VUELTA
AL LAGO EN 18 DIAS
Rodrigo
Núñez Carvallo
Tomado de “HILDERBRANDT EN SUS TRECE” N° 282 15ENE16
pp. 16, 17
S
|
iempre tuve
una fantasía. Ir hasta La Paz en carro, y darme toda la vuelta al lago
Titicaca. Conocer la otra orilla. La verdad es que tuve que esperar sesenta
años para cumplir este sueño. Antes debí ahorrar, comprarme un auto, completar
la billetera y reclutar a los acompañantes.
Partí dos días
antes de la navidad (detesto las fiestas y quería escapar de los compromisos
de fin de año). Repostamos en Arequipa y continuamos hacia Puno, aquella
pequeña ciudad, cuna de notables poetas y ensayistas. Pero antes tuvimos que
pasar por Juliaca, triste, caótica y escandalosamente sucia. Edificios
espantosos con los vidrios tintados de azul, verde y violeta. Calles
malolientes, destrozadas y polvorientas, y un tráfico endiablado. Ninguna
planificación. El municipio no tiene recursos, nos cuentan, nadie paga
arbitrios, ni baja policía. Nadie estuca las casas para librarse de los
impuestos. La informalidad en todo su esplendor. Ni el Estado ni el municipio
existen. Anarquía total. ¿Después hablar de "El otro sendero" del
gordo Hernando De Soto? Falacia completa. Lo que hay en Juliaca no es
capitalismo popular sino ley de la selva y degradación humana. Oro ilegal,
contrabando y narcotráfico. Talleres clandestinos y calles atiborradas de
mercados precarios.
El colmo juliaqueño de la informalidad |
Demoramos hora
y media en cruzar este laberinto. Llegamos al anochecer a Puno. Al fin asoma el
lago que refleja la ciudad en sus mansas aguas. Ya en la plaza, recuerdo
"El pez de oro" de Arturo Peralta, más conocido como Gamaliel
Churata. Este libro, a caballo entre la poesía y el ensayo mítico-filosófico,
le aporta una dimensión vanguardista al indigenismo. Y es que el lago incita a
la contemplación, a la reflexión, a la tarea creativa. También pienso en mis
padres que vinieron a estas tierras en 1935 y que por recomendación del geógrafo
Emilio Romero conocieron a Alejandro Peralta (hermano de Churata), a Emilio
Vásquez, Luis de Rodrigo, Dante Nava, Mateo Jaika y Emilio Armaza.
Y pensar que
toda esta brillante generación de intelectuales y artistas se debió a un solo
hombre, pienso. José Antonio Encinas se hizo cargo de la escuela 881 de Puno
en 1907 y la convirtió en una suerte de Summerhill andina. El maestro renovó
los métodos pedagógicos, abolió de las aulas el desprecio al indio, promovió el
trabajo creativo y el sentido crítico. Incluso enseñó a los chicos tipografía y
a encuadernar. Pregunto por el local que albergara el colegio y nadie me da
razón. La memoria colectiva puneña ha perdido uno de sus hitos más importantes.
El Titicaca es
un lago raro. En realidad es una sucesión de lagos colindantes. El Arapa al
norte, el propio Titicaca, tanto el mayor como el lago menor, que a través del
río Desaguadero se interconectan con el Uri Uri, y el Poopó, hasta que las
últimas aguas se evaporan en el salar de Coipasa. Se trata de un conjunto de
cuencas y subcuencas conexas que abarcan toda la meseta del Collao, el Tíbet de
América.
Por allí
caminó el hombre hace diez mil años persiguiendo guanacos y vio una naturaleza
tan inverosímil que decidió quedarse. Allí se domesticaron los primeros tubérculos
y camélidos. Allí se estableció la lengua aimara, posiblemente venida de más
al norte, desplazando al puquina durante la civilización Wari, quinientos años
después de Cristo.
¿Falos o amarraderos? |
Al dia
siguiente vamos a Acora, en cuyas laderas hay una bella y enorme iglesia casi
en escombros, que abriga un pequeño cementerio. Se llama San Pedro y tiene
elementos modéjares. Pero las calaminas afean la vista. Otra sería la paisajística
puneña si se volviera al ichu y a la totora. Me pongo a pensar que todos estos
pueblos son de indios. Primero los dominicos y después los jesuitas levantaron
estos edificios de piedra para extirpar a los dioses andinos. Después pasaron
las huestes de Túpac Amaru e incendiaron muchas de ellas. También en estos
parajes Bolívar comisionó a Sucre para negociar con Olañeta la partición de
Perú y Bolivia. Aquí también se firmó la paz luego de la ruptura de la
Confederación Perú-Boliviana de Santa Cruz.
