PARA MEDITAR EN
“FIESTAS PATRIAS”
Escribe: Milcíades Ruiz
Todas las voces
de izquierda y derecha se aprestan a celebrar un año más de la independencia
del virreinato del Perú y abogan por el boato celebratorio de su bicentenario.
Lo hacen de buena fe sin pensar en la enorme injustica de este acontecimiento.
Independencia del virreinato no es lo mismo que emancipación del Tahuantinsuyo,
menos de la población nativa. Todo se ha tergiversado y ha hecho perder de
vista el derecho de la población autóctona de recuperar su territorio
arrebatado por la dominación colonialista. La población nativa ancestral perdió
su patria siendo suplantada por los invasores y sus descendientes que se
apoderaron de ella.
Es otra la historia
y este es otro asunto pendiente de recuperar velando por su autenticidad y
reivindicando la lucha heroica por la independencia desde la perspectiva de la
población nativa. Esto tiene que ver con nuestra consciencia y honestidad.
Reconocemos o no, los derechos de la población ancestral, estamos dispuestos o
no, a reparar el daño histórico. Disculpen que insista. Estamos indignados por
la delincuencia en el poder judicial pero el fraude también estuvo presente
desde el inicio de la república. Todo fue arreglado a espaldas de los herederos
de la patria nativa.
Muchos prefieren no
tocar esta temática que resulta molestosa para quienes no llevan sangre
autóctona. Mucho menos en “Fiestas Patrias” donde unos reciben gratificación y
aguinaldos mientras muchos peruanos ancestrales de las alturas andinas pasan
hambre y sufren las inclemencias de la estación invernal. Otros países de Asia,
África y Europa también fueron invadidos y colonizados pero recuperaron su
territorio, su autonomía y su derecho de gobernarse a sí mismos. Vietnam,
China, Rusia, países árabes, africanos y hasta la misma España son gobernados
por descendientes autóctonos. En Sudamérica sucede todo lo contrario.
Revisar la cara
oculta de la historia desde una perspectiva diferente quizá nos haga
reflexionar y actuar de otra manera. La Revolución Francesa de 1879, cambió la
historia y su radicalismo generó espanto en todas las monarquías que tuvieron
que aceptar nerviosamente la necesidad de reformar su modelo de gobierno para
sobrevivir antes que el contagio revolucionario las arrase. Una nueva
Constitución republicana como en Francia, era una consigna que recorría toda
Europa. Carlos IV era del rey de España, de la misma dinastía del derrocado rey
francés Luis XV y Luis XVI guillotinado por la revolución.
La monarquía
española trató de recuperar la corona francesa aliándose con su enemiga Gran
Bretaña pero fue derrotada desastrosamente y las tropas francesas ocuparon gran
parte del territorio español, teniendo que ceder la colonia de Santo Domingo a
cambio de la paz. No obstante, en 1796, España hizo alianza con el gobierno
francés, desatando la ira de Gran Bretaña que le declaró la guerra. Las guerras
causaron la ruina de España haciéndola insostenible. En estas condiciones
surgen las ideas independentistas de los virreinatos.
El rey enfermo y
desalentado fue tentado a refugiarse en sus colonias de Sudamérica pero optó
por abdicar en favor de su hijo Fernando VII en 1808. Esta medida fue
desactivada por Napoleón Bonaparte para entonces ya emperador francés. Carlos
IV se exilió en Francia y cedió todos sus derechos a Napoleón, que nombró
emperador a su hermano José. El pueblo español, no aceptó lo dispuesto por
Carlos IV y emprendió la lucha por la independencia de España.
Mientras este
desastre sucedía en España, las colonias en Sudamérica quedaron al abandono
sostenidas solo por la lealtad de los virreyes que enviaban dinero para
socorrer al imperio sumido en el desastre. Ante la incertidumbre, los españoles
instalaron Juntas de Gobierno y lo mismo se hizo en las colonias aunque
tropezaron con la oposición del virrey pues amenazaba su autoridad. En este
intento fracasaron y fueron ejecutados los hermanos Angulo, Pumacahua, Melgar y
otros.
