LECTURAS
INTERESANTES Nº 786
LIMA – PUNO - PERU
27 OCTUBRE 2017
TERAPIA DEL ESCEPTICISMO
César
Hildebrandt
Tomado
de HILDEBRANDT EN SUS TRECE” Nº 370, 27OCT17 p 12
“El
hombre es un abismo”, dice Cioran. No es que sea necesariamente malo: es que
es un error, un mamífero con demasiadas pretensiones, una víspera de variadas
catástrofes. “Yo creo en la catástrofe final”, vuelve a decir Cioran, y añade
que no sabe qué forma adoptará pero que sí está seguro de su inevitabilidad.
Ese final da anticipos, en todo caso. Un día, ante un descomunal atasco de
tránsito en París, Cioran vio la advertencia y se la comunicó a un amigo, un
filósofo optimista: “El hombre creó el coche para ser independiente y libre.
Ese es el sentido del coche y mira en qué ha acabado”. La metáfora del tránsito
colapsado, de las calles intoxicadas, de los conductores secuestrados en sus
cabinas, es la del fracaso del proyecto sobre la felicidad tecnológica. “Todo
lo que el hombre emprende acaba en lo opuesto de lo que había concebido. Toda
la historia tiene un sentido irónico”, dice Cioran.
La
historia. El vocablo suena demasiado solemne para lo que es, en el fondo, una
sucesión de masacres, un vertedero de cadáveres, una inmensa mentira que
convierte a seres humanos espantosos en héroes y estadistas olímpicos y a otros
seres humanos igualmente espantosos en infames de antología. Estos últimos son
los que, por lo general, perdieron en las guerras.
Veamos
el caso del mariscal Philippe Petain. Sobre él, hay dos versiones: el héroe de
la batalla de Verdùn, el mariscal totémico de la primera guerra mundial, de un
lado; y del otro, el Judas que se dejó seducir por los nazis para crear un
gobierno títere en Vichy, el anciano traidor.
Pero en
“La vejez”, ese libro implacable, Simone de Beauvoir nos recuerda las crueldades del Petain de 1914 y cita al
también mariscal Marie Émile Fayolle para reconstruir esta escena espantosa:
Petain enviando al frente de batalla, como carne de cañón rumbo a las
trincheras alemanas de 1915, a 25 soldados franceses que se habían
autolesionado severamente para no seguir combatiendo (algunos de ellos se
habían disparado en una mano). Tenían que elegir entre la muerte por
fusilamiento o la muerte por munición del enemigo. ¿Hay un abismo moral entre
un hombre de estas características y el que congenió con la invasión alemana de
1940? Ninguna. Y, sin embargo, la historia maniquea traza dos Petain
presuntamente irreconciliables.
Carlos
Marx, el ideólogo de la indignación proletaria, el abogado social de los
débiles que, reunidos, cambiarían el mundo, no dudó en olvidarse de su esposa,
Jenny von Westphalen, para tumbarse en el lecho de la muchacha de servicio de
la casa, Lenchen Demuth, quien le dio un hijo que el fundador del marxismo se
negó siempre a reconocer. El socialdemócrata alemán Wilhelm Liebknecht
describió los interiores emocionales de la casa de Marx y el poder que en ella
ejercía la criada:
“Lenchen
ejercía una especie de dictadura. Y Marx se doblegaba a esta dictadura como un
cordero... Cuando estaba enfadado y se ponía tan hecho una furia que los demás
estaban encantados de estar lejos de él, Lenchen entraba a la guarida del
león, y si rugía, le cantaba las cuarenta de forma tan extraordinaria que el
león se volvía manso como un cordero...” (citado por Jonathan Sperber en su
biografía sobre Marx).
Si
habláramos de medicina preventiva, el escepticismo es la mejor terapia. Nos
impide morder el anzuelo fácilmente, nos libra de las leyendas, nos blinda con
una leve capa de ironía. Siendo peruano, además, la incredulidad sistemática
resulta una necesidad, una vacuna contra los mitos de nuestra historia, los
partidos políticos, los congresistas adocenados, los periodistas lobotomizados
por las redes sociales y las urgencias de la sobrevivencia, los mandatarios
pobres diablos, los intelectuales en venta, los jueces al por mayor, los
fiscales litrados, los empresarios tragaldabas, los emprendedores piratas. La
lista sigue, pero podrá aburrir..
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Perdió la memoria
EL OTORONGO 27OCT17 |
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