Viene la
navidad y es día de feria
en Puno. En una esquina de la calle Lampa descubro unos puestos de ceramistas
de Pucará. Encuentro ceniceros, jarras, ollas vidriadas con el típico verde
botella. Pero los toritos y músicos, que hicieran famoso a este pueblo, brillan
por su ausencia. Ahora se venden sin decoración alguna, para seguir la moda de
pintarlos de colores chillones a lo Walt Disney. La devaluación del arte y el
mal gusto.
Ay punito...punito, que hermoso eres |
Por la noche
somos invitados por Rosario Vera a pasar la Nochebuena en un quinto piso. A las
doce toda la pirotecnia andina ilumina Puno durante tres largas horas. Nos
levantamos temprano. Iremos a Moho, sabremos cómo son las orillas orientales
del lago. Luego de pasar por una Juliaca somnolienta enrumbamos a Huancané y
divisamos el lago Arapa entre neblinas. Cuando menos lo pensamos ya estamos
en Moho, que está de feria. Papas de diverso tipo, morayas y chuño. Sandías
para la sed. Plásticos, herramientas, chucherías. Me cercioro de que no hay
cosa más antiestética que los municipios del altiplano peruano. Proseguimos el
camino. Los cerros se cubren de pinos y eucaliptos. Una carretera costanera nos
lleva a Suasi y divisamos la isla que funciona como un hotel-enclave. Almorzar
allí un menú cuesta 25 dólares. El hotel no tiene ninguna relación con los
pueblos vecinos. Los pobladores se quejan de Martha Giraldo, la dueña y
administradora. No me gusta este tipo de inversión turística que fomenta la
exclusión, pienso. Una lancha de goma trae la basura de la isla y sabe dios a
qué vertedero habrá de ir.
El hambre
aprieta, pero no hay sitios para comer en Conima. Pasamos de pueblo en pueblo
buscando un restaurante pero no hallamos ninguno. Las señoras a las que
preguntamos por una pensión sólo hablan aimara. Las bahías y penínsulas se
suceden y finalmente llegamos a Tilali, en cuya plaza hay una bien surtida
bodega. Atún, pan y harta chatarra ¿Y Bolivia queda lejos? Aquicito nomás, nos
dice el dependiente. Tomamos una trocha afirmada y efectivamente la frontera
está a cuatro o cinco kilómetros. El puesto policial del Perú está cerrado con
candado, en la aduana no hay nadie y la valla está abierta. Sigamos. Es 25 de
diciembre y el personal debe estar celebrando. En el otro lado pasa lo mismo.
No hay nadie en la caseta. Esta zona boliviana del lago es más seca y menos
poblada. Por aquí se realiza el contrabando de la culebra, nos explican.
Caravanas de camiones pasan la frontera de noche y depositan su mercadería en
vehículos peruanos. Pero hoy está todo tranquilo. La tarde cae, hay que iniciar
el regreso. Llegamos de noche a Puno. Una sopa criolla en el jirón Lima repara
las energías tras el largo y fugaz día.
Revisamos el
mapa y decidimos conocer la península de Capachica. Pasamos por Coata,
referencia obligada de aquella callecita de los barrios altos. Enormes pampas
con poco ganado y
mamachas en motocicleta. También se ven por doquier motos que
llevan una tolva. Parece que es la mejor forma de acceder al mercado y comunicarse
con Juliaca. Llegamos a Chifron, una hermosa playa que sirve de embarcadero
para acceder a Amantani y Taquile. Mientras las islas reciben un turismo permanente,
las costas que están frente a ellas desfallecen. Los campos están poco
cultivados y hay un aire de decadencia que baña sus playas. Falta infraestructura.
