Augusto Vera Béjar*
Tomado de su libro “PUNEÑOS, CAROLINOS Y CABALLEROS”.
Ed AUVER, Arequipa agosto 1995
Gran
parte de nuestro tiempo libre, durante la edad escolar, transcurrió en el
"Piquete", nombre con que se conocía a un enorme terreno baldío,
totalmente cercado por colosales muros de piedra labrada, y que servía para
múltiples usos de la comunidad puneña.
Augusto Vera Béjar |
Para
nosotros los escolares, estaba muy claro que se trataba, en realidad, de los
cimientos formidables de alguna gigantesca obra inconclusa, lo cual se advertía
porque en ciertas zonas de su gran extensión descansaban, cuidadosamente
ordenadas, una gran cantidad de aquellas piedras listas para ser utilizadas.
El
Piquete era tan grande que, según nuestros cálculos infantiles, podía albergar
dos o tres campos reglamentarios de fútbol. Su límite por el lado este, donde
se levantaban los muros más altos, era la avenida El Sol, entonces en plena
etapa de construcción. La elevación de las paredes en esta parte, compensaba el
declive natural del terreno hacia el lago Titicaca. Aunque existía una entrada
por la zona oeste, casi nadie la utilizaba pues lo natural era salvar el cerco,
cuya altura oscilaba aproximadamente entre el metro y el metro ochenta,
simplemente por donde uno llegaba.
Un
campo de fútbol, establecido de manera espontánea, estaba reservado para los
mayores y muchos otros, más pequeños, para los niños. En el Piquete había lugar
para todos: se hacía volar cometas con el auxilio de la brisa lacustre y se practicaba gran variedad
de deportes. En ocasiones servía también para el entrenamiento de los reclutas
o "movilizables" del ejército, recién pelados al rape.
La antigüedad
del Piquete era un misterio. Habíamos leído que en 1946, durante la dirección
del Dr. Juan Francisco Franco, los alumnos del Colegio Nacional San Carlos
habían organizado una huelga motivando el receso de las labores escolares. Sin
embargo, maestros preocupados y alumnos deseosos de estudiar, habían acordado
reunirse y realizar las clases en tan descampado lugar.
Cuando
nosotros empezamos a frecuentar el Piquete, encontramos que en aquel recinto
todos eran realmente iguales, nadie tenía su lugar reservado ni existían clases
sociales; bastaba solicitarlo para ser incluido en cualquiera de las
"machadas", nombre que recibían los interminables partidos de fútbol
que se organizaban por doquier.
Algunas zonas
del Piquete permanecían durante el año secas y polvorientas, pero al llegar la
temporada de lluvias, que coincidía con la finalización del año escolar y la
navidad, todo se ponía verde y se llenaba de abundante pasto silvestre. Se
formaban entonces algunas charcas pobladas por sapos y otros habitantes de la
humedad que competían con los humanos por la posesión de aquel lugar. Las
parejas de enamorados encontraban rincones discretos para su intimidad y el
bullicio de niños y jóvenes convertía el páramo en un ambiente lleno de vida y
actividad. Los amigos nos reuníamos allí generalmente por las tardes y, de esta
forma, el Piquete ocupaba un lugar muy importante en la vida de la ciudad.
¡Cuánto aire
puro respiraron nuestros pulmones! ¡Cuánto paisaje se adhirió a nuestras
retinas! ¡Cuán cerca del lago Titicaca y del cielo azul discurrió nuestra vida
infantil! ¡Cómo gozamos nuestra niñez en el inolvidable "Piquete" de
la edad infantil! Las más grandes lecciones de libertad y democracia, de
ausencia de fronteras humanas, de amistad, humanismo y convivencia pacífica las
recibimos en aquel inmenso y acogedor ambiente de los años cincuenta y tantos.
Los primeros
en compartir el Piquete con Serapio fueron, naturalmente, sus hermanos; poco a
poco, sin embargo, cada uno buscó instintivamente amigos y compañeros de su
propia edad.
Por su parte,
Serapio le invitaba durante el receso de medio día a escuchar sus
interpretaciones en el piano de la casa o cantaba, acompañándose de la
guitarra, las canciones románticas que Pedro prefería. Hasta cantó una vez
"a capella" durante su visita a la casa los padres de su gran amigo,
en Juliaca.
