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LIMA PERU 27 JUNIO 2014
LA REVUELTA QUE NOS MERECEMOS
César
Hildebrandt
Tomado de ”HILDEBRANDT EN SUS TRECE”
N° 208 27JUN14 p.6
Cuando estoy al borde del hastío -cosa frecuente- corro a un
estante y cojo, al azar, uno de los libros que amo y leo entonces, por ejemplo,
a Gabriel Bocángel y Unzueta, el poeta madrileño nacido en 1603: "...este
mundo, república del viento, que tiene por monarca un accidente..." La
literatura no es para mí cultura o información. Es terapia. Me reconcilio con
el mundo cuando leo algo que me emociona, cuando intuyo que alguien se ha
acercado a la perfección. García Márquez, Sartre, Góngora o Ribeyro son, desde
esa perspectiva, parte de mi farmacia preferida.
Después viene el sufrimiento: debo leer la prensa peruana.
Es mi deber casi cuartelado de director de una revista que no debe repetir
temas. Qué miseria de agenda, qué grisura, qué cortedad de horizontes: la
prensa escrita del Perú, con extrañas excepciones, es una muestra de nuestro
empobrecimiento cultural. Poblada de ágrafos que se atreven -misma alcaldesa-,
de opinólogos salidos de algún interés, de editorialistas sin gracia y de
redactores abiertamente bárbaros, la "gran" prensa peruana es la que
el sistema -mezcla de Fukuyama con Pepe Chlimper- necesita. Usted no verá en
ella, jamás, un cuestionamiento central a la marcha de las cosas ni al poder
mundial que ampara y perpetúa este orden suicida.
Siempre supe que la rebeldía es bella y que la resignación
enferma. De la rebeldía salieron los Cristos, los Galileos, las Woolf, los
Camus, los Gandhi, los Túpac Amaru o los Garibaldi. De la resignación vienen
las plebes aclamantes, los déspotas coronados, la aceptación del oprobio, la
tradición como inmovilidad.
Pienso en Humala y me digo: ¿qué sería de él si los peruanos
no fuesen estoicos? Estaría en el centro de un huracán popular, depuesto por la
cólera, expulsado por su desacato.
¿Cómo es que aceptamos que un hombre se traicione a un punto
tal que desaparezca de la escena al ser sustituido por su usurpación, su placebo,
su propio Judas? ¿Cómo es que aceptamos que una promesa de cambios se convierta
en esta nueva prostitución del poder? ¿De dónde nos viene esa cerviz inclinada
que nos empuja a consentir que los derrotados en las elecciones sean quienes
gobiernen, cada vez con mayor desprecio por el derecho de las mayorías? ¿Qué
nos hicieron, en suma, en aquellas infancias históricas del incanato y la
colonia para que confundamos paz con cobardía y prudencia con esclavitud? ¿Del
orden constitucional? ¡No me digan! ¿De esa Constitución impuesta por una banda
de criminales que, con Fujimori a la cabeza, se apoderó del Estado para
instalar entre nosotros el ucase virreinal de Washington y de sus mayordomos
nativos?
Humala se merecería una revuelta. El país entero, atravesado
por la corrupción, demanda un nuevo liderazgo limpio y vigoroso. Y la derecha,
estúpida, cerril y tintineante, tiene que entender que este escenario es
pasajero y que lo que ella cree inapelable puede ser barrido por alguien que
organice la decepción nacional.
¿Queremos otro Sendero? ¿No, verdad? Entonces, ¿por qué
toleramos que Humala sea el pelele de la CONFIEP y el muñeco articulado del
ventrílocuo que manda en el Ministerio de Economía y Finanzas?
¿Dónde están los líderes que articulen la resistencia
popular? ¿Robando en algún gobierno regional, pensando en alguna alianza
churrupaca para obtener más alcaldías en octubre? ¿Blogueando necedades en
algún sitio donde la valentía se despilfarra en personajillos y el chisme es el
gran protagonista?
¿Y dónde están nuestros intelectuales, en qué trinchera
hibernan, en qué muro caído se rindieron?
Cuando pienso en todo esto, corro a algún estante, después
de escribir esta columna que es prédica en el páramo, y me consuelo apenas con
Quevedo:
"Miré
los muros de la patria mía,
si un tiempo
fuertes ya desmoronados,
de la
carrera de la edad cansados,
por quien
caduca ya su valentía..."
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