Los criaderos de truchas mueren de olvido. Es curioso, ya no se ven los
caballos de totora que aún existían hace ocho años. Llachón parece un pueblo
abandonado. Nadie cultiva más de una pequeña parcela de autoconsumo. Los
precios agrarios son muy bajos. El neoliberalismo así lo requiere, y no es
posible la inversión estatal directa en obras productivas. Ello impide corregir
las deformaciones del mercado. Lo que sí hay es una política de dádiva y
clientelismo. El último día del año, cientos de mujeres del campo hacen cola en
la plaza de armas de Puno. Vienen con sus mejores galas a recibir sus
aguinaldos de fin de año. Lamentable, se trata de comprar a la gente necesitada
con regalos.
Rica merienda comunitaria en Llachon |
Nuestra
anfitriona Rosario Vera nos invita al día siguiente a conocer la Universidad
del Altiplano. El campus está muy cerca del lago y allí se atiborran veinte
facultades, gimnasios, laboratorios, locales sin destino y hasta un grifo. Un
edificio de quince pisos que aún no está terminado corona el centro. Serán
laboratorios, dicen, y salas de reunión. Un poco grande nos parece. Pienso que
enviar a sus profesores a universidades extranjeras a perfeccionarse sería
mejor inversión. La irracionalidad del gasto, que le dicen.
Nuestro plan
es cruzar la frontera en carro y llegar para año nuevo a La Paz. Pasamos por
llave y recordamos la trágica muerte del
alcalde Cirilo Robles a manos de una
multitud envilecida. Desde entonces la leyenda urbana crece. Los ilaveños son
violentos y asesinos. Los fiscales encuentran siempre cadáveres en la cumbre
del Khapía, el apu devorador de hombres, el cerro maldito, el volcán yerto.
También refieren que el dirigente indigenista boliviano Felipe Mallku viene frecuentemente
por aquí, clandestinamente.
Ilave en la paz de la madrugada |
Más al sur
está Juli, la tierra donde trabajó Ludovico Bertonio, el estudioso colonial del
aimara, que posee cuatro hermosísimas iglesias, una de las cuales está muy
deteriorada. Arribamos luego a Pomata con su singular templo de piedra roja.
Recuerdo una foto de Carlos Oquendo de Amat en el pórtico de dicha iglesia. El
autor de 5 metros de poemas volvía a su tierra allá por 1923.
Fracasamos por
la aduana de Desaguadero. Ningún carro peruano puede pasar la frontera. Qué locura. La integración es una reverenda
mentira y todo tiene como causa la corrupción de las autoridades peruanas que
dejan pasar carros robados a los que se les cambia el número de motor en
talleres clandestinos. Luego son revendidos en el Beni o en Santa Cruz de la
Sierra. Sólo nos queda tomarnos un colectivo y visitar Tiawanaku, la sede
religiosa de aquella civilización que entró en una extraña relación con la
ciudad ayacuchana de Wari. Mi impresión es lamentable. La portada del Sol ha
sido encapsulada en un recinto alambrado, en lugar de mantener el entorno
natural sobre el que se erigía. Alrededor se levantan dos horribles museos que
rompen el paisaje del páramo.
Volvemos de
regreso a Desaguadero y me salto el puesto fronterizo boliviano. No te
dejarán entrar más, me dicen mis compañeros de ruta. Con esas computadoras es
difícil tener un registro a mano de quién entra y quién sale, refiero. La
experiencia demostrará que no me falta razón. Atravesamos los campos de
Yunguyo e intentamos entrar a Bolivia por el paso de Kasani. La persistencia
de Rosario Vera no tiene límites. Convence primero al oficial de aduanas del
Perú y enseguida enfila su persuasión contra el funcionario de la parte
boliviana. Las tratativas demoran casi tres horas. Al final nos muestra
victoriosa una autorización para permanecer en Bolivia por 48 horas con carro y
todo.
Playa de Copacabana a la luz de la luna |
Copacabana es
el balneario boliviano por excelencia. Miles de bañistas y botes refulgen
contra sol de la tarde. En la puerta del santuario de la virgen, cientos de
fieles hacen bendecir sus coches, tarea en la que se turnan los monjes
franciscanos y los yatiris o sacerdotes nativos. Los carros salen decorados con
flores, palmas y lazos.
RUMBO A LA PAZ
Cruzamos el
estrecho de Tiquina y nos dirigimos raudamente hacia La Paz. Los campos del
altiplano boliviano rebosan de cultivos, mientras en el Perú languidecen y
están abandonados. En el camino las vacas Holstein y Brown Swiss reemplazan a
los escuálidos ejemplares puneños. En la ruta los letreros de los programas
agropecuarios se multiplican. Mejoramiento de semillas, canales de riego,
programas experimentales. Pero están asustados por el Fenómeno del Niño. Si no
llueve en febrero las cosechas se perderán.