En los últimos
años de la secundaria, Serapio se integró a un grupo que formó con 'Toco",
"Ángel" (con "g", como le gustaba aclarar), "Macetas"
y "Totora". Los dos primeros, uno o dos años mayores que los demás,
eran amigos que había heredado de su hermano mayor. De Toco le impresionó,
desde el principio, su sólida formación moral: era incapaz de mentir o causar
daño deliberado a alguien, aunque al momento de los golpes se tornaba temible
pese a su corta estatura. La casa de Toco era vecina de la hermana de Serapio,
ya casada, y una vez que éste lo visitó, luego de una operación que le
practicaron, tuvieron oportunidad de conocerse mejor y allí quedó sellada su
amistad. Ángel era un poco más reservado, pero con cualidades similares a las
de Toco. Le molestaba que alguien escribiera su nombre con "j" y
cuando ello sucedía aclaraba a gritos: "¡Ángel con "g"!" En
una oportunidad, un profesor novato, que lo había observado charlando en clase,
le pidió que le diera su nombre, a lo que él contestó, con la fuerza de la
costumbre y la estridencia habitual: "¡Ángel con "g"!",
ganándose la expulsión inmediata de la clase.
Como en los
antiguos clanes, en el grupo tenía cada uno su especialidad, lo que permitía un
perfecto balance y consecuente equilibrio de poderes, además de evitar las
rivalidades internas. La fuerza la ponía "Macetas", quien hacía honor
a su apodo, derivado de "maceteado", con que se conoce al individuo
muy fornido y de cuerpo sólido y macizo. La experiencia y serenidad estaba
representada por "Toco" y Ángel, quienes fueron los primeros en
obtener su boleta de inscripción militar, lo que les daba carta de ciudadanía.
"Totora", excelente cantor, y el propio Serapio, le proporcionaban la
alegría al grupo. Frecuentemente se reunían en el Piquete para practicar algún
deporte o simplemente para dedicarse a conversar, tendidos sobre el pasto.
Algo que les
unía mucho era el gran amor que le profesaban a su Colegio y que les hacía
cantar, a veces, el "huayño carolino" que habían aprendido de sus
compañeros mayores y cuyas letras, mezcla de machismo y arrogancia, entonaban
con fruición:
Salgan muchachas a sus balcones / que el
carolino ya va a pasar, / ya va a pasar; / robando siempre los corazones / con
su cristina de militar.
Si el carolino te habla de amores / en el
momento dile que si, / dile que si; / que el carolino sabe tener / su sol
cincuenta pa' su mujer.
Si el ambrosiano te habla de amores / en el
momento dile que no, / dile que no; / que el ambrosiano sabe tener / sus medias
sucias pa su mujer
Qué lejos
estaban de saber, mientras cantaban a viva voz por las calles puneñas, que por
efecto de las políticas económicas, el sol cincuenta de aquellos años sufriría
tantas devaluaciones que seguramente hicieron impracticable, por algún tiempo,
el "huayño carolino". Lo que sí se mantuvo, con toda seguridad, es el
natural disgusto de los "ambrosianos", alumnos del colegio particular
San Ambrosio, conducido por religiosos.
El grupo
formado por los cinco muchachos era muy unido y orgulloso, lo que les ganó la
enemistad gratuita de otro "clan" formado, ése si, por miembros de
una sola familia. Los roces y escaramuzas eran cada vez más frecuentes y la
pelea parecía inevitable. En aquellos tiempos todavía se zanjaban algunas
diferencias estudiantiles a puño limpio bajo la simple invitación de
"chócala para la salida".
La cita se cumplía inexorablemente al finalizar el horario de clases, pues nadie osaba eludir tan honorable compromiso. Las peleas eran limpias, si es que alguna vez pueden serlas, y el que usaba malas artes se ganaba el repudio general.
"El Piquete" en 1940 aproximadamente. Escenario de mil historias |
La cita se cumplía inexorablemente al finalizar el horario de clases, pues nadie osaba eludir tan honorable compromiso. Las peleas eran limpias, si es que alguna vez pueden serlas, y el que usaba malas artes se ganaba el repudio general.
Como tenía que
ser, en algún momento se produjo el desafío. Las diferencias entre ambos clanes
serían allanadas el día sábado a las nueve en punto de la mañana, en el
Piquete. Durante toda la semana prepararon cuidadosamente la estrategia; a
Serapio le tocó dar cuenta del más hablador, y por eso menos peligroso, del
grupo rival. Se sintió muy contento del papel que se le había asignado.
Por fin llegó
el día señalado y se presentaron puntualmente al Piquete que se encontraba
todavía, a esas horas de la mañana, casi desierto. No contaban, sin embargo,
con la sorpresa que les habían preparado sus rivales. Dos nuevos miembros
conformaban el grupo: un bravucón y un conocido futbolista de primera división,
ambos mucho mayores y experimentados que ellos. Antes de que pudieran
protestar, se puso en pie el futbolero, que no entendía de razones ni buenas
maneras, y farfulló ominosamente:
— ¡Basta de
palabrería!, ¡un buen par de soplamocos y esto se termina rapidito!