Mientras tanto, las
ideas de la independencia de las colonias habían calado en los españoles
sudamericanos resentidos por la discriminación que sufrían ante los españoles
peninsulares que ocupaban los mejores cargos y privilegios en los negocios. Los
subversivos independentistas siguiendo las ideas de la Revolución francesa y el
ejemplo de las colonias de Norteamérica independizadas de Gran Bretaña, ya se
habían organizado y estaban operando con el apoyo británico a condición de
romper el monopolio español del comercio con las colonias.
Los grupos
revolucionarios independentistas se organizaron militarmente, retornaron a las
colonias y entraron en acción primeramente en los virreinatos de Granada y
Buenos Aires. En este proceso, Chile juró su independencia el 12 de febrero de
1,818 pero quedaba el riesgo de perderla si no se aseguraba la caída del
gobierno realista del Perú, donde no había líderes luchando por la
independencia del virreinato.
Con tal fin,
haciendo gran esfuerzo económico Chile organizó y financió, una Expedición
Libertadora que tenía la misión liberar el virreinato del Perú. Esta expedición
estaba conformada fundamentalmente por argentinos, al mando del general José de
San Martín y se contrató los servicios mercenarios del Almirante inglés Tomás
Cochrane al mando de la armada en las operaciones marítimas.
Fue así como, los
subversivos extranjeros llegaron al Perú y el 15 de julio de 1821 se firmó
el Acta de independencia. Firmaron esta acta: El Conde San Isidro, el Conde de
la Vega del Ren, el Conde de Las lagunas, el Marqués de Villafuerte, el Marqués
de Monte Alegre, el Conde de Torreblanca, el Conde de Vista Florida, el Conde
de San Juan de Lurigancho, el Marqués de Corpa, el Marqués de Casa Dávila.
Y también, otros
miembros del entorno aristocrático y terratenientes tales como: Xavier de Luna
Pizarro, José de la Riva Agüero, Manuel Agustín de la Torre, Tomás e Ignacio
Ortiz de Cevallos, Antonio Boza, Hipólito Unanue, José y Miguel de la Puente,
Manuel A. Colmenares, Luis A. Naranjo, Mateo de Pro, Lorenzo Zárate, Francisco
Moreyra y Matute, Manuel y José Ferreyros, Francisco Xavier Mariátegui, Antonio
de Bedoya, José Pezet, Pedro Olaechea, Manuel Tudela, Agustín de Vivanco,
Toribio de Alarco y otros cuyos apellidos que aún hoy resuenan en nuestros
oídos, porque siempre estuvieron en el gobierno republicano. Aun hoy se
conservan muchos de esos nombres en los terrenos urbanizados del conde de San
Isidro, San Juan de Lurigancho, Zárate, Pro, Matute, Monte Alegre, etc.
La representación de
la población nativa, verdaderos dueños del territorio fue omitida totalmente, a
pesar de haber derramado su sangre en la lucha por la independencia de su
patria durante todo el coloniaje. El primer Congreso Constituyente de la
República de 1822 estuvo conformado inicialmente por 53 representantes,
llegando hasta 91 diputados en 1825, de los cuales 78 eran nacidos en el Perú y
todos económicamente pudientes, conforme a las normas eleccionarias. 28
diputados eran abogados aristócratas y 26 sacerdotes del alto clero. Presidente
de la Junta Gubernativa fue designado el ex general realista José La Mar, que
tampoco era peruano.
Es así que,
declarada la independencia se comisionó la búsqueda de un rey para el Perú para
traerlo de Europa y se estableció la nobleza para la corte del emperador con el
nombre de la “Orden del Sol”. Como miembros de esta nobleza fueron
considerados: Bernardo O`Higgins, Juan García del Río, Bernardo Monteagudo,
Hipólito Unanue, Tomás Guido, Gran Mariscal Gregorio de las Heras, Gran
Mariscal Juan Antonio Alvarez de Arenales, Toribio de Luzuriaga, el Marqués de
Torre Tagle, el Conde del Valle Oselle y algunos militares más de alta
graduación.
