LECTURAS INTERESANTES Nº 839
LIMA PERU
17 AGOSTO 2018
DENEGRI
César Hildebrandt
Tomado de “HIDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 408. 17AGO18
M
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arco Aurelio Denegri pertenecía a la única aristocracia
que ha sobrevivido: la de la cultura.
En nuestro Versalles libresco Denegri era un Luis
XVI tan sabio y proteico como el monarca que sería decapitado para abrirle la
puerta a la modernidad.
He escrito varias veces sobre Denegri, pero esta vez
sé que no me leerá. ¿Se habría molestado el maestro gruñón si yo hubiera
recordado nuestra relación editorial en la vieja “Caretas” de Zileri y Gibson?
Resulta que Denegri me enviaba sus colaboraciones de sexólogo amateur -lo que
incluía grabados cuidadosamente seleccionados- y yo oficiaba de mediador y
editor. A Zileri no le terminaba de agradar el reincidente tema y alguna vez
postergó la publicación de esos textos. Y tengo que decir que a mí me eran
indiferentes porque pensaba, como un salvaje, que el sexo teórico era una
erudición inútil. No había llegado a Bataille ni a Reich ni había superado mi
etapa de cazador y recolector.
Tampoco me gustaba que Denegri fuera gallero de
navaja y grito -imaginarlo en el coliseo Sandia me deprimía enormemente- y que
se permitiera el populismo de acreditar el cajón como si de un instrumento genial
se tratara. Y jamás leí su revista “Fáscinum” porque, entre otras cosas, no
creía que aquello de los lotos dorados tuviese un origen erótico y una
finalidad fetichista. Me parecían, sencillamente, crueldades machas de chinos
mandarines.
Pero siempre admiré a Denegri. Y, por supuesto,
envidié sus privilegios de misterioso rentista. Soñaba con tumbarme, como él, a
leer sin preocuparme del trabajo nutricio y la quincena salvadora -algo que
había podido hacer durante los años de adolescente y aprendiz de periodista-.
César Lévano, entrevistado por Paco Moreno, ha
recordado generosamente en un libro al lector sonámbulo que fui (y sigo siendo).
Pero en materia de disciplina lectora y tiempo para ejercerla yo era un
calichín respecto de ese lectófago monstruoso que era Marco Aurelio. Fue
después que Denegri se apartó, felizmente, de la sexología. Mujeres idiotas
de acento tropical llenarían ese vacío en la TV y las radios exitosas.
Y fue ahí cuando pudimos disfrutar del Denegri
poliédrico que gozaba provocándonos. Era lingüista arrebatado sin ser lingüista,
y diccionarista sin ser lexicógrafo, y neologista temerario sin ser
académico. Y hacía de corrector universal de sandeces escritas y consagradas y
sólo por esa tarea hubiera debido de tener un programa diario. O dos.
Era, además, encantadoramente antipático. No se
hubiera congraciado ni con su abuela y tenía una relación helada con el éxito.
Algo en sus gestos huidizos, sin embargo, me decía que detrás de ese templario
del humanismo se escondía un hombre frágil necesitado de calidez. Su letrado
cinismo sobre los sentimientos y el amor era parte de un personaje que él había
fabricado para ahuyentar las tentaciones. Llegó a ser, en mi modesta opinión,
un romántico fallido con rasgos de misoginia.
Pero vaya que sí fue un gran tipo. Un gran tipo sin
reemplazo. Uno menos en el elenco de gente que vale la pena. Me habría
gustado creer en el más allá para imaginarlo en alguna parte, bajo la sombra
de un árbol, leyendo el tomo enésimo de una colección titulada “Enciclopedia
universal de la estupidez humana”. ▒
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