EL ALTIPLANO ANTES DE LA
REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (1780)
Por: Nicanor Domínguez
Enviado por SER el 28/09/2016
José Gabriel Túpac Amaru inició su rebelión en la provincia
de Tinta capturando al corregidor Antonio de Arriaga (sábado 4 de noviembre,
1780) y ejecutándolo públicamente en la plaza de Tungasuca (viernes 10 de
noviembre). Pronto el movimiento se extendió al Altiplano: Túpac Amaru
estuvo en Ayaviri (el 6 de diciembre, 1780), Lampa (el día 9), Azángaro (el
13). Desde marzo de 1781 la “Segunda Fase” de la rebelión se centró en el
Altiplano del Titicaca, liderada desde Azángaro por Diego Cristóbal Túpac Amaru
(hasta enero de 1782) y Pedro Vilca Apaza (hasta abril de 1782).
Disponemos de un testimonio sobre las condiciones
socio-económicas de la región, elaborado por un funcionario de la “Renta del
Tabaco” (el monopolio de la venta de tabaco y cigarrillos establecido por los
Borbones en 1752). Francisco de Paula Sanz [n.1745-m.1810] era Director
General de esta administración en el nuevo Virreinato del Rio de la Plata, al
que pertenecían las provincias puneñas. Llegado a Buenos Aires (en 1778),
Sanz viajó inspeccionando todo el virreinato (entre 1779-1781), coincidiendo en
parte con la Gran Rebelión Tupamarista (1780-1782).
En una serie de informes enviados desde La Paz (octubre de
1780), Sanz describe las provincias recorridas. Han sido publicados por
el diplomático peruano Víctor M. Maúrtua en el “Juicio de Limites en el Perú
y Bolivia” (“Contestación al Alegato de Bolivia”, 1907, t. IV, pp.
275-322). Destacamos la información de carácter demográfico y
socio-económico.
Sobre la provincia de Chucuito informa: “La extensión de la provincia es de 25 leguas de largo y 30 de ancho
con 7 pueblos bajo su jurisdicción, que son: la ciudad de Chucuyto (capital),
Acora, Juli, Ylabe, Pomata, Yunguyo y Cepita. Los tres primeros son de
bastante extensión y número de habitantes, y en la capital reside el Gobernador
y las Cajas Reales. Además déstos hay otra especie de pueblos que llaman
asientos de minas con considerable número de habitantes en sus partidos; éstos
son los de San Antonio de Esquilache, Pichacani y el Desaguadero, cuyas minas
de plata aunque están en decadencia tienen sugetas á su jurisdicción entre
españoles é indios, la primera de 1,400 á 1,500 almas, 2,000 la segunda y otras
tantas la tercera, siendo el total déstas en toda la provincia según la
relación del Governador, de 50 á 60,000 con 400 milicianos armados” (pp.
275-276).
Sobre la importancia de las llamas y el negocio del
transporte indica: “Hay ganados en
abundancia, particularmente carneros de la tierra que sirven para conducir de
unas provincias á otras los efectos en cortas cargas de 4 á 5 arrobas de peso y
utilísimos para transportar los metales de las minas sin padecer el ahogo que
generalmente sufren las demás bestias, y aun hasta los [seres humanos]
racionales en todos estos terrenos, á causa, según dicen, de los antimonios que
exhalan los minerales y que aquí llaman soroche. Hay también muchos
carneros de los de España que llaman de Castilla y ganado bacuno, manteniéndose
todas estas especies con la lana [sic] y yerbas que produce la misma laguna, pues la aridez de la tierra y lo
crudo del temperamento no da lugar á otros pastos. En los años anteriores
se hallaba más rica esta provincia con el motivo del ingreso que le prestaba la
conducción de asogues desde aquellas Cajas á Potosí, Oruro, Carangas y La Paz,
con lo que había un ramo de harriería considerable; pero viniendo ya los
asogues de Buenos Aires ha decaydo este tráfico que era de los más lucrosos”
(p. 276).
Sobre la provincia de Paucarcolla indica que: “la villa de Puno, capital de la de Paucarcolla,
[está] situada como muchos de sus pueblos á las márgenes de la misma laguna”
(p. 277). Y que: “Esta provincia tiene 33 leguas de longitud y 18 de
latitud; su capital fué antes el pueblo de Paucarcolla, que en día tiene sólo
la iglesia y muy pocos vecinos, habiéndose mudado los más á la villa de Puno,
que hoy hace cabeza, por cuyo motivo se conoce ésta con uno y con otro nombre
de su anterior y actual capital; se compone de ocho pueblos que son Puno,
Guancané, Moho, Paucarcolla, Tiquillaca, Coata, Capachica y Vilque [= Vilque
Chico]. Déstos, los tres primeros son de bastante consideración, y los
otros, á excepción de Paucarcolla, son regulares” (pp. 278-279).
Sobre los centros mineros en la provincia indica: “A más tiene tres asientos de minas de plata,
que son Cancharani, Pomperia y Charaqui, casi todas arruinadas en el día,
habiendo emprendido igualmente dos socabones para desaguar las antiguas que
llaman el Chilafrontón y Veracruz, los que pocos días ha se han suspendido por
falta de dinero en los que hazen cabeza á este trabajo; el número de almas de
esta provincia se compone de 45 á 50,000 de todas clases; pero no he visto otra
que abunde de más mendigos, bien que hallándose los minerales en decadencia y
no siendo el terreno por los continuos yelos á propósito para la siembra,
tienen muy poco auxilio aquellos habitantes con las cortas cosechas de papas y
cevada que recogen, á excepción de los partidos de Capachica y Moho que son más
fértiles por más templados. Giran sí el comercio de costales, frasadas,
alfombras y bayetas de la tierra, cuyas fábricas [= producción] son comunes en toda la provincia” (p.