De la aristocrática
“Orden del Sol” salieron los primeros gobernantes de la nueva república. El
predilecto de virreyes, Dr. Hipólito Unanue, terrateniente de Cañete y fundador
de la Orden del Sol, que había estado en el campo enemigo pasó a ser Ministro
de Hacienda llegando a ser presidente del Consejo de Gobierno. Otros miembros
de la aristocracia colonial también pasaron a dirigir la naciente república y
han pasado a la historia como próceres de la independencia.
El hijo del Conde de
San Juan de Lurigancho, Diego Aliaga, quien fuera teniente del regimiento de la
nobleza colonial, capitán de la Guardia del Virrey Abascal y del virrey Joaquín
de la Pezuela, regidor del cabildo de Lima, pasó a ser Consejero de Estado y en
1823 Vicepresidente de la República. El Dr. Manuel Pérez de Tudela, regidor
realista, pasó a ser congresista constituyente en 1922 y, ministro vocal de la
Corte Suprema. El Conde de Torre Velarde, que había sido regidor del Cabildo
realista en 1813, gobernador del Cercado en 1821, pasó a ser Vocal de la Corte
Suprema de Justicia. El Conde de la Vega del Ren, José M. Vásquez de Acuña,
pasó a ser Consejero de Estado.
Así también, la
oficialidad de la fuerza armada realista ligada a la aristocracia colonial copó
los altos mandos de la nueva fuerza armada de la naciente república. De ser
militares realistas, defensores del régimen virreinal y enemigos de la causa
libertadora, se convirtieron de pronto en militares “patriotas”. El Mariscal de
Campo, Marqués de Montemira, que al proclamarse la independencia ejercía el
cargo de gobernador, designado por La Serna, pasó con el grado de teniente
General, siendo más tarde Vicepresidente del Consejo de Estado.
Sobre esta base
social se fue erigiendo el nuevo poder dominante de la República del Perú.
Ellos coparon el Poder Legislativo, Poder Ejecutivo, Poder judicial y la nueva
Fuerza Armada Republicana. El virreinato del Perú tenía 8 intendencias y 56
partidos (zonas). Cada ciudad tenía un Cabildo o Ayuntamiento con sus alcaldes
y regidores. La finalidad de este ordenamiento territorial era controlar mejor
el régimen de expoliación y recaudación de los tributos impuestos a la
población nativa.
Al crearse la
República del Perú, las intendencias tomaron el nombre de Departamentos
geográficos y el intendente pasó a llamarse Prefecto. El intendente había sido
el representante del virrey en cada intendencia pero continuaron como prefectos
representando al presidente de la república en cada departamento. En las
provincias era el sub prefecto y en los distritos eran los gobernadores. Los
ayuntamientos tomaron el nombre de municipalidades pero mantuvieron los cargos
de Alcalde y regidores, que eran ejercidos por los “notables” de cada ciudad,
que en la práctica eran los mismos colonialistas aristócratas del virreinato.
Como es fácil
deducir, el mismo ordenamiento territorial del virreinato, cuya finalidad era
el sometimiento de la población colonizada, siguió rigiendo en la República. Y
los mismos colonialistas y sus descendientes siguieron manejando este sistema
administrativo. Sin embargo, el proceso de alienación nos ha hecho perder de
vista esta situación y tenemos otro concepto de lo que ha venido sucediendo en
nuestro país.
Ahora que la cloaca
del régimen vigente nos muestra la podredumbre generalizada de la república que
fundaron los descendientes de conquistadores y colonialistas, quizá sea buen
momento para meditar sobre esta temática y tal vez los peruanos ancestrales
luchen por recuperar la conducción de su heredad. Lo que viene sucediendo con
gran escándalo en la administración de justicia y en la administración política
no es pasajero. Es un producto social estructural. Actuar sobre el producto
terminado no resolverá el problema estructural. Mucho más que las simples reformas
institucionales lo que se necesita es remover los cimientos para construir una
nueva república, libre de virus sociales, con una nueva democracia equitativa.
