TIERRA
KOLLAVINA
Augusto Vera Bejar
Extraído
de su libro “PUNEÑOS, CAROLINOS Y CABALLEROS” pp. 69 y ss.
Esta
vez llegaba a Alemania con la misma alegría que las anteriores, pero llevando
en mi equipaje un preciado tesoro: "Tierra Kollavina", la obra de don
Cástor Vera Solano que yo, como hijo suyo, había orquestado para ser
interpretada por una sinfónica. Mientras volábamos sobre París, en el inmenso
Jumbo Jet de la Lufthansa, recordaba con ternura mi infancia y la presencia de
mi padre, primero en la inmensa casa de la calle Arequipa, propiedad de la
abuela Dominga, y luego en la calle Puno, a unos cuantos pasos de la Plaza de
Armas de la ciudad lacustre.
Desde
los seis o siete años había participado en los grupos musicales que dirigía don
Cástor. La mandolina y la guitarra habían sido mis juguetes preferidos, aunque
luego tuve que dedicarme al acordeón por orden expresa de mi padre.
—Pero
yo no sé tocar el acordeón— había protestado en aquella oportunidad.
—Pues
aprende— había sido la corta respuesta. Así de simple y natural.
Pero
fue en el "Conjunto Orquestal Puno" donde había tocado por primera
vez 'Tierra Kollavina". El Dr. Hernán Tejada Rondón, entrañable amigo de
don Cástor y presidente del conjunto, había anunciado una noche que el Director estaba preparando una
magnífica obra para el conjunto. En efecto, algunas tardes lo había observado,
sentado al escritorio, escribiendo afanosamente las partituras para cada uno de
los instrumentos.
Todos se
habían emocionado mucho al ensayar la obra y esa emoción se había tornado en
legítimo orgullo cuando viajaron a Lima y la pudieron grabar como parte de uno
de sus discos de larga duración.
Ahora don
Cástor Vera Solano estaba muerto. Don Hernán Tejada había fallecido también y
"Tierra Kollavina" había enmudecido por algún tiempo.
Mientras
calculaba mentalmente el tiempo que faltaba para llegar al aeropuerto de
Frankfurt, recordé las circunstancias en que me había animado a realizar la
orquestación de la obra. Mi primera intención había sido hacerla parte de una
suite que incluiría "Canción Puneña", "La Paradita" y
"Pali- Palicito". Pero, al final, había abandonado la idea.
"Tierra Kollavina" tenía muchas razones para empezar su segundo
trayecto, sin compañía.
La noche en
que fue estrenada la nueva versión por la Orquesta Sinfónica Nacional de
Bolivia, como parte de la Antología de la Música Puneña preparada por Edgar
Valcárcel y Virgilio Palacios, me había sobrecogido por la emoción. Miles de
puneños habían aplaudido la obra en el Teatro Municipal de su ciudad y mi
hermana Polly no había podido evitar derramar algunas lágrimas de emoción.
Luego vino la
ejecución por la Orquesta Sinfónica Nacional del Perú, en Lima, y casi me
sentía ya totalmente satisfecho.
Pero ahora que
la tripulación del Jumbo Jet se preparaba para el aterrizaje en Frankfurt,
todavía no sabía que haría con la partitura en Alemania aunque estaba seguro de
que algo se me iba a ocurrir. Después de todo, como acostumbraba decir para
darme alientos, "al final, siempre sale todo bien". Sin ninguna
preocupación, me sumergí en el torbellino de los equipajes, controles y miles
de viajeros que abarrotan el inmenso terminal aéreo.
Cuando conocí
a Widmar Hader y leí algunas de sus composiciones, no pude dejar de admirarme.
Durante muchos años había tocado el violín en la Orquesta Sinfónica de Arequipa
y estaba acostumbrado a las partituras de Dirección, pero estas eran bastante
especiales. Armonías modernas, combinaciones originales de instrumentos y otras
características, me mostraron claramente que el maestro Hader era un compositor
excepcional.
En poco tiempo
nos hicimos amigos y por eso no me extrañó la invitación a participar del
"XI Sudetendeutsche Musiktage" que Widmar iba a dirigir ese mes de
abril de 1988 en la ciudad bávara de Regensburg. Durante algunos días le estuve
ayudando a copiar particellas de Cesar Bresgen y de otros compositores cuyas
obras serían interpretadas, hasta que una tarde le observé hojeando la
"Antología de la Música Puneña". A la hora de la cena me preguntó sin
rodeos:
—¿Qué
posibilidades hay de que podamos tocar "Tierra Kollavina" en el
Festival? La he leído y me gusta mucho.
Gratamente
sorprendido le respondí que no existía ninguna dificultad.
—¿No tendremos
que hacer ninguna gestión ante los editores?
—Ninguna— le
tranquilicé. Los derechos de autor les pertenecen a mis hermanos y a mí.
—Entonces no
se diga más. "Tierra Kollavina" se tocará en el Festival—. Ingrid,
Ulrike, Wolfram y Astrid sonrieron satisfechos.
Semanas
después, ya en Regensburg, me hallaba ensayando con el coro del Festival cuando
vinieron a avisarme que el maestro Hader deseaba hablar conmigo. Me dirigí al
lugar en que ensayaba la orquesta sinfónica. Se hizo el silencio, me entregó la
batuta, me invitó a subir al podio y me animó a dirigir con estas palabras:
—Seguramente
querrás dirigir un poco tu propia orquestación.
Levanté la
batuta y con enorme emoción inicié la ejecución. Ningún coro de ángeles hubiera
sonado mejor a mis oídos. Era "Tierra Kollavina", de Cástor Vera
Solano, en Alemania. Mis sueños estaban a punto de cristalizarse.
Un par de días
después, la obra era estrenada en Regensburg. El Danubio, a cuyas orillas había
sido fundada la ciudad, lucía esplendoroso. La primavera europea estaba
haciendo su aparición y yo, sentado en aquella barroca sala de conciertos, me
sentí transportado a otras aguas a miles de kilómetros de allí. Me imaginé a
las orillas del lago Titicaca, llevado de la mano por mi padre y caminando al
ritmo de aquella melodía compuesta en el estilo de los aymaras. Me transporté,
mientras la sala estallaba en aplausos, a Puno, la lejana e inolvidable tierra
collavina de mi infancia.
ALMA COJATEÑA. Augusto Vera Bejar
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