DE MAL EN PEOR
César Hildebrandt
Tomado
de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 518, 4DIC20
S |
i Martha Chávez -ese
busto a la infamia- dice que no, entonces es sí. Si ella dice que no hay que
darle la confianza al gabinete, pues hay que dársela. Y el patético Congreso de
los Chehade y los Alarcón le ha concedido 107 votos de respaldo al mediocre
equipo de la primera ministra.
¿Habrá que alegrarse?
No tanto. No le quedaba
otra cosa al Congreso de los Luna y los Urresti.
El problema no pasa por
allí, por ahora.
El gran asunto es la
debilidad intrínseca del gobierno del señor Sagasti.
Y el descontento ha
aprendido de las lecciones de la calle y ahora reclama en el norte y en el sur.
No es que la gente esté
demandando sutilezas, letras menudas, temas de segundo orden. Lo que se está
pidiendo es que los agroexportadores les den una tajada de su prosperidad a
los trabajadores, que se porten como capitalistas y no como taitas de indiadas
en época de Arguedas. Es decir, que los Chlimper de todos los pelajes dejen de
hacerse ricos chupándose el agua subterránea de lca y pagándoles miserias a
las chicas del embalaje.
¿Qué debe hacer el
gobierno?
Está claro: debería
ejercer su autoridad, imponer el diálogo y dirimir con justicia. Con la voz de
quien encama la razón, la equidad, el buen hacer.
El problema viene cuando
no sabes qué haces en Palacio, para qué estás en el mando, de dónde vienen los
tiros.
Y a mí me da la
impresión de que el señor Sagasti es un encantador charlatán. Lo vi el
domingo, tetraentrevistado, y tuve la impresión de que el señor presidente
contestará siempre aquello que sabe y, con mayor elocuencia, lo que ignora. Y
aun de manera más vistosa, dirá que hará lo que sabe que no hará y,
rotundamente, anunciará que no podrá hacerse, de ninguna manera, desde luego
que no, lo que tiene en mente hacer.
Por eso el señor
presidente respalda al ministro del Interior un domingo y luego, el miércoles,
lo bota. Y manda a decir que quien lo ha echado es la señora primera ministra.
Como si él fuera Felipe VI y viviéramos una democracia parlamentaria. Algo de
monárquico tiene este señor, que jura que no le tiemblan las manos cuando de
confirmar a un ministro cuestionado por la mafia policial se trata pero que
parece víctima del Baile de San Vito cuando el Congreso de las Chávez y los
Vega lo amenaza con no darle la confianza.
¿No sabe el señor
Sagasti que al sacrificar a Rubén Vargas ha saboteado la reforma policial, ha
mostrado un flanco atrozmente vulnerable y ha convertido el voto de confianza
en una transacción mezquina en la que él ha salido perdiendo? Sí, estamos
seguros de que lo sabe. Pero no le importa.
Lo que le importa es
entenderse, a cualquier costo, con el Congreso de la oscuridad. Alguien le ha
dicho que debe estar en buenos términos con esa guarida y aceptar sus
extorsiones.
Y durar, si se puede, meciéndose en la hamaca y hablando bonito.
O decirnos, cada vez que
pueda, que se trata de un gobierno de transición y que no le pidamos, por eso,
ninguna gran definición, ninguna mirada al horizonte. Pero si la transición
significara diminutez de ideas, nos tendríamos que haber quedado con Merino, el
del libro “Coquito” en el sobaco.
No es así, señor
Sagasti. Ocho meses para un país en esta crisis no son poca cosa. Puede usted
encaminar al Perú ya no diré que a las grandes alamedas sino, al menos, a un
nuevo jirón de la unión partiendo del hecho de que la receta neoliberal,
aplicada en dosis de caballo desde hace casi 30 años, amenaza con incendiamos.
Lo que pasa es que
usted, señor Sagasti, es un caviar de boca para afuera y un gran conservador de
boca para adentro.
Por eso es que se
presenta como el presidente que está atado de manos y cuyo encargo es
administrar el statu quo. Entiéndalo, señor presidente de la república:
montar la ola del statu quo es condenarnos al desorden. Entiéndalo: no
está usted en Palacio para regar la higuera sino para gobernar en plena
emergencia. Y en estos días de miseria acentuada, empleos perdidos, hambre en
más de cuatro millones de compatriotas, regímenes laborales que lindan con la
esclavitud, desigualdades que la pandemia hizo más escandalosas aún, necesitamos
un líder, no un adorno navideño.
Gobierne, señor presidente.
Desacátese. Olvídese de que el azar lo ha encumbrado porque algún diosito así
lo quería. Deje la pachocha para mejores tiempos. El país necesita de usted.
Hay un muerto en el
norte. ¿Sabe usted cómo tratan algunas empresas a los temporeros que
abrillantan las fintas de la exportación?
El Congreso de los
Merino de Lama y las Apaza Quispe le ha dado la confianza al gabinete de
Violeta Bermúdez. Eso nada significa. Eso es trampa intestina, trueque bamba,
mano negra. Lo que el gobierno de emergencia requiere es el respaldo de la
gente. Porque lo que se viene es una ola de inconformismo, señor Sagasti. No un
tumbo, como dicen, fumatélicos, los tablistas sino una ola con pinta de
Honolulú que puede incluir a médicos, maestros, mineros y un etcétera que no
quiero imaginar. Sí, señor. El país se hartó de tanta receta única, de tanto
discurso monopólico, de tanto terruqueo mañoso y tanto periodicazo al servicio
de los Chlimper y heterónimos. El país está maduro para una nueva Constitución.
El Perú, señor Sagasti, con todo respeto, no está para miriñaques. No es
tiempo de una comedia de Ascencio Segura. Vivimos un drama parecido al que
Enrique Solari Swayne aspiró a retratar en “Collacocha”. Póngase en los zapatos
de los que llevan reclamando decenas de años sin otra respuesta que el
silencio de la gran prensa y la furia de esa policía que usted no ha querido
reformar. ▒▒
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