279).
Sobre la provincia de Lampa indica que: “Tiene en su jurisdicción 21 pueblos, que
son: Lampa, capital, á donde reside el Correjidor, Cabanilla, Vilque, Pucará,
Ayaviri, Nuñoa, Santa Rosa, Cabana, Atuncolla, Caracoto, Juliaca, Guaca,
Calapuja, Nicasio, Orurillo, Cupi, Macari, Llalli, Venviry [sic:
Ocuviri] y Umachiri [y Mañazo]. Los seis primeros son de bastante
extensión, y los otros regulares; tiene igualmente asientos de mina de plata,
siendo los de mayor consideración los de Paratia, Quilloquillo y Chanca, pues
aunque hay otros son de poca monta, y sólo aquellos tres producen aún en el día
bastante lucro á sus benificiadores [sic]. El número de las almas
en esta provincia […] se cree de 60 á
70,000, de los que dicen hay 1,500 alistados para dos regimientos de milicias,
uno de infantería y otro de cavallería, que los creo más de nombre que de
realidad como todos los demás desta América. La extensión de esta
provincia es bien dilatada, pues tendrá de longitud 40 leguas y otras tantas de
su mayor anchura, siendo su circunferencia de 115 y toda poblada” (p. 280).
Si en Chucuito se criaban llamas para el transporte, Lampa
se había especializado en la cría de ovinos: “Esta provincia es de las mayores de la sierra y poco hace era de las
más ricas, pero en el día está en bastante decadencia por lo que ha padecido la
cría de ganado lanar que hace la mayor entrada de dinero en ella; pues abastece
de carnes mucha parte de los Obispados de Arequipa y Cuzco, con quienes
confina, y de varios texidos de lana á las demás provincias” (p. 280).
Sobre la provincia de Azángaro indica que: “su extensión será de 30 leguas de longitud y
20 de latitud: contiene catorce pueblos, que son: Azángaro, cabeza de la
provincia, Asillo, Putina, Chupa, Harapa [sic: Arapa], Villa de Betanzos, Santiago de Pupuja, Achaya, Caminaca, Sama[n], Taraco, Muñani, Pusi y Poto. Los tres
primeros son los mayores de la provincia y en el último se mantiene aún un
aventadero de oro, que fué de los más ricos, y en el día es de poco
momento. Hay mucho ganado lanar de Castilla, y vacuno, y en Asillo hay
también carneros de la tierra. Las cosechas de papas, quinuas y cañagua á
más de ser las únicas, son también muy escasas por lo crudo del temperamento en
toda la provincia, la que tendrá de 50 á 60,000 almas de todas clases y edades”
(p. 282).
Sobre la provincia de Carabaya indica: “ser ésta la última y
estar arrinconada sin otra salida principal que la de Azangaro” (p. 282), y
explica: “La entrada, y toda la provincia es de las más escabrosas en sus
caminos, siendo los más de ellos intransitables; su extensión es vastísima,
pues tendrá cerca de 80 leguas de longitud desde el lindero de la provincia de
Quispicanchi de la jurisdicción de Lima nombrado Corani, hasta el parage de San
Cristóval de Quiaca, que confina con la provincia de Larecaja; su latitud á
proporción es corta, pues sólo será de unas 16 leguas desde el repartimiento
que llaman de Santiago de Sandia hasta los indios reducidos” (p. 283).
Luego indica: “Hasta ahora ha sido su capital Sandia por su
mejor temperamento, pero en el día lo es el pueblo de Crucero, por mejor
situada para la salida y gobierno de la provincia que se compone de 17 pueblos,
que son: Coasa, Ayapata, Sandia, San Juan del Oro, Crucero, Usicayos, Macusani,
Tuata [sic: Ituata], Ollaechea, Para, Cuyocuyo, Sina, Naconeque,
Laqueciqui, Patambuco, Quiaca y Saqui; los cuatro primeros, son poblaciones
grandes y el de San Juan del Oro, se titula villa imperial, por privilegio
concedido de resultas de la presentación que hicieron á la corte de una pepita
de oro, que se halló allí de magnitud considerable; […]. Tendrá de 30 á
34,000 almas toda la provincia” (p. 283).
Y sobre sus actividades económicas: “tiene igualmente un
asiento ó lavadero de oro, llamado Aporoma que es de los más ricos que se
conocen, tanto por la abundancia deste metal cuanto por la calidad de él, que
dizen ser de la mejor ley. […] cuyo giro está reducido á la coca que en muchos
valles siembran en abundancia, y con lo que comúnmente pagan sus tributos y á los
lavaderos de oro, que forman los indios en el tiempo de seca en todos los ríos,
particularmente en los de Contabamba y Sandia, construyendo una especie de
empedrados con bastantes huecos en el tiempo de secas para recoger en ellos
después de las avenidas el oro que dejan las aguas, y con efecto no dejan de
sacar algunas libras; tienen también algunas cortas siembras de maíz, y
escasean mucho de carnes, por no haver pasto para los ganados” (pp. 283-284).
Fue en una región con las características observadas por
Sanz (estancamiento agropecuario y minero, arrieraje afectado por las “Reformas
Borbónicas”) que la Gran Rebelión Tupamarista se expandió con rapidez y
creciente violencia durante 1781 y 1782.