LECTURAS
INTERESANTES Nº 712
LIMA PERU 6 AGOSTO 2016
CREDO DEL FUJIMORISTA
César Hildebrandt
Tomado
de LA REPUBLICA Suplemento DOMINGO Mar1998
Ser
traidor es absolutamente imprescindible para sentirse súbdito de Fujimori.
Para
ser partidario de Fujimori se necesita venir de Malinche y Felipillo. No sólo
eso. Es requisito pensar en estado de apoplejía.
También
es importante frecuentar la maldad y salir en procesión muy de morado. O sea
que me robo un canal, justifico algunas puñaladas y luego tres avemarias entre
inciensos.
Los
ancestros del fujimorismo son viejazos y proceden de traiciones fundacionales
(las que facilitaron la conquista española), republicanas de primera leche (las
que tramaban la restauración mientras hablaban del sacudimiento) y
contemporáneas (las que plagan de canalladas mayores y menores los 184 años de
historia oficial).
Ser
traidor es, por eso, absolutamente imprescindible para sentirse súbdito
fujimorista. Ser traidor de tuétano es, por ejemplo, admitir que Fujimori es
japonés cuando lo cita un juzgado por crímenes de lesa humanidad, peruano
cuando le da órdenes a Bola de Nieve e hijo de la guayaba cuando está en el
limbo de los pasaportes cambiados y los cumpleaños con doble fecha. El verdadero
cumpleaños de Fujimori 17 de diciembre, el día de Pearl Harbor, la mayor hazaña
de su abuelo imaginario Isoroku Yamamoto.
Otra
condición, que sólo se contrae rampando por la vida y compitiendo con gusanos
negros, es ser indigno. La indignidad de la oligarquía criolla tiene vieja data
y atraviesa los peores episodios de nuestra historia (la guerra en la que Chile
obtuvo en Lima más colaboracionistas de lo que hubiera creído, la masacre de
apristas aplaudida por El Comercio, el yanquismo alfombrado de todos los Odría
que en el Perú fueron), pero alcanzó con Fujimori altitudes nubladas de
himalayas de mierda.
En
el otro extremo está la indignidad harapienta del que se arrodilla ante el mendrugo
y besa las manos del dador. Se trata de
los extras de los estudios Churubusco, de aquellos a quienes la pobreza les ha
robado el alma y sienten que ya no pueden esperar derechos sino caridades e
infusiones.
Siendo
la indignidad un atributo decisivo, no es el mayor.
Quizás
el más eminente sea el de la estupidez, ese estado de gracia que roe parcelas de cerebro, aturde el
juicio y convierte a una embolia en el órgano pensamiento.
Ahora
bien, el retraso mental viene muchas veces acompañado locuacidad, que es
como oír a un andaluz hablar de Kant. O sea que Carmen Posada de Zamboa es la pasionaria
de Santa Anita y Francisco Tudela el Talleyrand del Cordano (Siendo Espichán el
Fouché de los barracones y Larrabure la versión huaralina de la Mamá Grande).
Ser estúpido es decir, como decían, que Montesinos era un héroe imprescindible
y que la concentración absolutista del poder en manos del Gran Traidor no
resentía a la democracia.
Pero
a esta lista hay que sumar otros niveles de exigencia. No basta ser indigno,
estúpido y traidor. También hay que ser, eventualmente, criminal. Se trate de
felonías contables, zarpazos carroñeros a la caja pública o hechos de sangre
relativamente multitudinarios, lo importante para el fujimorista es la anuencia
con que verá todo ello y el ingenio bestial con el que construirá coartadas del
tipo "esos estudiantes de La Cantuta pueden haberse matado entre
ellos".
¿Qué
más? En cada corazón fujimorista late el linaje taimado de Pu Yi, el chino
traidor que se prestó a la trama japonesa de la república de Manchukuo, país
inventado por la soldadesca salvaje del imperio nipón tras arrasar Nankín y
matar a 300,000 civiles. Estos manchukuanos del Perú están convencidos de que
son inferiores y que deben subordinarse a un líder de ultramar que les preste
la sangre fría que no llegan a tener, el cinismo que por falta de neuronas sólo
atisban empinándose y el orden mental de ese asesino en serie que siempre
soñaron ser.
Por
eso es que el fujimorismo es anético. O sea que robar no está mal, matar puede
estar requetebién, Bola de Nieve es Agustín Lara, Laura Pozo es Marlene
Dietrich, Burundanga es ministro de justicia, Martha H. tiene la lengua
absuelta, Bernabé es cardenal y la porquería es maná. Hablar de moral con un
fujimorista es como tocar el tema de la ninfomanía
con una monja de la orden de
las Esclavas del Señor (cerrojo en cada celda a las 6 de la tarde). O como
hablar de valentía con el mismo Fujimori que se asiló por horas en la embajada
del Japón cuando lo del intento de golpe de Estado, renunció por fax, temblaba
cuando buscaba a Montesinos para que le dijera dónde estaban las maletas,
martirizó a su mujer a punta de soldaduras y habla ahora, protegido por parte
de la Yakuza, "del desorden que padece el Perú". Sólo falta que
Tarantino se convenza de que allí hay una gran historia y que la divina Urna
Thurman pode a Chino Maldito con su espada de verdadera samurai. Que lo pode o
que, por lo menos, lo deje varias veces manco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario