LECTURAS INTERESANTES Nº 937
LIMA
PERU 5 ENERO
2020
EL PERÚ LEGAL
y el PERÚ REAL
EL ABISMO QUE SEPARA AL PERÚ
ATAVIADO CON UNA TÚNICA LEGAL, DEL PERÚ REAL
Por Jorge
Rendón Vásquez. (5/1/2020)
S
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i se le observa desde fuera, con los anteojos de la
legalidad, al Perú se le ve como una democracia representativa, sustentada en
una Constitución Política y en las leyes e instituciones dimanadas de ella.
Se podría decir que su gobierno es del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo; y que la sociedad, como supremo poder mandante,
dispone de un poder Ejecutivo, un poder Legislativo y un poder Judicial, y de
instituciones de apoyo: los órganos electorales, el Banco Central de Reserva,
la Contraloría General de la República, el Tribunal Constitucional, el
Ministerio Público, la novísima Junta Nacional de Justicia, la Defensoría del
Pueblo, amén de los gobiernos regionales y las municipalidades. Todo, casi perfecto.
Si nos quitamos esos anteojos caleidoscópicos y volvemos
a posar la mirada en cada una de esas entidades a la luz del Sol (el gran astro
que nos confiere la vida y no nuestro signo monetario) las veremos cómo
realmente son: conjuntos de personajes llegados allí por el voto de electores
alienados por una pésima educación y la manipulación por los medios de prensa,
o nombrados por sus vinculaciones políticas, familiares, amicales o de mafia;
personajes sin méritos, anodinos, locuaces, oportunistas y desvergonzados, que
fungen el cumplimiento de sus obligaciones, aplicando las leyes a su manera y
en provecho de sus allegados, pero en contra de quienes tienen realmente
derecho.
Hay, sin duda, políticos y funcionarios que se ajustan a
la ley en el ejercicio de sus funciones, pero no llegan a prevalecer sobre los
otros.
Zorro de arriba y zorro de abajo |
La burocracia electiva o designada, segmento de la clase
profesional insurgente, se rige además por ciertas normas no escritas, de raíz
consuetudinaria, sólidamente establecidas: la tendencia al burocratismo y la
arbitrariedad, asegurada por la ausencia de normas sancionadoras, o, de
haberlas, trabadas por procedimientos interminables y la complicidad de los
llamados a aplicarlas; y la facultad de pagarse los sueldos y sumas adicionales
que quieran con los ingresos del Estado que manejan como cosa propia. Para no
pocos, entre ellos, es normal también tomar como cohechos una parte de las
cantidades materia de los procedimientos administrativos y los procesos
judiciales, y de las sumas destinadas al pago de las obras públicas y las
adquisiciones del Estado, etc.
Y, ahora, una pregunta, como al desgaire: el pueblo, el
de abajo, ¿cómo reacciona frente a todo esto?
De entrada, se podría decir, con indiferencia y
resignación, como en los siglos XIX y XX, aunque son los eternos damnificados,
sobre todo los hombres y mujeres de las clases trabajadoras, los sujetos del
Perú real cuya piel arrancan todos los días los titulares del Perú oficial. Un
político de comienzos del siglo XX se dirigía a ellos, llamándolo: “Pueblo
sufrido y aguantador”.
Para estas mayorías, en su mayor parte mestizas e indias,
los conflictos políticos y jurídicos de los que son parte el Estado o las
clases dominantes, siguen siendo, como en el pasado, “pleitos de blancos”. Sólo
se alarman cuando les tocan ostensiblemente algún bien o beneficio del que
disponen personalmente.
La reacción viene, por lo general, de otros grupos con
mayor poder económico y cultura y con capacidad de indignación, los que se
alzan como el telón de fondo del país, y comienzan a criticar y a
sensibilizarse con los escándalos de la arbitrariedad y la corrupción. Y, en
estos casos, no falta en los grupos de poder político, otros más reducidos o
algunos de sus epígonos que, movidos por la rivalidad o la ocasión, se
convierten en actores de la condena que, puede propagarse a grupos más vastos,
por lo general de jóvenes, que se suman entonces a la desaprobación,
estimulados por la actitud de alguien con poder o liderazgo.