Es 31 de
diciembre. La puna se ve bruscamente interrumpida por una enorme ciudad de un
millón de personas, (El Alto) levantada a punta de autoconstrucción, pero donde
se ve orden y uniformidad. Es una especie de anti-Juliaca. Modestos ladrillos
caravista le proporcionan una calidez cromática que contrasta con la aridez de
esta parte del altiplano. Al fondo y al oriente se alzan los blancos y rosados
picos de la Cordillera Real. Con la tarde resplandecen el Illampu y más al sur
el Inti Illimani, nevado tutelar de La Paz.
La Paz al pie del Illimani |
Llegamos a la
ciudad sede del gobierno en el último atardecer del año. La calle Comercio
bulle de compradores de calzones amarillos. La plaza Murillo y el Palacio
Quemado lucen humildes frente a las altas torres del centro financiero. Evo ya
no despacha allí, me informa un paceño. Ahora la presidencia funciona en un
enorme local enclavado en un barrio residencial del sur. Allí está el comando
gubernativo, que tiene al vicepresidente Alvaro García Linera como su pieza
maestra. Este matemático y sociólogo de 50 años es el estratega de Evo, su
álter ego, el hombre que controla los resortes del poder, mientras el presidente
es la cara pública del régimen.
Aunque Morales
no es un académico cada vez tiene un pensamiento y un discurso más articulado.
Su poca educación formal fue en su momento un problema. Basta recordar la
anécdota de los pollos hormoneados y la virilidad debilitada. Pero Evo es
inteligente y aprende rápido. La gente lo quiere. La mayoría de los paceños y
altinos con los que converso dicen que logrará un nuevo mandato, lo cual
significa una corrección a la constitución y un referéndum en febrero. Quizá
para mantener el proceso, sería más conveniente que García Linera postulara y
fuera la figura de recambio, pero el poder es adictivo. Ay, Evo, por qué no te
retiras a tiempo. Quedarías como el mejor presidente que alguna vez haya tenido
Bolivia, más grande incluso que el Gran >Mariscal Andrés de Santa Cruz. El
Alto se llamaría seguramente
Ciudad Morales
o Villa Evo si no te amarraras a la casa de gobierno.
El año nuevo
lo pasamos de casualidad en un restaurant en el séptimo piso de un edificio viejo
pero bien mantenido. Minutos antes de las doce comienzan los petardos y fuegos
artificiales que iluminan fugazmente la ciudad. Desde El Alto parece
desplegarse el mayor número de bombardas y luces de artificio. El país crece
con la más alta tasa de América Latina. El consumo se incrementa a pasos
agigantados. Hay alegría en las calles. Ya algunos comentaristas hablan de una
nueva burguesía aimara afincada en El Alto.
Evo les ha
devuelto el orgullo a los bolivianos, y no solamente por el litigio con Chile.
Las radios emiten mensajes antirracistas continuamente. No a la
discriminación. Todos somos iguales. La burguesía tradicional ya no se atreve a
llamar macaco o indio ignorante a Evo.
La Paz tiene
también algunos desaguisados urbanísticos como esos horribles pasos a desnivel
que destrozaron la plaza de San Francisco que hoy se muestra desolada porque
son las diez de la mañana del primero de enero. Con una niebla serrana que
invita a la tristeza conocemos los confines de La Paz en un taxi. Conversamos
con el conductor que dice tener madre puneña y nos muestra los puentes
mellizos, que vinculan ambas quebradas de esa hondonada perpetua que es la
ciudad. Seguramente los altinos miran a los paceños con cierta condescendencia,
mejor la puna que el barranco.
Teleferico de El Alto a La Paz |
¿Es socialista
Evo? No lo creo. Las fuerzas que ha liberado son las de un capitalismo popular
en alianza con algunos sectores empresariales que también ganan a manos
llenas. El regreso a Puno es un tanto desconcertante. Pese a una década de
crecimiento neoliberal en el Perú, las fuerzas productivas están detenidas en
esta parte del lago. Aquí no hay orgullo ni muchas perspectivas de futuro. ▒
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