Tomado
de una publicación colgada en Facebook
por Ángel Gabriel Apaza
D
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espués de
la noticia que conmocionó semana santa, no se detienen las aplanadoras
mediáticas en victimizar al ex presidente, al “doctor”, al líder aprista. La
APRA tiene legítimas razones para lamentar su desaparición, porque sin Alan
García le quedan pocas posibilidades de remontar el 3% de votación. Los dueños
del poder económico, que son los únicos que le importaron, pierden un socio de
valor que custodió sus intereses y compartió dividendos con ellos. Además,
pierden un fiel guardián del orden establecido.
Alan García se las jugó por defender el llamado “estado de derecho”, la institucionalidad, el orden constitucional. Nunca puso en duda los mecanismos judiciales a la hora en que sus enemigos eran los acusados e investigados. Cuando la propia maquinaria jurídico-política no se subordinó a sus intereses, la cuestiona. Y no solo cuestiona, sino que se suicida para que sus investigadores carguen con un sentimiento de culpa fariseo.
Alan García se las jugó por defender el llamado “estado de derecho”, la institucionalidad, el orden constitucional. Nunca puso en duda los mecanismos judiciales a la hora en que sus enemigos eran los acusados e investigados. Cuando la propia maquinaria jurídico-política no se subordinó a sus intereses, la cuestiona. Y no solo cuestiona, sino que se suicida para que sus investigadores carguen con un sentimiento de culpa fariseo.
Los
apristas tienen una tradición de lucha que fueron perdiendo desde la
convivencia con Prado y el pacto infame con Odría. Después del autoexilio en la
embajada de Colombia, Haya de la Torre declinó banderas ante el imperio
norteamericano. Renunció la APRA a su programa antioligárquico, antifeudal y
antiimperialista, y se convirtió en el fiel guardián anticomunista. Pero esa
tradición de lucha los acompañaba al menos como discurso: el martirologio
aprista, la persecución, las torturas, la carcelería y el destierro. Los
mártires de Chan-chan, el Búfalo Barreto, Tello Salavarría, todo un panteón que
bien puede atesorar la memoria del pueblo, más allá de las fronteras
partidarias.
La conducta de Alan García no encaja en el perfil axiológico de los mártires apristas de antaño. Un personaje con evidente sobrepeso causado por el buen vivir, sibarítico, epicureísta y ególatra no se resignaría a una simple prisión preventiva. ¿Qué diría Haya de la Torre? En la célebre novela “El Sexto”, de José María Arguedas, resuenan los acordes de la Marsellesa aprista en las mazmorras compitiendo en mística revolucionaria con la Internacional comunista. Ambos partidos, tras las rejas, cantaban sus respectivos himnos con fervor. Eran presos políticos, presos de conciencia, injustamente presos. Alan García no sería jamás un preso político, sino un delincuente común que por las injusticias de este sistema viviría en cárcel dorada, como Fujimori. No hay nada de épico en su detención ni en su frustrada carcelería.
La conducta de Alan García no encaja en el perfil axiológico de los mártires apristas de antaño. Un personaje con evidente sobrepeso causado por el buen vivir, sibarítico, epicureísta y ególatra no se resignaría a una simple prisión preventiva. ¿Qué diría Haya de la Torre? En la célebre novela “El Sexto”, de José María Arguedas, resuenan los acordes de la Marsellesa aprista en las mazmorras compitiendo en mística revolucionaria con la Internacional comunista. Ambos partidos, tras las rejas, cantaban sus respectivos himnos con fervor. Eran presos políticos, presos de conciencia, injustamente presos. Alan García no sería jamás un preso político, sino un delincuente común que por las injusticias de este sistema viviría en cárcel dorada, como Fujimori. No hay nada de épico en su detención ni en su frustrada carcelería.
Tampoco
es épico su suicidio ni reviste los valores de honra e hidalguía que pretenden
achacarle perversos incondicionales. Tal actitud es similar a la que toman los
delincuentes comunes cuando son detenidos: se cortan o pretenden autoeliminarse
para no pisar nuevamente el penal. Se suicida porque no puede probar su
inocencia ante tribunales de un sistema en el cual él creyó y defendió. Su
suicidio viene a confirmar su culpabilidad, es la aceptación tácita de sus
responsabilidades en delitos de corrupción que han engrosado el sólido
patrimonio de la familia García. Recuérdelo, querido lector: ni usted ni yo, a
través del trabajo honrado, obtendremos lo que ellos tienen gracias al delito.
¿Respeto
su dolor?... No. Incluso doña Pilar no es la ex primera dama, sino su cómplice.
Y sus hijos ya pretenden asegurar la sucesión dinástica en la política criolla,
máxime si tienen suficiente caja propia para imponerle al partido su voluntad.
En este
caso, el suicidio de un acusado por corrupción es la fuga más cobarde que se
haya podido planificar en todos sus detalles. Y nos lleva a compararlo con
aquellas desapariciones de narcotraficantes que disfrutaron sus funerales para
luego reaparecer en paraísos de la impunidad donde depositaron sus millones.
Este delincuente que ha auspiciado la violación sistemática de los derechos
humanos durante dos gobiernos y que se ha enriquecido, él y su adolorida
familia, gracias a la corrupción y al narcotráfico, difícilmente tome la fatal
decisión del tiro en la sien. Las irregularidades cometidas y la violación de
protocolos de ley que menudearon a la hora de la detención, del traslado del
herido, de la autopsia e incluso de los funerales (con dos ataúdes, a cajón
cerrado y apresurada incineración) nos remiten a un modelo de autodesaparición
que ya forma tradición en el mundo del crimen organizado. Lo único que lamento
es que otra justicia, por parte del pueblo, no se haya hecho cargo de él.
(Y que los apristas no nos llamen “terroristas” porque eso fue lo que practicó la APRA. Fue el primer partido en ser rotulado como “terrorista” por la prensa oligárquica y el primero también en ser vinculado al narcotráfico desde aquellos años aurorales. Después se volvieron expertos en el terrorismo de estado.)
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