Salvo mejor parecer.
VELASCO ALVARADO
Y LA SEGUNDA EMANCIPACIÓN
La idea de que se estaba luchando por una “nueva” o ”segunda” emancipación se convertiría en una presencia constante en el discurso oficial del régimen velasquista: una y otra vez los peruanos escuchaban o leían que el gobierno revolucionario estaba conquistando la «segunda independencia» de la patria: la primera había sido proclamada el 28 de julio de 1821 y consolidada el 9 de diciembre de 1824, luego de la batalla de Ayacucho contra las tropas leales a España. El corolario era, naturalmente, que la «primera» independencia no había sido completa, que no había satisfecho las expectativas y necesidades de la mayoría de peruanos y que para conseguir una auténtica y definitiva liberación nacional hacía falta ejecutar una serie de cambios estructurales radicales.
…
La independencia, sugirió Velasco, fue una «gesta heroica que nos hizo libres» y la «culminación parcial de un viejo proceso liberador hondamente enraizado en el sentir de nuestro pueblo». Esa «primera independencia», sin embargo, fue «una gran conquista histórica inconclusa», puesto que las condiciones vida de la mayoría de los peruanos no cambiaron:
“El pueblo auténtico del Perú, en mucho gestor del aliento que hizo posible la liquidación de la colonia, no fue el verdadero beneficiario de la victoria independentista. Continuó siendo un pueblo explotado y misérrimo, cuya pobreza fue el sustento final de la inmensa fortuna de quienes, en realidad, fueron los herederos de la riqueza y del poder que antes en gran parte estuvieron en manos extranjeras”.
El pueblo peruano, agregó, «fue el triunfador silencioso, olvidado y anónimo, de una batalla histórica dada en su nombre». Velasco, en suma, veía la independencia como una obra trunca y una promesa no cumplida.
…
En el discurso pronunciado con ocasión de la nacionalización del petróleo, el general Velasco habló fuerte y claro: «El Gobierno Revolucionario, enarbolando la bandera de la nueva emancipación, ahora y para siempre, pone en los labios de cada peruano la vibrante expresión de nuestro himno: Somos libres, seámoslo siempre»
(Extractos del artículo ¿La segunda liberación? El nacionalismo militar y la conmemoración del sesquicentenario de la independencia peruana.
La idea de que se estaba luchando por una “nueva” o ”segunda” emancipación se convertiría en una presencia constante en el discurso oficial del régimen velasquista: una y otra vez los peruanos escuchaban o leían que el gobierno revolucionario estaba conquistando la «segunda independencia» de la patria: la primera había sido proclamada el 28 de julio de 1821 y consolidada el 9 de diciembre de 1824, luego de la batalla de Ayacucho contra las tropas leales a España. El corolario era, naturalmente, que la «primera» independencia no había sido completa, que no había satisfecho las expectativas y necesidades de la mayoría de peruanos y que para conseguir una auténtica y definitiva liberación nacional hacía falta ejecutar una serie de cambios estructurales radicales.
…
La independencia, sugirió Velasco, fue una «gesta heroica que nos hizo libres» y la «culminación parcial de un viejo proceso liberador hondamente enraizado en el sentir de nuestro pueblo». Esa «primera independencia», sin embargo, fue «una gran conquista histórica inconclusa», puesto que las condiciones vida de la mayoría de los peruanos no cambiaron:
“El pueblo auténtico del Perú, en mucho gestor del aliento que hizo posible la liquidación de la colonia, no fue el verdadero beneficiario de la victoria independentista. Continuó siendo un pueblo explotado y misérrimo, cuya pobreza fue el sustento final de la inmensa fortuna de quienes, en realidad, fueron los herederos de la riqueza y del poder que antes en gran parte estuvieron en manos extranjeras”.
El pueblo peruano, agregó, «fue el triunfador silencioso, olvidado y anónimo, de una batalla histórica dada en su nombre». Velasco, en suma, veía la independencia como una obra trunca y una promesa no cumplida.
