LECTURAS
INTERESANTES Nº 718
LIMA PERU 30 SEPTIEMBRE
2016
COLOMBIA
Y PERUCésar Hildebrandt
Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 317 30SET16 p.12
C
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onmovedor
el discurso del presidente Juan Manuel Santos. Digno final de un acontecimiento
que cualquier latinoamericano de bien tiene que mirar con esperanza.
Hay que ser Rafael Rey para examinar la letra
menuda del contrato de la paz colombiana y extraer de ella umbríos presagios.
Hay que ser Uribe para desear la infinitud de la guerra. Hay que ser un hijo de
puta venido de las Falanges zombis de estas comarcas para decir que lo que
Colombia merece es más violencia.
Colombia se debía esta paz. Santos ha encarnado
el sentimiento de culpa que la derecha más lúcida de su país experimentó a lo
largo de estos años. Sin ese remordimiento histórico y de clase, la paz no
habría sido posible.
Fue la derecha la que mató a Gaitán en 1948 y la
que mantuvo la guerra civil empezada con ese magnicidio. Fue la derecha la que
enfrentó a balazos a los
campesinos que pedían reivindicaciones en los 50 y
comienzos de los 60. Manuel Marulanda no se fue al campo en 1964 porque era un
loco armado. Y no tuvo tantos seguidores porque hablara bonito. El germen de
las FARC fue una respuesta social y revolucionaria a los afanes de exterminio
de la reacción restauradora de Colombia. Las matanzas bananeras de comienzos
del siglo XX, esas que aparecen en algunas páginas de "Cien años de soledad",
son las abuelas extranjeras de la violencia que los conservadores instauraron
como práctica cotidiana en la vieja Colombia.
H
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oy nace una
nueva Colombia. Y yo la envidio y la admiro. Hay que tener grandeza de miras
para sentarte con quien te ha querido matar y lograr un acuerdo. Hay que ser
parte de algo más grande para llegar a ese tipo de generosidad. Hay que ser
parte, por ejemplo, de un país. La urgencia de la paz venía en Colombia de un
sentido de patria. La patria herida reclamaba cordura y renunciamiento.
Colombia y
Perú: qué triste comparación. Aquí la derecha más aturdida e ignorante, más
arrogante y potencialmente criminal, arma un escándalo porque unos deudos entierran
a sus muertos.
-¡Es que esos
muertos eran terroristas! -clama la prensa rupestre.
¿Cómo? ¿No es
que vuestro Dios, que ordenó tantas muertes, no hace distingos de cadáveres?
¿No es que la paz de los sepulcros merece un poco de respeto?
Basta que salga
"Correo", el diario al que Alan García favoreció con una condonación
cuantiosa de impuestos, con su alharaca de beata con armiño, para que los
diarios de la concentración y las redes de la minusvalía intelectual lancen el
grito de guerra: ¡Sendero nos ataca otra vez!
Hace tiempo que
Sendero fue militarmente aplastado. Hace años que sus sobrevivientes quieren
instalarse en la política formal. Y hace años que les negamos ese derecho con
el argumento de que volverán a hacer de las suyas apenas puedan.
Sendero no
empezó con una inscripción electoral. Sendero empezó matando y murió en el mar
de sangre que creó desde su locura de horda polpotiana. ¿Por qué negarles el
derecho de hacer política a quienes ya no portan armas ni esgrimen mesianismos
asesinos sino que hablan de reconciliación nacional y amnistía general? ¿No es
la renuncia a la guerra una rendición total? ¿Y no fue Fujimori, acaso, el que
firmó acuerdos de paz con Abimael Guzmán? Si les negamos derecho a la
existencia cívica, ¿a dónde queremos empujarlos? Si mañana dinamitamos el
osario vertical que han erigido para enterrar a sus muertos, ¿a cuántos jóvenes
queremos decirles que en la democracia no hay cabida para el disenso? ¿No sería
mucho más saludable volver a derrotarlos en el terreno político que crear
amordazados que vayan por allí buscando otras vías de expresión? Por último, si
lo que queremos es que pidan perdón -algo que debieran hacer-, entonces
démosles la oportunidad de pedir perdón. ¿Cómo lo van a pedir si cada vez que
aparecen los tachamos y los desaparecemos?
L
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a derecha
peruana es estúpida por herencia. En sus genes está la traición del primer Riva
Agüero, la sumisión rastrera al Bolívar vivo y el odio ingrato al Bolívar
muerto, la muerte de la confederación con Bolivia, el saqueo de Echenique, la
fuga de Prado, la derrota de la guerra del salitre, la pérdida del trapecio
amazónico, el militarismo picapedrero, la desigualdad como infortunio, la
injusticia como ley de la naturaleza, la imposibilidad, en fin, de construir un
proyecto nacional. Es la derecha más oscurantista de Latinoamérica.
Y esa derecha,
que "El Comercio" y sus satélites expresan con voz cada vez más
aflautada, pretende decirnos qué debemos hacer y a qué iras falsas debemos
sumarnos. Como si Sendero Luminoso no tuviese que ver con ella. Como si el país
que ella creó no fuese el que parió a la guerrilla más salvaje y anacrónica de
la región. ■
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