Lo hemos visto en el Perú.
Todos los presidentes y sus adláteres de confianza desde
1985 han terminado enjuiciados por corrupción, sin atenuantes, todo un récord
mundial. No causaron un problema de hacinamiento en las cárceles, porque estas
son para los otros, los del pueblo. Les habilitaron hospedajes dorados.
En el siglo XX y las dos décadas que lo continúan, sólo
dos personajes se lanzaron contra la corrupción por motivaciones diferentes:
Juan Velasco Alvarado y Martín Vizcarra Cornejo.
Velasco fue al fondo del problema: por su origen,
formación y lo que había visto. Destrozó los cerrajes del Perú legal y enfrentó
resueltamente las graves contradicciones del Perú real, conjugando las ideas de
progreso material y redistribución de la riqueza nacional. Y lo hicieron
limpiamente, él y los militares y civiles que lo acompañaron. No faltan, sin
embargo, quienes articulan por ahí, tirando la piedra y escondiendo la mano,
que hubo casos de corrupción, sin decir cuáles fueron ni probar que los hubo.
Ya se sabe que para la oligarquía es artículo de fe atacar a Velasco y sus
realizaciones y acoger en las páginas de sus medios a cuantos quieran hacerlo,
de la derecha, el centro y la pretendida izquierda.
Hace algunos meses, recibí una llamada telefónica de
alguien que deseaba adquirir mi reciente libro El capitalismo, una historia
en marcha… hacia otra etapa. Le señalé una fecha y vino a verme con un
amigo: eran dos sociólogos de la PUCP que, calculo, estaban sobre los treinta
años. Todo anduvo bien en la conversación hasta que llegué al tema de Velasco.
Los vi palidecer, se levantaron de las sillas sin despedirse y salieron
despavoridos. Los libros se quedaron sobre el escritorio.
Martín Vizcarra Cornejo, un ingeniero de Moquegua,
burgués de provincia, ha de haberse sentido en la gloria cuando Pedro Pablo
Kuczynski le propuso acompañarlo como candidato a la primera vicepresidencia en
las elecciones de 2016, y su júbilo ha debido llegar más arriba cuando esta
fórmula se impuso a la favorita, Keiko Fujimori, por 0.24%, casi nada en
porcentaje, pero mucho como indicación de que el Perú real y digno repudiaba a
una dinastía peligrosa. Es ya historia pasada que el gobierno de esa mujer
desde la sombra y su mayoría legislativa, reforzada por los cinco
representantes del Apra y otros, decidió expulsar a Kuczynski sin éxito. Y
cuando este tuvo que irse de todos modos y fue reemplazado en la presidencia
por Vizcarra continuó su campaña contra este para destituirlo.
El inesperado y demoledor contrataque de Vizcarra fue
justificado como el repudio a la corrupción y alcanzó largamente la aprobación
del Perú real en el referéndum de diciembre de 2018. Vizcarra se mantuvo con la
guardia en alto, y a fines de setiembre de 2019 disolvió el Congreso de la
República, que se había convertido en un antro de inutilidad. El Perú real
continuó aprobándolo.
Es evidente que la corrupción no ha sido eliminada con
esas medidas.
El poder empresarial que la ha promovido no se corregirá
de la noche a la mañana y, tal vez, nunca.
¿Están las mayorías del Perú real motivadas para cambiar
tal estado de cosas?
En las próximas elecciones habrá ciudadanos que voten por
los partidos tradicionales, por los conglomerados de aventureros e, incluso,
por aquellos protagonistas de la corrupción, por sumisión partidaria,
complicidad, ignorancia o alienación. ¿Cuántos votarán por los grupos de la
llamada izquierda inscrita?
Es esta la otra faz del Perú real.
Erradicar la túnica que disfraza al Perú legal para
alcanzar la compatibilidad del Perú real con una nueva expresión legal tendrá
que ser la tarea principal de la ideología. No hay otro camino. ▒
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