…
En el discurso pronunciado con ocasión de la nacionalización del petróleo, el general Velasco habló fuerte y claro: «El Gobierno Revolucionario, enarbolando la bandera de la nueva emancipación, ahora y para siempre, pone en los labios de cada peruano la vibrante expresión de nuestro himno: Somos libres, seámoslo siempre»
(Extractos del artículo ¿La segunda liberación? El nacionalismo militar y la conmemoración del sesquicentenario de la independencia peruana.
En
el libro LA REVOLUCIÓN PECULIAR. REPENSANDO EL GOBIERNO MILITAR DE VELASCO. Ed.
IEP, Lima, 2018 pp, 41 y ss.
“El ritual cívico más
olvidado ha sido la propia jura de la independencia”.
Por: Cecilia Méndez G. LA REPUBLICA 28JUL20
Cada 28 de julio la prensa acude a los historiadores para
que ofrezcan una perspectiva histórica del momento conmemorativo, casi como un
rito, o una tarea que les toca hacer. Las diarios se visten de banderas, de
figuritas de héroes, de anécdotas, los locutores de los noticieros lucen
escarapelas, izamos la bandera. Ojalá, me digo, que esas banderitas de ocasión
sirvan al menos para poner algo
La ritualización colectiva da sentido e identidad a una colectividad. Como lo estudian la antropología y la sociología, las sociedades se cohesionan con ritos. Pero la ritualización irreflexiva de la nación puede llevar a que estos sentidos se pierdan. O, peor, que se olviden y distorsionen los propios hechos que son materia de conmemoración, y que se instalen otros que nada tienen que ver con aquellos.
En el caso nuestra independencia, el hecho más olvidado es también el más importante: que fue una revolución. Así la experimentaron y la llamaron quienes vivieron el momento, y hasta años después. Así llaman otros países del continente a sus procesos de independencia. ¿Por qué nosotros no? Las revoluciones subvierten ideas y conceptos, rebautizan lugares, cuentan el tiempo nuevo en calendarios revolucionarios. Así lo hicieron los revolucionarios del Cuzco en 1814, una de las revoluciones más olvidadas de nuestro proceso de independencia. Ellos proclamaron 1814 como "el año primero de la libertad", y así lo siguieron llamando, veinte años después, los campesinos de San Miguel, en Ayacucho, que pedían exoneración tributaria en medio de la guerra civil que devastaba sus campos en 1834, diciendo que habían dado su sangre por la patria "desde el año 14". En Lima, el 15 de julio de 1821, después de la firma de la declaración de independencia por el cabildo, una multitud "destrozó el busto y armas del rey a la plaza, […] a patadas", como cita el historiador Pablo Ortenberg de una fuente de la época. Años antes, en 1813, y como reacción a un decreto de las Cortes de Cádiz que abolía el Tribunal de Inquisición, una multitud saqueó dicho local en Lima, y se dedicaron sátiras, y un hasta "epitafio", a ese centro de torturas oficial.
Con los años, los actos irreverentes dieron paso a ceremonias acartonadas, misas solemnes, y un desfile militar que poco tiene que ver con el ejército que consiguió la independencia. Lima, rebautizada como "La Ciudad de los Libres" volvió a ser "La Ciudad de los Reyes". Y una parte de "El Pueblo los Libres" revirtió a su antiguo nombre de hacienda, Magdalena. La Plaza Independencia volvió a ser la Plaza de Armas.
Pero el ritual cívico más olvidado ha sido la propia jura de la independencia. Esta tuvo lugar en Lima el 29 de julio de 1821, al día siguiente de la proclama de San Martín, y luego en muchas otras ciudades y pueblos. San Martín sabía que, sin la jura, su proclama de independencia no podía tener legitimidad, porque ella se hacía "en nombre de la voluntad de los pueblos"; por la jura, el pueblo se comprometía activamente a defender la independencia. Como lo dice la Gaceta del Gobierno de Lima Independiente: "cada individuo de las corporaciones, así eclesiásticas como civiles" se comprometía a "sostener y defender con su opinión, persona y propiedades, la INDEPENDENCIA DEL PERU del gobierno español y de qualquiera otra dominación extrangera" (mayúsculas del original).
