DEPENDER DE UNA RATA
César Hildebrandt
Tomado de
HIDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 698 30AGO24
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s peligroso salir de vacaciones. Puede uno volverse
loco.
Porque, al regresar, todo está allí, impertérritamente:
el dinosaurio, la presidenta idiota, el ministro especialmente turbio, el TC de
los magistrados al peso, el congreso del crimen organizado, el herpes del
fujimorismo, la prensa que anda de puntillas y farfulla solemnidades.
Jorge Bruce aludía hace poco a aquella película que
clonaba, hasta la exasperación, los días de una marmota reincidente.
Pues eso es. En el Perú, a falta de marmotas, una
rata se asoma a la ventana de un solar polvoriento y profetiza: vivirás el
mismo día.
Y en eso estamos. Siempre en el vestíbulo de la
fábula, en el porche de las realizaciones, a las vísperas de las hazañas: un
cuasi país de pasmados ciudadanos.
¿Cuándo se jodió Zavalita?
Cuando se resignó, cuando normalizó lo inaceptable, cuando
se asumió la gran mentira de una historia contada por el patriotismo más
infantil.
Un país que vende cerros y comidas y que, entre
otros deméritos, ha depravado la educación pública universitaria no debería
pensar en un futuro colosal. Y sin embargo, seguimos diciendo que el destino
es nuestro y que derrotaremos a Goliat. “Los comentarios reales” son nuestra
Torá.
La derecha nos hizo creer siempre que seríamos
grandes obedeciendo. La izquierda propuso que la tortilla se volteara y que
una dictadura inversa era la solución. El resultado siempre fue el mismo:
cadáveres, resentimiento, frustración.
De la extrema incultura salen extremismos. De la
educación pueden emanar centrismos más justos, soluciones más complejas,
equidistancias sabias y quizá exitosas.
Del capitalismo salvaje nació Marx y del zarismo antisocial
surgió Lenin. Si la burguesía de la revolución industrial no hubiese hecho de
la codicia una diosa, habría sido Karl Kautsky, un socialdemócrata, el líder
mundial de las izquierdas. Nos habríamos ahorrado millones de muertos y décadas
de un experimento social que terminó desprestigiando la insumisión.
La actual polarización política del Perú nace de la
pobreza de nuestra agenda, de la miseria de nuestra vida académica, de la
indigencia de nuestros debates, de la fuga de nuestra inteligencia. Los argumentos
que se leen o escuchan son banales y ad hominem porque las ideas
parecen proscritas en la barbarie que hemos ido construyendo.
Sin partidos políticos, sin líderes, prescindiendo de visiones del mundo y de propuestas nacionales que merezcan ese título, el Perú se ha entregado a una mafia. Un puñado de delincuentes gobierna el país mientras el narcotráfico, la devastación forestal y la minería ilegal crecen a la sombra de este régimen repugnante.
No ha habido un golpe de estado formal ni se ha
requerido de tanques o proclamas. Lo que se ha producido es que bandas de okupas
han entrado al congreso y al palacio de la plaza de armas y han cambiado
destino y cerraduras. Son ellos los que dictan las reglas y los que nos han
convertido en este simulacro de país.
¿Hasta cuándo? Hasta que lo sigamos permitiendo.
Dependemos de una rata asomada a la ventana de un solar polvoriento. <>