Ronald Gamarra en “HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 291, 18MAR16, p. 18
M
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aría
Rostworowski, historiadora e investigadora de primera línea de nuestro pasado
prehispánico, falleció la semana pasada culminando un siglo de vida fructífera
como pocas al servicio de la investigación y del conocimiento. Sus colegas de
disciplina harán el balance de su contribución académica que, desde ya, se
juzga extraordinaria. Por mi parte, lego en historia pero atento a la vida de
mi país, quiero hacer algunas consideraciones sobre lo que ella representa para
todos más allá de su indudable excelencia como etnohistoriadora.
En primer lugar, hay que destacar su honestidad
personal, intelectual y académica. En un medio como el nuestro, donde la fiebre
por aparentar ha desbordado todo límite impuesto por el pudor más elemental, la
honestidad de esta mujer extraordinaria brilla aún más. A diario descubrimos
títulos y grados académicos falsos u obtenidos con fraude, mediante el plagio o
la coima, por parte de quienes incluso aspiran a regir los destinos del país u
ocupan altos puestos en las instituciones. La búsqueda fácil del relumbrón se
ha convertido en una extendida enfermedad de nuestros días.
Pero María no necesitó jamás de ningún cartón con
valor oficial para ser la mejor académica, ni buscó jamás que la llamaran doctora
para valer como el que más. Desnuda de títulos y grados, ella brilla por sí
sola con sus estudios e investigaciones originales y profundos. En un país
donde pululan los estafadores y vendedores de sebo de culebra premunidos de
títulos tan innumerables e impresionantes como dudosos, la limpieza de esta
mujer es un ejemplo que por sí solo merece un reconocimiento de admiración
rendida.
Ella fue absolutamente autodidacta. Se casó muy
joven en una época en que el destino de casi todas las mujeres era casi
exclusivamente el matrimonio, y tuvo que asumir muy pronto obligaciones de
mujer adulta que impidieron y postergaron por mucho tiempo la búsqueda de la
realización de una vocación que venía madurando. No fue sino hasta su madurez
que, atreviéndose a romper con la tradición que restringía entonces la vida de
las mujeres, decidió iniciarse por su propia cuenta en la disciplina de la historia.
Nunca fue una estudiante universitaria formal, sino alumna libre, especialmente
en las clases de Raúl Porras Barrenechea.
Los documentos que acreditaban su formación
educativa básica se habían quedado en Polonia y Francia, y era imposible
conseguirlos a causa de la guerra espantosa que Hitler había desatado sobre
Europa. Es muy probable, se me ocurre ahora, que con la destrucción brutal de
Polonia, esos documentos desaparecieran para siempre. Por lo tanto, formalmente,
quizás tampoco podía acreditar ni siquiera primaria y secundaria. No obstante
ello, pocas personas podían acreditar una formación tan exquisita como la que
ella había obtenido en Europa.
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or supuesto,
en un país formalista como el nuestro, todo eso le impedía hacer una carrera
académica. Por eso no tuvo título alguno. Fue historiadora de hecho, no de
derecho, y fue mejor que la mayoría de quienes ostentan títulos. Como José
Carlos Mariátegui, María Rostworowski se elevó hasta lo más alto de la
excelencia académica sin contar con licencia universitaria alguna. Es una
ironía que la etnohistoriadora más capacitada no pudiera dictar clases en la
universidad ni hacer carrera docente por falta de papeles cuando sabía mucho
más que quienes sí los tienen sabe dios cómo.
Otro aspecto destacable en María fue su disposición
a la difusión del conocimiento. A ella le dolía mucho el retraso de los libros
escolares y universitarios con respecto a los avances de la investigación. Por
eso, siendo una historiadora de punta, no dudó en contribuir a la extensión del
conocimiento histórico al gran público a través de su exposición sencilla y al
mismo tiempo cautivante. Su incomparable Historia del Tahuantinsuyu, con más de
100 mil ejemplares vendidos, es el ejemplo más exitoso de una adecuada
vulgarización del conocimiento histórico. Ejemplo que sería provechoso si otros
académicos de punta lo siguieran.
Por último, quiero destacar la vocación de María
Rostworowski por el Perú. Con la niñez y la adolescencia vividas casi
totalmente en Europa, ella, sin embargo, eligió el Perú. Nacer en un país es un
accidente; elegir el propio país es una decisión que muy pocos toman. La decisión
de María revela verdadero amor por esta antigua comunidad de hombres y mujeres
llamada Perú, que tan poco sabe de sí misma y de su propio y rico pasado.
Nuevamente, en un medio donde el patriotismo ritual esconde el desprecio por la
esencia indígena de la nacionalidad, la vida y la obra de María Rostworowski
nos enseñan cómo hay que conocer y amar al Perú.
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