viernes, 6 de julio de 2018

COYUNTURA POLITICA PERUANA


 LECTURAS INTERESANTES Nº 834
LIMA PERU            6 JULIO 2018
¿CONFLICTO INTERNO?
César Hildebrandt
Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 404, 6JUL18 p.12
¿
Vivimos un conflicto interno los peruanos?
Eso dicen algunos.
Yo no lo creo.
Conflicto interno fue el español de 1936, cuando el país y las fuerzas arma­das se dividieron en dos bandos irreconci­liables que imaginaron la muerte del otro como única solución posible.
Fue guerra civil la de los Estados Unidos, cuando en 1861 once estados del sur pro­firieron su independencia y escindieron el país en nombre de la esclavitud como factor de la productividad.
En 1994 Ruan­da vivió un conflic­to interno después del asesinato de su presidente, cuyo avión fue derribado a punta de misiles.
Fue la guerra entre la mayoría hutu y la minoría tutsi, privi­legiada esta última por los colonos ale­manes y belgas su­cesivamente. Fue el odio étnico puro y desatado y costó un millón de muertos, la mayor parte tutsis y hutus modera­dos.

Conflicto interno fue el que padeció Irlanda con la domi­nación brutal de Inglaterra. Hubo en esa guerra religión, resentimiento y 700 años de historia embalsada.
Guerra civil de perfil bajo fue la de Nica­ragua, cuando el neosandinismo de Tomás Borge y Carlos Fonseca Amador enfrentó la cleptocracia asesina de Anastasio Somo­za Debayle. Y fue conflicto interno el que terminó en el derrocamiento del gobierno pronorteamericano de Fulgencio Batista en Cuba. Del mismo modo que conflicto inter­no puede llamarse al que expresa la guerri­lla tamil en Sri Lanka, al que terminó en la independencia de Bangladés en 1971, al que padeció Georgia en la guerra con Rusia por el dominio de Osetia del Sur y Abjasia, al que padece Siria desde el año 2011.
En todos esos episodios hay un asunto demográfico, un dominio cultural no acep­tado, una distribución injusta del poder, una reivindicación pendiente de clanes y culturas, una dictadura sanguinaria, un re­lativo consenso que eligió la violencia como alternativa. Así fueron los conflictos inter­nos que terminaron en la independencia de los países sometidos al dominio imperial, desde los Estados Unidos de América hasta los países de América del Sur, pasando por la India, el Congo, Argelia o Vietnam.
El Perú de 1980 no encaja con esa des­cripción. En todo caso, la dictadura mili­tar había terminado y el país ensayaba una transición hacia una democracia mostrenca que en ningún caso podía ser tomada como régimen de opresión.
Leyendo libros como el de Lurgio Gavilán -“Memorias de un soldado desconocido”- uno puede sumergirse, guiado por la mano más confiable, en la abyección senderista y en su “maoísmo” de pesadilla.
Gavilán llega a los 12 años a Sendero y lo primero que le enseñan es a matar. Tal parece que la prioritaria di­rectiva de Guzmán y de los comisarios ayacuchanos de su ejército era que los reclu­tas -mientras más jóvenes, mejor- se enamorasen de la muerte, la entendiesen como un destino glorioso, como un placer disciplina­rio, como una purga inacabable. Por eso es que Gavilán no sólo ve morir a autoridades y a presuntos gamonales sino que asiste ¡ la muerte banal de sus propios compañeros, en algunas de cuyas ejecuciones participa activamente. El senderismo mata a su gen­te por no entregar completo el breve botín obtenido compulsivamente en las comuni­dades o por tardarse unos días en el retorno a la base después de unas vacaciones. Ni si­quiera es la maldad desmedida. Es la guerra soñada por un esquizofrénico. Es el desmán como filosofía y práctica.
Sendero no quería reivindicar al campe­sino andino. Quería eviscerarlo, esclavizar­lo, desalmarlo. No quería la dignidad de los oprimidos sino su conversión en zombis que obedecieran los imperativos del Armagedón. Que­ría un gran incen­dio que regresara a los peruanos del campo a la era de cazadores y reco­lectores. No
aspi­raba al socialismo sino a un virreinato mutante en donde él sería, con el en­torno de idólatras que lo rodeaba, un vicario del peor Stalin.
No vivimos una guerra interna. Su­frimos la agresión de un maoísmo ignaro que sólo pudo tener adeptos don­de la ingenuidad y la desesperanza se juntaron. Y, fatalmente, en muchas regiones del país la ingenuidad y la desesperanza siguen juntas.
Que esa agresión fuese reprimida muchas veces con excesos y crímenes cuya ma­lignidad competía con la del enemigo, no convierte en “conflicto interno” los años dedicados a erradicar del país el voluntarismo armado del señor Guzmán. Sin los errores siniestros de Belaunde y su gabinete la “guerra” de Sende­ro habría quedado confinada a Ayacucho. La tardanza en darles a las rondas campesi­nas el papel que exigían fue fatal. La guerra sucia desatada por el general Clemente Noel Moral hizo lo suyo. Pero ni siquiera eso alcanza para llamar “conflicto interno” a lo que tuvimos que sufrir.



No hay comentarios:

Publicar un comentario