comunicador brutal. Siempre lo fue. Desde
su programita en Radio 1160 con Gonzalo Núñez allá por el 2001.
Era
populachero y reivindicador, pero sin chocar abiertamente con las grandes
empresas. Horizontal y amiguero con la gente, pero sin proponer un giro
estatista. Un Fujimori de los 90 pero hecho desde la prensa. Su legitimidad
venía de su presencia en los medios. Su ausencia de experiencia política
práctica era más bien un activo. Butters era nuestro Donald Trump pobre. No
vivía en el Trump Tower frente a la Quinta Avenida sino en un departamento
prestado frente al Golf. No era igual, pero era nuestro equivalente.
Pero
Butters cayó en desgracia hace exactamente cuatro años. Lo botaron de Radio
Capital -entonces parte del grupo RPP- luego de una campaña contra sus
auspiciadores por sus posturas antiderechos.
Más que
a su audiencia, Butters perdió el mainstream. Perdió la palestra. Se fue
a Exitosa y a Willax, entonces un sucuchito triste y oscuro de la televisión.
No fue igual. Dejó de ser tan visible, tan dañino, tan expectante. Tan posible
sucesor de Keiko Fujimori y hasta capaz de disputarle el lugar. De ser la
peligrosa araña al centro de la sala se convirtió en una cucaracha coja en una
esquina del cuarto. De ser un presidenciable de verdad se convirtió en un
personaje con ternos chillones y cada vez más demacrado, más triste, más
amargado.
En
paralelo, Keiko Fujimori fue cayendo en desgracia lentamente. Fue a prisión.
Perdió el Congreso. No le fue bien en las nuevas elecciones: de 73 congresistas
pasó a 15. Ya no era la locomotora populista de las diversas causas de derecha.
Se había vuelto algo más débil, más endeble. Se había convertido en mototaxi.
El
espacio para el populista de derecha siguió vacío todo el 2020. Pero sí le
surgió una plataforma propia: Willax, que ya había dejado de ser un sucuchito
triste. Era mucho más rentable volverse un lugar de propaganda política que un
medio de noticias, y dieron ese giro.
Se
convirtió en nuestro Fox
News, en fuente de noticias falsas y conspirativas para un sector de personas
que quieren reforzar sus puntos de vista con ahínco. Poco a poco fue juntando
bajo su lecho a todos los periodistas y presentadores que eran expulsados de
los canales mainstream, y les daba nueva vida. Willax hizo con América y
ATV lo que Fox News hacía con CNN.
Durante
todo el 2020, Willax fue una plataforma política sin candidato. Un Fox News sin
Trump. Pero mientras tanto, daba muestras de su nuevo poder.
La
primera prueba fue la ivermectina. Willax probó a punta de constancia lo
dispuestos que estábamos los peruanos a creer en mentiras, siempre y cuando
tuviesen un argumento populista detrás (la humilde ivermectina contra la vacuna
china, importada, insegura; la automedicación nacional contra las clínicas de
ricos).
Quizá
la segunda prueba de su nuevo poder sea Rafael López-Aliaga, el candidato
ivermectina. Posiblemente, el populista de derecha que esperaban.
López-Aliaga
no está ahí por sus propias cualidades, porque no las tiene. Llegó a ese lugar
de casualidad.
Pudo
ser Keiko Fujimori de nuevo, pero era claro que su intención de voto no iba a
levantar. Y su campaña viene siendo realmente triste. Apagada. Penosa. El
símbolo del ocaso familiar.
Pudo
ser Hernando de Soto, pero él no podría ser populista aunque quisiera. No
podría por su vanidad vacía, porque siempre se cree inteligente, porque no
puede responder a una pregunta de manera directa, porque pronuncia el inglés
con un acento impostado, porque si lo dejas hablando tres minutos dice que el
perro collie de su tío posiblemente era homosexual. Es un mal candidato, pero
principalmente es un pésimo populista.
Allí entra López-Aliaga, con éxito. Pero seamos sinceros: tampoco es un buen candidato per se. No es muy ducho. Ni siquiera es carismático. Aburre. No pronuncia bien. No tiene ni el empuje ni la inventiva ni la agilidad mental de Butters. En televisión, López-Aliaga se ve hasta tonto.
En
suma, es rústico. Y eso quizá sea un activo. La vanidad de De Soto le impide
ser así. No puede. Se mata primero. Es un pavo real y siempre debe mostrar la
cola. A su lado, López-Aliaga es una piedra pómez. Pero el populista, para ser
exitoso, necesita esa rusticidad, esa cuota horizontal. López-Aliaga será
millonario pero es tan rústico que no se nota. Y eso lo favorece. De Soto, sin
quererlo, quizá le hizo un favor.
Pero lo
importante en López-Aliaga es su discurso. Es simple, directo, brutal: es todo
lo malo junto y sin ambages. Tiene un discurso populista muy metido y muy bien
armado. No puede pronunciar ninguna frase con emoción, pero lo que dice le sale
con naturalidad. Y se monta sobre lo que otros han construido: antes Phillip
Butters, ahora Beto Ortiz. Ellos aplanan el camino para un candidato mediocre
pero que tiene lo que hace falta.
¿López-Aliaga
es mediocre como candidato? Totalmente. Pero ser mediocre no te hace inefectivo
en el Perú. López-Aliaga no es Bolsonaro, pero Ollanta Humala tampoco era
Lula. Pedro Pablo Kuczynski le ganó la segunda vuelta a Keiko Fujimori, nuestro
Jean-Marie Le Pen, pero nunca fue Jacques Chirac. Ni siquiera fue Sebastián
Piñera.
Además,
que López-Aliaga sea un candidato mediocre no importa tanto: lo importante es
que sea menos mediocre que sus contendores en la derecha. Y hasta ahora, parece
serlo.
A eso
podemos sumarle qué tan mediocre sea la reacción contra él. Por ejemplo, si el
diario "El Comercio" inicia una campaña sostenida en su contra, lo
terminará ayudando. A veces, tus enemigos terminan haciéndote el trabajo.
Esta
columna busca ser un recuento del populismo en la derecha hasta hoy viernes, 5
de marzo del 2021. ¿Qué pasará en adelante? No lo sé. ¿Ganará López-Aliaga? No
creo. Debe tener un techo. El de Pedro Pablo Kuczynski era de 20 %. No
creo que el de López-Aliaga sea mayor. Keiko Fujimori llegó a 30 %, pero con un
trabajo sostenido de años, que López-Aliaga no tiene.
Sin
embargo, puede escalar lo suficiente como para quitarle el sitial a Keiko
Fujimori, cada vez más perdida, y dejar a la derecha populista con un nuevo
dueño temporal. No le falta mucho: solo 0,5 %. Si logra ya no pasar a la
segunda vuelta, sino solo superar a Keiko Fujimori en la primera, obtendrá lo
que muchos en la derecha quisieron por años y nunca pudieron lograr: iniciar un
fujimorismo sin Fujimori. <>
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Dibujos: MECHAIN
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