Tal vez defender la independencia de la dominación extranjera suene muy radical para estos tiempos. Pero igualmente radical fue el nuevo lenguaje político republicano que se inauguró con dicha revolución, y que incluye ideas que ocasionaron, y siguen ocasionando, resistencia, como lo es la igualdad ante la ley. Pero, si alguna responsabilidad cívica tenemos los historiadores, es una tarea de memoria de cara al presente.
La ritualización colectiva da sentido e identidad a una colectividad. Como lo estudian la antropología y la sociología, las sociedades se cohesionan con ritos. Pero la ritualización irreflexiva de la nación puede llevar a que estos sentidos se pierdan. O, peor, que se olviden y distorsionen los propios hechos que son materia de conmemoración, y que se instalen otros que nada tienen que ver con aquellos.
En el caso nuestra independencia, el hecho más olvidado es también el más importante: que fue una revolución. Así la experimentaron y la llamaron quienes vivieron el momento, y hasta años después. Así llaman otros países del continente a sus procesos de independencia. ¿Por qué nosotros no? Las revoluciones subvierten ideas y conceptos, rebautizan lugares, cuentan el tiempo nuevo en calendarios revolucionarios. Así lo hicieron los revolucionarios del Cuzco en 1814, una de las revoluciones más olvidadas de nuestro proceso de independencia. Ellos proclamaron 1814 como "el año primero de la libertad", y así lo siguieron llamando, veinte años después, los campesinos de San Miguel, en Ayacucho, que pedían exoneración tributaria en medio de la guerra civil que devastaba sus campos en 1834, diciendo que habían dado su sangre por la patria "desde el año 14". En Lima, el 15 de julio de 1821, después de la firma de la declaración de independencia por el cabildo, una multitud "destrozó el busto y armas del rey a la plaza, […] a patadas", como cita el historiador Pablo Ortenberg de una fuente de la época. Años antes, en 1813, y como reacción a un decreto de las Cortes de Cádiz que abolía el Tribunal de Inquisición, una multitud saqueó dicho local en Lima, y se dedicaron sátiras, y un hasta "epitafio", a ese centro de torturas oficial.
Con los años, los actos irreverentes dieron paso a ceremonias acartonadas, misas solemnes, y un desfile militar que poco tiene que ver con el ejército que consiguió la independencia. Lima, rebautizada como "La Ciudad de los Libres" volvió a ser "La Ciudad de los Reyes". Y una parte de "El Pueblo los Libres" revirtió a su antiguo nombre de hacienda, Magdalena. La Plaza Independencia volvió a ser la Plaza de Armas.
Pero el ritual cívico más olvidado ha sido la propia jura de la independencia. Esta tuvo lugar en Lima el 29 de julio de 1821, al día siguiente de la proclama de San Martín, y luego en muchas otras ciudades y pueblos. San Martín sabía que, sin la jura, su proclama de independencia no podía tener legitimidad, porque ella se hacía "en nombre de la voluntad de los pueblos"; por la jura, el pueblo se comprometía activamente a defender la independencia. Como lo dice la Gaceta del Gobierno de Lima Independiente: "cada individuo de las corporaciones, así eclesiásticas como civiles" se comprometía a "sostener y defender con su opinión, persona y propiedades, la INDEPENDENCIA DEL PERU del gobierno español y de qualquiera otra dominación extrangera" (mayúsculas del original).
Tal vez defender la independencia de la dominación extranjera suene muy radical para estos tiempos. Pero igualmente radical fue el nuevo lenguaje político republicano que se inauguró con dicha revolución, y que incluye ideas que ocasionaron, y siguen ocasionando, resistencia, como lo es la igualdad ante la ley. Pero, si alguna responsabilidad cívica tenemos los historiadores, es una tarea de memoria de cara al presente.
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