No estaban dispuestos
a ser engañados tan fácilmente. Sin embargo, comprendiendo que tenían las de
perder, y habiendo agotado todos los recursos verbales para hacerles ver su
falta de palabra, tuvieron que aceptar su última propuesta: la pelea se
realizaría en combate singular, "uno contra uno", y cada bando
escogería a su representante. El otro clan señaló al intruso pelotero y el
grupo de Serapio a su adalid, el "Macetas".
Pese a la
diferencia de edad, peso y experiencia, "Macetas" no se amilanó y
poco a poco impuso su fuerza y velocidad. Cuando los demás vieron su causa
perdida, decidieron intervenir recibiendo del grupo una soberana paliza.
El camino de
regreso lo hicieron estrechamente abrazados los cinco, llevando al
"Macetas", que presentaba algunas magulladuras, al centro. Pese a las
heridas, y a la sangre que manchaba su ropa, se sentían todos muy orgullosos de
lo que habían logrado y, sobre todo, de mantener su honor a salvo.
Cuando
terminaron el colegio, Macetas abrazó la carrera militar ingresando a la
Escuela de Oficiales; Totora se hizo profesor y se quedó en Puno; Ángel se
decidió por la Economía en Lima, mientras Toco y Serapio se fueron al Cusco a
postular a la Universidad y allí permanecieron juntos un par de años hasta que
el padre de éste lo recogió y lo llevó personalmente a Arequipa.
Algún tiempo
después, Serapio trató de visitar el "Piquete", pero en el lugar de
lo que había sido su paraíso infantil encontró, en cambio, la construcción del
moderno Hospital General "Manuel Núñez Butrón", inaugurado en 1965.
—¡Es el
progreso!— se dijo sin mucha convicción, y se alejó rápidamente de allí.
_______________
AUGUSTO VERA BEJAR (Arequipa, 1945)
Reconocido músico y director de
orquesta, ha recorrido mundo en sus cincuenta años de vida Fundador de varios
grupos musicales, fue también director de la Orquesta Sinfónica de Arequipa
entre 1988 y 1989. Su amplia labor cultural, y los más de 500 conciertos
dirigidos en el Perú y en varios países extranjeros, fueron valorados por el
Concejo Provincial de Arequipa en 1989, mediante la condecoración de la Medalla
de Plata de la ciudad. Tocado por la necesidad vital de escribir, colabora
desde hace 20 años, con los diarios de Arequipa en aspectos relacionados con la
música y el arte en general. Destacan los artículos dedicados al folklore
musical puneño, tema que conoce a profundidad por haber estado ligado, desde su
infancia, a la música lacustre. Gusta de escribir narraciones en forma de
crónica, y aunque él mismo no se considera un literato, en 1987 obtuvo el
segundo puesto en el Concurso de Cuento organizado por el diario
"Correo"' de Arequipa. Profesor de Educación Musical en todos los
niveles de educación peruana, es autor de diversas obras, entre ellas el Himno
Oficial de la Universidad Católica "Santa Maria" de Arequipa,
compuesto en la época de estudiante de la Facultad de Economía de dicha
universidad. Además, Augusto Vera ha trabajado incansablemente por difundir la
música en nuestra tierra, lo que lo llevó a formar el afamado grupo de música renacentista
"Goethe" y la estudiantina de cuerdas "Da Capo".
Actualmente es profesor principal y coordinador en el colegio Peruano - Alemán
"Max Uhle", en donde ha volcado su pasión por la docencia y la música
entre sus alumnos.
"Puneños, carolinos y
Caballeros", es el relato de hechos reales, o imaginarios, que se
ambientan en el Puno de la década de los sesenta. Sus personajes actúan con
naturalidad, mostrando las costumbres cotidianas de la ciudad de Puno y la vida
estudiantil en el tradicional Colegio Nacional San Carlos, en el que el autor
realizó sus estudios secundarios.
________________________________________________________
No conocía esta faceta de Augusto Vera Bejar, ya que solíamos encontrarnos por la Música, en especial cuando hizo su libro Tesis del vals arequipeño E INCLUYO 12 VALSES DE mi padre BENIGNO BALLON FARFAN
ResponderEliminarAhora quiero conversar sobre la Sinfónica de la U. San Pablo, espero tus lineas a mi correo rballon2009@hotmail.com