LIMA PERU
1 SETIEMBRE 2017
NOSTALGIA DE LA SERVIDUMBRE
César
Hildebrandt
Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 362, 1SET17 p.
7
Un
sector del fujimorismo, aliado con el Apra, pretende desconocer una sentencia
del Tribunal Constitucional. Quieren volver a los tiempos gloriosos en los que
Torres y Torres Lara interpretaba auténticamente y la jauría congresal
vitoreaba y los magistrados del TC insumisos se iban a sus casas y el socio de
Montesinos tenía cancha libre para volver a postular. Oh, qué tiempos
aquellos. Era el chavismo en versión peruana, el vómito autoritario de todos
los días. Claro que la derecha, por aquel entonces, no sólo no protestaba sino
que hasta aplaudía, Cómo no: las cosas salían de lo mejor con un gobierno que
había hecho lo debido y había secuestrado el país.
Ahora
quieren volver a las andadas. Los empuja Mauricio Mulder, que sería el
perfecto primer ministro de Keiko Fujimori porque es el perfecto
guardaespaldas de Alan García.
-Que
nadie se meta con el Congreso -dice Mulder, que alguna vez escribió un libro
contra “la dictadura” de Fujimori.
El
asunto es que el Congreso quiere meterse con la Constitución y con quienes la
defienden. Y todo para calmar el sueño de la emperatriz Keiko, cuyas peores
pesadillas consisten en imaginar un mundo que no la obedezca. Madame Keiko
creció viendo a su padre hacer lo que quería y está convencida de que el
liderazgo consiste en aplastar a quien se atreva a alzarle una ceja.
El
fujimorismo es puro folklore. El fujimorismo dura hasta hoy porque, en muchos
sentidos, encarna la peor esencia de nuestra identidad. Y uno de esos rasgos
definitorios es que en estas tierras la ley es una incomodidad. Y la madre de
las leyes es la Constitución.
De modo
que Mulder, interpretando el espíritu montuno de un buen sector del
fujimorismo, está convencido de que puede ganar. Vamos a ver si lo logra.
El
espectáculo que da el Perú es penoso. No nos podemos poner de acuerdo en casi
nada. El Perú es una víspera de guerra civil, el vestíbulo de un dinamitazo, el
prefacio de una tragedia, las primeras líneas de una novela violenta.
Y
mientras tanto, la atenta prensa suspira con nostalgia: Veinte años sin Lady
Di. Oh, qué tiempos aquellos. Todo era mejor cuando entre los Windsor volaban
bragas y se intercambiaban cuernos mientras que en el Perú mandaba un hombre
sombrío y duro que nos pateaba el trasero como si del mismísimo Patricio Lynch
se tratara. La nostalgia de la servidumbre siempre está a tiro de piel.
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