LECTURAS
INTERESANTES Nº 700
LIMA PERU
27 MAYO 2016
QUERERSE POCO PARA
VOTAR POR KEIKO
César Hildebrandt
Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE”
N° 301 27MAY16 p.13
Qué poco
debemos querernos los peruanos. ¿Cuándo fue que la dignidad huyó de muchos de
estos parajes?
¿Cómo
empezó esta neblina en la que todo parece borroso y da lo mismo ser ladrón que honrado?
Quizá
sucedió en nuestra interrumpida teocracia inca, cuando los españoles nos
impusieron la pólvora y la biblia después de estimular las diferencias que
latían en un imperio pegado con babas. ¿Fue esa humillación ancestral tan
importante? ¿Venimos de aquel Atahualpa que creyó que sus verdugos eran
confiables? ¿Siempre tendremos algo de Atahualpa?
Más
tarde tuvimos que pagar el costo de ser uno de los centros engreídos por la
corona española. Por eso es que nos tuvieron que independizar extranjeros, a
pesar de dos grandes gestos de rebeldía precursora: el de Tupac Amaru II y el
de Francisco de Zela. “País de oro y esclavos”, nos llamó Bolívar. Antes San
Martín nos había abandonado horrorizado por nuestra incapacidad para reunirnos.
Fuimos
grandes el 2 de mayo de 1866 y repulsivamente ínfimos en 1879, con las robustas
excepciones de Grau, Bolognesi y Cáceres. Pero mientras Cáceres combatía en la
sierra, un cajamarquino traidor se aliaba con Chile para matar al líder
guerrillero y firmar un tratado que mutilaba al Perú. Y a ese sujeto lo
defendían cientos de miles de peruanos con vocación roedora. Y a Piérola, el
más nefasto de los payasos, ¡cuánto lo quisieron! Lo quisieron tanto que lo
reeligieron presidente. En el Perú la infamia suele ser recompensada.
Lo demás
es mugre contemporánea. Impedimos que el Apra llegara al poder cuando el Apra podía
cambiar el país. Aceptamos el Apra cuando
se perfilaba como llegó a ser: una organización cleptocrática. La
ablandamos hasta que fue lo que queríamos: Algo que Manuel Prado, el hijo del
fugitivo Mariano Ignacio, podía aceptar como partner. Le hicimos la vida
imposible a Fernando Belaúnde en los 60 hasta que llegaron los militares que
hicieron lo que el reformismo civil no pudo realizar. Y luego nos dedicamos solo
a combatir los excesos del militarismo naserista sin reconocer que algunas de
las medidas que tomó eran imprescindibles.
Y
entonces llegó el segundo belundismo, cansado y tenue, y fue el triunfo de la
restauración. Después vino el primer alanismo con aires de redención social en
el discurso y de patrimonialización del Estado en los hechos. Fue una mezcla de
Getulio Vargas con Carlos Langherg.
Y
entonces llegó lo más puro del mal, la esencia más refinada de la hipocresía.
No necesito recordar que fue el fujimorismo. Lo que sí puedo decir en estas
circunstancias es que aquellos eran los tiempos en que Victor Joy Way, Gilberto Siura y Daniel
Espichán fueron importantes voceros del gobierno. Fue el triunfo de la feroz vulgaridad.
Fue como si el sueño de alias Tatán se hubiese cumplido. Fue el ripio acumulado
de tantos años de republiqueta. Fue la cima de lo peor.
Con el
fujimorismo no quedó institución en pie. Un Godzila que parecía venir de la
república apócrifa de Manchuküo se paseó por el Perú barriendo todo lo que
habíamos erigido como sustento del
estado derecho y la civilización.
Y ahora
estamos a punto de reivindicar a quienes quisieron matar nuestra alma ciudadana
y robaron todo lo que pudieron de las arcas públicas. Estamos a punto de
agradecerle a Alberto Fujimori habernos demolido como país con sus
universidades de pacotilla, el caos urbano, la venta malbarateada de las
empresas públicas, la vocación criminal en sus más vastas expresiones. La
corrupción convertida en norma, la cobardía exhibida como virtud, la supresión
de los derechos laborales, la prensa chicha, la trata de congresistas, el
lupanar del Poder Judicial regido desde el SIN, la violencia como método par
solucionar conflictos
Estamos
a punto de redimir a Beto Kouri y de decirle a Vladimiro Montesinos que hizo
bien cuando picaba el bolso del erario para
entregarle dinero en efectivo a la estudiante universitaria Keiko Fujimori.
Estamos
a punto de la coprofagia. Qué poco debemos querernos.<>
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